Durante la (diría que jugosa, cuando menos entretenida) entrevista que con él publicaremos en el número de octubre de Qué Leer, Alberto Olmos lamenta que, en los artículos dedicados a la rentrée literaria, algunos periódicos hayan obviado títulos patrios como La mano invisible de Isaac Rosa y, en cambio, se hayan apresurado a hablar de las dieciocho páginas o así que ha firmado un actor norteamericano. Sucede que, en la fórmula “xxxx publica libro”, la opción “actor” cuenta con un mayor contenido noticioso que la variable “autor”. Y sucede también que lo “de allí” siempre nos tirará más que lo “de aquí”. Escritores españoles editando hay la tira, cada día más, pero… ¿cuántas estrellas de Hollywood se han escapado de una fiesta o han anulado una sesión de rayos UVA para lanzarse a teclear palabras en la soledad de sus salones? Bien, Michael Cera lo ha hecho (total, ponerse moreno no era lo suyo). Y el primer resultado ha sido Piña, un relato publicado por Dave Eggers en su McSweeney’s que ciertamente no alcanza los dieciocho folios (el chaval se perdió media fiesta, no más), aunque Alpha Decay lo ha espaciado con sabiduría hasta llenar 56 páginas de una de sus ediciones Mini (las ilustraciones, adecuadamente naíf, son de Blanca Miró). Porque Cera siempre me ha caído bien, como novio de Juno y como pretendiente de Nora e incluso repartiendo puñetazos en la pixelada piel de Scott Pilgrim, me he jugado la justa admonición de Olmos leyendo antes Piña que La mano invisible. Aunque, ahora que lo pienso, los veinte minutejos empleados representan un pecado muy venial en términos lectores, apenas una loncha de austero jamón yanqui entre dos mullidas rebanadas platenses: Nosotros, los Caserta de Aurora Venturini y El vampiro argentino de Juan Terranova. El caso es que la cosa la protagoniza Carroll Silver, un actor hollywoodiense en horas bajas: tras despedir a su agente, anda falto de proyectos y de dinero, y para más inri tiene serias dificultades a la hora de decidirse a ir al gimnasio para recuperar la forma que la edad, pues suma 38 primaveras, comienza a arrebatarle. En esas se cruza en su camino una muchacha pelirroja, cajera de un establecimiento de comida rápida (pollo frito, para más señas) en exceso ansiosa y sincera. Y aquí nos quedamos porque a lo tonto les he contado ya tres cuartas partes de la historia y alguno se estará preguntando qué me ha parecido el librito. Pues bien, muy indie, muy lo-fi, prácticamente la demo de lo que podría ser un buen relato de The New Yorker. Pero, admitámoslo, la primera mitad de cualquier recomendación no pasará del “simpático” y la segunda se sustentará siempre en un “eh, que lo ha escrito Michael Cera, tío”. Vamos, que uno intenta hablar de él y el contexto se merienda al contenido.
1 comentario:
Y si ni siquiera te cae bien Michael Cera, ya ni te cuento.
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