Para ulular lastimeramente:
Cierto atolondramiento en su tramo final, especialmente sangrante dada la contención mostrada durante los noventa minutos precedentes. Y que todos nos sepamos de memoria El sexto sentido, Los otros, etc.
Para aullar efusivamente:
Su gesto clásico, que la lleva a eludir los sustos fáciles y los giros de guión exhibicionistas. La fotografía de Eduard Grau, opresiva en el tratamiento de exteriores y tan ténebre como melancólica en las secuencias de interior. Que Rebecca Hall y Dominic West cumplan con sus personajes sin intentar hacer de ellos algo que no son. La elocuente puesta en escena de Nick Murphy. La casa de muñecas. Y que su final, aunque quizá previsible, no resulte ni tramposo ni decepcionante, como suele suceder con el noventa por ciento de producciones de este tipo.
El juicio crepuscular:
Nada más coherente a la hora de comentar una película de fantasmas, género retroalimentario donde los haya, que encontrarle restos ectoplásmicos. Un segundo peaje apunta a la maldición M. Night Shyamalan (antes conocida como síndrome Rod Serling), que conduce al espectador a concentrar en una supuesta (y a veces inevitable) pirueta final gran parte de sus expectativas. Tradición y sorpresa, pues, no juegan necesariamente a favor de The Awakening, que aún así se las arregla para entretener, sugerir, quizá incluso asustar, durante sus buenos 107 minutos. Otra vuelta de tuerca, sin duda, pero una que vale la pena.
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