Durante los últimos días, dos personas me han tachado de chico EP3 después de que El País de las Tentaciones publicara entrevistas con bandas que yo les había recomendado personalmente, o que han sido ladrido musical de la semana en éste, mi crepuscular blog. Tales comentarios sin duda provocarán las carcajadas de Manu G y de Banesa Galleta, quienes me iniciaron en el culto a Death Cab for Cutie y The Postal Service, quienes me han dado todos los álbums de Franz Ferdinand que poseo, quienes me introdujeron en Kanye West y, de un tiempo a esta parte, atentan contra mi línea de flotación moral recomendándome que escuche a todas horas los trabajos del difunto Elliott Smith. Quede claro, pues, que mi (supuesto) buen gusto es heredado, y que se debe más a ser un chico GO que a cualquier coincidencia con ese suplemento que cada viernes todos leemos y que cada viernes todos criticamos.
A continuación, sirva para dinamitar el perfil profético que se me viene adjudicando la reseña que en febrero de este año realicé sobre el ahora muy exitoso y omnipresente Back to Bedlam de James Blunt (vive el de Arriba que mi juicio no se ha movido una pulgada desde aquel posicionamiento, pero que tampoco supe prever lo espumoso y accesible del amigo):
Habla el currículo de este británico joven sobre una estancia como casco azul en Kosovo, otro período guardando las rejas del Palacio de Buckingham y, más recientemente, una visita a Estados Unidos que le ha servido para debutar en la arena musical. Y, toda vez escuchado el resultado de la tercera entrada, aunque no exento de virtudes, más interesantes se nos antojan sus días como guardián paralizado o como soldado de paz (cuando, según su propio relato, se paseaba por los poblados serbios entonando el Give peace a chance). Pero nobleza obliga, oigan: Back to bedlam suena a cruce entre David Gray y Elton John; emotivo, bien arreglado y mejor cantado, el álbum sobrevive incluso a la presencia de Linda Perry (que en realidad produce un solo tema) y se consume la mar de decentemente siempre y cuando no prestemos demasiada atención a esas (no muy profundas) letras de amores perdidos y breve, dolorosamente reencontrados. ¿No hubiera ganado la cosa a modo de trágica obra conceptual sobre las guerras balcánicas?
A continuación, sirva para dinamitar el perfil profético que se me viene adjudicando la reseña que en febrero de este año realicé sobre el ahora muy exitoso y omnipresente Back to Bedlam de James Blunt (vive el de Arriba que mi juicio no se ha movido una pulgada desde aquel posicionamiento, pero que tampoco supe prever lo espumoso y accesible del amigo):
Habla el currículo de este británico joven sobre una estancia como casco azul en Kosovo, otro período guardando las rejas del Palacio de Buckingham y, más recientemente, una visita a Estados Unidos que le ha servido para debutar en la arena musical. Y, toda vez escuchado el resultado de la tercera entrada, aunque no exento de virtudes, más interesantes se nos antojan sus días como guardián paralizado o como soldado de paz (cuando, según su propio relato, se paseaba por los poblados serbios entonando el Give peace a chance). Pero nobleza obliga, oigan: Back to bedlam suena a cruce entre David Gray y Elton John; emotivo, bien arreglado y mejor cantado, el álbum sobrevive incluso a la presencia de Linda Perry (que en realidad produce un solo tema) y se consume la mar de decentemente siempre y cuando no prestemos demasiada atención a esas (no muy profundas) letras de amores perdidos y breve, dolorosamente reencontrados. ¿No hubiera ganado la cosa a modo de trágica obra conceptual sobre las guerras balcánicas?