El inglés americano
Pese al lapsus de las cartas no conservadas, pese a que Kingsley le llamara "mierdecilla" frente a Philip Larkin (lo que sucedía, recordemos, en una mordaz pero íntima relación epistolar), Martin Amis parece salir airoso de la tan edípica acusación de patricidio; en lo cultural, no obstante, más de uno le ha creído digno de patíbulo. Sus intereses norteamericanos, mal vistos de por sí, acabaron estallando con el famoso asunto Wylie: el escritor dejó a su agente, Pat Kavanagh (perdiendo, de paso, la amistad de Julian Barnes, esposo de aquélla) para ingresar en la agencia de Andrew Wylie, "el chacal", por un avance que él describe con una separación de dos centímetros entre el pulgar y el índice, apenas un poco más grande de lo habitual. A juzgar por lo publicado en la prensa, el país se sintió agredido. Entonces apareció La información, el que muchos consideran su mejor trabajo (No del todo. Aún no...), novela acerca de la relación entre dos escritores. Piensan que redacté un libro de quinientas páginas en tres meses... Lo que me molestó es que la novela resultara incomprendida y malentendida, profundamente malentendida. Fue como si hubiera ganado la batalla, como si significara una señal de mi éxito, y la novela de lo que trataba era del fracaso. Lo mismo que Éxito o Dinero... Sí, pero ésta era una historia sobre Inglaterra, me cuesta explicársela a quien no sea inglés. Es muy corrosiva. Tanto ombliguismo le obligó a cruzar el charco y, a bordo de un expreso de medianoche, fijarse de nuevo en el modelo yanqui: Tren nocturno es un libro completamente americano, un thriller tomado del revés. Fue americano hasta en el estilo ortográfico, pero es que Estados Unidos es el hogar del noir, un lugar muy oscuro en el que ambientar la novela.
A principios de los ochenta, a raíz de la publicación de Dinero, Amis fue englobado en una suerte de posmodernismo urbano junto a dos autores a la sazón norteamericanos, Bret Easton Ellis y Jay MacInerney. Bret ha encontrado un gran público, gente que siente su prosa como algo muy directo, y eso es indiscutible, pero para mí es excesivamente pop. Jay tiene muy buen oído, pero no veo hacia dónde se dirige como escritor, afirma sobre unos compañeros de generación a los que no tardó en superar. Guste o no en su país, Martin Amis pertenece a otro escalafón literario. Mucha gente desconfía del estilo, piensan que se debería escribir de forma simple, clara como un arroyo de montaña en palabras de Truman Capote. Pero eso siempre me ha parecido señal de pobreza. Me gusta el estilo, el gran estilo (otro motivo de afinidad, según dice, con su amigo Salman Rushdie). La escritura debe basarse en lo que se ha leído. Y Amis ha leído mucho, siempre bajo la idea de que Bellow es Dios y Nabokov su profeta: Alguien me dijo que Nabokov recibió una carta en la que un lector le decía “no entiendo cómo puede estar al lado de Bellow sin besarle las manos y pedir perdón por sus pecados...". Saul Bellow es el más notable novelista del planeta, es inigualable, con una voz tan propia como única. Después de Ravelstein la literatura del siglo XXI va cuesta abajo.
En efecto, sólo restaba el apunte metafísico para cuadrar el círculo. Tras el ventanal continúa lloviznando; al igual que en las entrevistas consultadas en la hemeroteca, Isabel Fonseca entra en el estudio acompañada de las pequeñas Clio y Fernanda, las dos hijas de la pareja, lo que representa un familiar y, por ello, entrañable canto del cisne para la conversación. Un chándal azul no precisamente lustroso, el tabaco de liar sobre la mesa, dos cuadros de Bruno Fonseca y el inevitable libro sobre su obra en la repisa de la chimenea... Martin Amis, el cabello en revuelta decadencia y la mirada aún traviesa, entre el orgullo y la sutil inseguridad que son signo de quien ha sobrevivido a más de una tormenta, nos despide amablemente en la puerta de su casa pareada al norte de Regent's Park. Una vez fuera, el laberinto crece en amplitud, lo vivido se transforma en recuerdo y pugna por imponerse sobre lo previamente referido, leído y anticipado. Con lentitud, la diferencia entre la memoria y el hoy comienza a establecerse, quizá sea la misma que separa a la literatura de la más vital experiencia...
(Las tres fotografías que han ilustrado esta serie fueron obra de Ivo Krmpotic).
Pese al lapsus de las cartas no conservadas, pese a que Kingsley le llamara "mierdecilla" frente a Philip Larkin (lo que sucedía, recordemos, en una mordaz pero íntima relación epistolar), Martin Amis parece salir airoso de la tan edípica acusación de patricidio; en lo cultural, no obstante, más de uno le ha creído digno de patíbulo. Sus intereses norteamericanos, mal vistos de por sí, acabaron estallando con el famoso asunto Wylie: el escritor dejó a su agente, Pat Kavanagh (perdiendo, de paso, la amistad de Julian Barnes, esposo de aquélla) para ingresar en la agencia de Andrew Wylie, "el chacal", por un avance que él describe con una separación de dos centímetros entre el pulgar y el índice, apenas un poco más grande de lo habitual. A juzgar por lo publicado en la prensa, el país se sintió agredido. Entonces apareció La información, el que muchos consideran su mejor trabajo (No del todo. Aún no...), novela acerca de la relación entre dos escritores. Piensan que redacté un libro de quinientas páginas en tres meses... Lo que me molestó es que la novela resultara incomprendida y malentendida, profundamente malentendida. Fue como si hubiera ganado la batalla, como si significara una señal de mi éxito, y la novela de lo que trataba era del fracaso. Lo mismo que Éxito o Dinero... Sí, pero ésta era una historia sobre Inglaterra, me cuesta explicársela a quien no sea inglés. Es muy corrosiva. Tanto ombliguismo le obligó a cruzar el charco y, a bordo de un expreso de medianoche, fijarse de nuevo en el modelo yanqui: Tren nocturno es un libro completamente americano, un thriller tomado del revés. Fue americano hasta en el estilo ortográfico, pero es que Estados Unidos es el hogar del noir, un lugar muy oscuro en el que ambientar la novela.
A principios de los ochenta, a raíz de la publicación de Dinero, Amis fue englobado en una suerte de posmodernismo urbano junto a dos autores a la sazón norteamericanos, Bret Easton Ellis y Jay MacInerney. Bret ha encontrado un gran público, gente que siente su prosa como algo muy directo, y eso es indiscutible, pero para mí es excesivamente pop. Jay tiene muy buen oído, pero no veo hacia dónde se dirige como escritor, afirma sobre unos compañeros de generación a los que no tardó en superar. Guste o no en su país, Martin Amis pertenece a otro escalafón literario. Mucha gente desconfía del estilo, piensan que se debería escribir de forma simple, clara como un arroyo de montaña en palabras de Truman Capote. Pero eso siempre me ha parecido señal de pobreza. Me gusta el estilo, el gran estilo (otro motivo de afinidad, según dice, con su amigo Salman Rushdie). La escritura debe basarse en lo que se ha leído. Y Amis ha leído mucho, siempre bajo la idea de que Bellow es Dios y Nabokov su profeta: Alguien me dijo que Nabokov recibió una carta en la que un lector le decía “no entiendo cómo puede estar al lado de Bellow sin besarle las manos y pedir perdón por sus pecados...". Saul Bellow es el más notable novelista del planeta, es inigualable, con una voz tan propia como única. Después de Ravelstein la literatura del siglo XXI va cuesta abajo.
En efecto, sólo restaba el apunte metafísico para cuadrar el círculo. Tras el ventanal continúa lloviznando; al igual que en las entrevistas consultadas en la hemeroteca, Isabel Fonseca entra en el estudio acompañada de las pequeñas Clio y Fernanda, las dos hijas de la pareja, lo que representa un familiar y, por ello, entrañable canto del cisne para la conversación. Un chándal azul no precisamente lustroso, el tabaco de liar sobre la mesa, dos cuadros de Bruno Fonseca y el inevitable libro sobre su obra en la repisa de la chimenea... Martin Amis, el cabello en revuelta decadencia y la mirada aún traviesa, entre el orgullo y la sutil inseguridad que son signo de quien ha sobrevivido a más de una tormenta, nos despide amablemente en la puerta de su casa pareada al norte de Regent's Park. Una vez fuera, el laberinto crece en amplitud, lo vivido se transforma en recuerdo y pugna por imponerse sobre lo previamente referido, leído y anticipado. Con lentitud, la diferencia entre la memoria y el hoy comienza a establecerse, quizá sea la misma que separa a la literatura de la más vital experiencia...
(Las tres fotografías que han ilustrado esta serie fueron obra de Ivo Krmpotic).
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