1) Tengo miedo, y cómo no tenerlo.
2) Tengo miedo, concretamente, a que esta consternación
belga que siento hoy, a que la consternación turca y marfileña que sentí la
semana pasada y la anterior, a que la consternación que en noviembre era
francesa… a que esta consternación, que no es en absoluto menor, se multiplique
por mil si un día llego a conocer personalmente a uno de sus números, llego a
haberlo querido.
3) Tengo miedo y es normal tener miedo: la arbitrariedad
ajena, exacerbada por el delirio teológico, mata en masa a personas sobre las
que no cuesta lo más mínimo proyectarse. ¿Qué diferencia hay entre el tren de
Maelbeek y los de Atocha?
4) Pero el problema no radica en el miedo en sí, el
problema radica en las consecuencias de ese miedo, en las conductas a las que suele
abocar.
5) Porque el miedo, entre tantas otras cosas, anula la
capacidad de análisis. De razonamiento. Limita nuestra visión. Se desdibujan
los perfiles, el todo se va volviendo nada, la nada se adueña de todo.
6) ¿Cómo culpar a quien cae presa de las reacciones más emocionales?
Somos hermanos en el miedo. Y, sin embargo, ¿cómo no oponerme a él, a ellos,
siendo los hechos los que son?
7) Y los hechos son y dicen que, tras el pacto entre la
Unión Europea y Turquía acerca de la crisis de los refugiados, el Daesh ha
atentado dos veces en Turquía y una en el corazón mismo de la Unión Europea.
8) Los hechos apuntan, pues, a que el Daesh es consciente
del modo en que este tema puede ser explotado para hacer daño a Europa.
9) Y Europa cae en la trampa del Daesh, se deja convencer
por el artificio del Daesh, se apresta a renunciar a sus valores más básicos
para solaz del Daesh.
10) Porque ha habido terroristas escondidos entre la
marea de refugiados, sí. Pero los hechos dicen que los ha habido también, que
los está habiendo de hecho en mayor cantidad, dueños de pasaportes europeos, residentes
plenamente establecidos, inmigrantes de segunda generación, conversos,
iluminados.
11) La vida como valor fundamental: eso es lo que nos
diferencia respecto a quienes, por mucho que escueza, son nuestros
conciudadanos, nuestros vecinos.
12) Y una vida sin seguridad es menos digna, qué duda
cabe. Pero una vida sin dignidad es menos vida.
13) Existe, pues, un mal menor: la ausencia de seguridad,
desligada de cualquier decisión que se tome acerca de los refugiados porque,
con o sin ellos, la amenaza terrorista persistirá. Y existe un mal mayor: la
pérdida de la dignidad, de la humanidad, de todos los valores que han dado
sentido a los nacidos y llegados a Europa después de la Segunda Guerra Mundial.
14) En este mundo globalizado, ostentando el Daesh el
poder político y las posibilidades económicas y la influencia ideológica que
ostenta, no hay océano o canal, no hay muro, no hay subcontrata turca que
garantice el fin de este tipo de atentados.
15) En este mundo nuestro, no obstante, siempre quedará
margen para luchar contra la sinrazón, para reivindicar la solidaridad, para
clamar que tenemos miedo a convertirnos en números de la barbarie, pero que, si
eso alguna vez llega a suceder, la nuestra al menos habrá sido una existencia
digna, merecedora de ser vivida.