domingo, julio 29, 2007

Crónicas de Benicàssim: Bright Eyes

No es cosa común que un chaval de 14 primaveras vaya editando discos a la salida de la escuela en vez de pasarse las tardes hostiándose con el monopatín. Menos habitual incluso resulta que ese mismo joven, 13 años más tarde, sea comparado con Bob Dylan y Bruce Springsteen pese a no cargar con un Blonde On Blonde o un Born to Run sobre sus compositivas espaldas. Tampoco parecería normal que una de las sensaciones musicales del momento en las barras y estrellas permanezca fiel a su Nebraska natal en vez de ceder a la atracción de esos polos brillantes y opuestos, plenamente complementarios, que son Nueva York y Los Ángeles. O que su paleta fluctúe entre el ego-emofolk más autoflagelante y la fría reflexión apocalíptica, entre la intimidad de un punteado acústico y el barroquismo de un estallido orquestal, en los dos segundos que separan un corte del siguiente… Son tantos, en definitiva, los lugares que Conor Oberst ha visitado cuando no le tocaba (y viceversa) que Conor Oberst parece haber estado ya en todas partes.

Desde anoche, Benicàssim es una muesca más en su muy particular y peculiar trayecto hacia la leyenda.

Cerraba Bright Eyes su gira. Y, porque con el amigo no hay prejuicio que valga, decimos bien Bright Eyes: una banda múltiple, con sus dos baterías y su sexteto de viento y cuerda, embutidos sus miembros en blanco uniforme de gala, que se reveló tan intensa y comprometida en cada ejecución como su líder, reputado por la púber fiereza con que acomete tema tras tema. Espléndida puesta en escena, y no menos fabulosas maneras, lució pues la presentación española de Cassadaga, psicofonías y proyecciones de un tablero ouija incluidos. Sumémosle alguna pieza previa y por ello ya clásica, como el celebrado First Day Of My Life, amén de un sentido del espectáculo digno del Boss de las The Seeger Sessions, y obtendremos una faena memorable, en efecto muy, pero que muy fuera de lo común.

El mejor momento: Los coros finales de Hot Knives, primera de las muchas ocasiones en que la banda se reveló como la suma perfecta de muy diversas actitudes y emociones (tal que los Arcade Fire esos, oigan...).

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