El fútbol, ¿deporte de hombres? Pocas veces el lugar común se ha revelado más erróneo. Porque el balompié, cuando menos en su vertiente profesional, lo juegan individuos endiosados en plena adolescencia, condenados a considerar la más razonable madurez emocional no como objetivo de una formación plena sino como síntoma de su futura decadencia popular y laboral, víctimas por tanto de una sucesión de huidas hacia delante que en el mejor de los casos afectará únicamente al ámbito cronológico de su carrera. Y, en lo que al seguimiento de la disciplina respecta, el espectador sublima ya en el estadio ya ante el televisor al niño de patio de colegio que fue, ese rapaz soñador de regates imposibles y chilenas memorables que, por haber driblado poco y chileneado menos, vivirá en carne propia, por proyección, los éxitos/fracasos de sus héroes/villanos de cabecera. Ningún problema al respecto, claro. Pero de hombres, nada. Menos que menos en el mundo de los directivos de clubs, que unen al estadio anal del público la aún más infantil (y fálica) creencia de que ostentan alguna forma de poder, de que su voluntad en algo puede alterar el curso de los acontecimientos.
Desmentido de clichés al margen, el parvulario y/o instituto del fútbol discurre entre el drama y la comedia en base a un juego de intensidades. Y se tuerce hacia lo trágico cuando los diferentes estamentos coinciden al enrocarse en el extremo más pueril del tablero; momento en que la falta de control, la violencia y, en definitiva, el absurdo, se adueñan del Camp Nou. Ejemplo de la característica primera sería la reiterada indisciplina de Ronaldinho, pero también ese Eto’o que a las buenas insulta al rival de toda la vida y a las malas se borra de un partido con poco que ganar pero mucho aún que perder. Respecto a la circunstancia segunda, véase la actitud masoquista y acomodaticia del aficionado azulgrana, mucho más interesado en insultar a los jugadores a su llegada al aeropuerto que a contemporizar o, de últimas, denunciar a un árbitro que fue responsable directo de la mitad de los cuatro goles encajados en el Bernabeu. Por último, representativo de la cuestión tercera es ese presidente que no sólo no admite los errores propios (giras asiáticas y europeas de pretemporada, permisividad para con las supuestas estrellas del equipo…) sino que, en flagrante ejercicio de esquizofrenia, pide un 0-5 para un partido donde el rival al completo celebra el título de liga y al que los números propios se presentan en cuadro y no precisamente sobrados de moral y juego. Lo que vendría a hacer un niñato, mismamente todo ello.