Que alguien diga “no voy a matar más” es bueno, hasta ahí no creo que exista discusión posible. La alegría se revela tibia, no obstante, a poco que analicemos las circunstancias en que se produce ese comunicado, su tono y el panorama que se despliega a partir de él. Sirvan estas ideas como punto de partida a fin de valorar el cese definitivo de la lucha armada de ETA, deseando siempre que sea tal.
Se lamenta, desde la derecha, que ETA no hable de entregar las armas, no anuncie su disolución, no pida perdón a las víctimas. Es decir, que se suspira por una solución de cuento de hadas en la que una banda mafiosa que lleva más de un lustro a la deriva (1) decide saldar todas sus cuentas de un plumazo y decorarlo con un “colorín colorado”. ETA ha querido dirigir la escena española por medio de la violencia durante más de cuatro décadas. Resulta poco realista, por tanto, pretender que de golpe renuncie a mantener lo que ellos considerarán una cierta tutela sobre lo que siguen entendiendo a modo de proceso. La entrega de las armas, la disolución y el perdón son cartas altas de la baraja que se reservan para más adelante. El comunicado de ayer indica que acabarán sobre la mesa, pero siempre existe el riesgo de escisión. Circunstancia que se vivió en el País Vasco con el paso de ETA-pm a ETA y que cuenta con un pésimo precedente en Irlanda del Norte: el atentado más sangriento allí cometido no fue responsabilidad del IRA, sino del IRA Auténtico. Sucedió en pleno proceso de paz y su propio salvajismo lo convirtió en epílogo. Obviemos, no obstante, por lo comentado en la nota a pie de página, el peor escenario posible. ETA es lenta y le cuesta escapar a su propia inercia, pero ha abandonado las armas.
A corto plazo, damos con un gran beneficiado por este anuncio, realizado exactamente un mes antes de las próximas elecciones generales: Bildu. Porque el comunicado no es uno, sino apenas la segunda parte de la escenificación iniciada esta misma semana con la Conferencia de la Paz de San Sebastián. La izquierda abertzale pidió y ETA ha concedido; ergo, la izquierda abertzale capitaliza (y ETA aparece como actor cualificado de) una “victoria” que pertenece, en realidad, a la sociedad española, a sus políticos (aunque muchas veces no hayan estado a la altura y sigan hoy mismo emperrados en parecer más bajitos de lo que en realidad son) y, sobre todo, a sus cuerpos de seguridad. Me parece delirante, en ese sentido, que haya quien señale una supuesta connivencia de ETA y el PSOE a fin de que los segundos obtengan réditos electorales del anuncio. A ETA jamás le importó nadie más que ETA (la izquierda abertzale puede dar fe de ello) y su final sin duda decorará la maltrecha hoja de servicios de Zapatero, pero apenas se traducirá en votos. ¿Por qué? Pues porque ETA lleva tiempo sin ser la principal preocupación de los españoles, porque subconscientemente hemos asimilado su decadencia, porque el PP también ha contribuido a su derrota (aunque a veces parezca que quieren disimularlo) y porque lo que se juzgará (castigará) el 20-N es la crisis económica.
A largo plazo, pues, cabe prever la convivencia entre un Bildu fuerte en Euskadi y un PP aún más fuerte en el resto de España. Un escenario nada cómodo para Rajoy (de ahí, quizá, la reticencia de su partido a aceptar el fin de la violencia), en cuanto se traduce en dos posibilidades: a) El inmovilismo y la consiguiente posibilidad de que ETA retome las armas, escenario que sí le perjudicaría directamente, aunque sus voceros sin duda insistirían en la falsedad inicial del anuncio del 20-O; y b) Una serie de medidas lógicas (como el acercamiento de presos) que su propio electorado, siguiendo las pautas marcadas por el sector duro Mayor Oreja / Aznar, entendería sin duda en clave de concesiones a los terroristas.
(1) Descabezada repetidamente, con escaso margen operativo y un cada vez menor apoyo social (muchos sitúan la fractura en el atentado de la T-4), ETA pintaba poca cosa en una Europa en la que ya no existe el terrorismo político y en un mundo donde el horror de Al-Qaeda no admite competencia. Es decir, que fue entre el 11 de marzo de 2004 y los primeros meses de 2007 (la T-4 voló el 30 de diciembre de 2006) cuando ETA quedó herida de muerte. Desgraciadamente, los del hacha y la serpiente no se han dado cuenta del boquete hasta ahora.
Se lamenta, desde la derecha, que ETA no hable de entregar las armas, no anuncie su disolución, no pida perdón a las víctimas. Es decir, que se suspira por una solución de cuento de hadas en la que una banda mafiosa que lleva más de un lustro a la deriva (1) decide saldar todas sus cuentas de un plumazo y decorarlo con un “colorín colorado”. ETA ha querido dirigir la escena española por medio de la violencia durante más de cuatro décadas. Resulta poco realista, por tanto, pretender que de golpe renuncie a mantener lo que ellos considerarán una cierta tutela sobre lo que siguen entendiendo a modo de proceso. La entrega de las armas, la disolución y el perdón son cartas altas de la baraja que se reservan para más adelante. El comunicado de ayer indica que acabarán sobre la mesa, pero siempre existe el riesgo de escisión. Circunstancia que se vivió en el País Vasco con el paso de ETA-pm a ETA y que cuenta con un pésimo precedente en Irlanda del Norte: el atentado más sangriento allí cometido no fue responsabilidad del IRA, sino del IRA Auténtico. Sucedió en pleno proceso de paz y su propio salvajismo lo convirtió en epílogo. Obviemos, no obstante, por lo comentado en la nota a pie de página, el peor escenario posible. ETA es lenta y le cuesta escapar a su propia inercia, pero ha abandonado las armas.
A corto plazo, damos con un gran beneficiado por este anuncio, realizado exactamente un mes antes de las próximas elecciones generales: Bildu. Porque el comunicado no es uno, sino apenas la segunda parte de la escenificación iniciada esta misma semana con la Conferencia de la Paz de San Sebastián. La izquierda abertzale pidió y ETA ha concedido; ergo, la izquierda abertzale capitaliza (y ETA aparece como actor cualificado de) una “victoria” que pertenece, en realidad, a la sociedad española, a sus políticos (aunque muchas veces no hayan estado a la altura y sigan hoy mismo emperrados en parecer más bajitos de lo que en realidad son) y, sobre todo, a sus cuerpos de seguridad. Me parece delirante, en ese sentido, que haya quien señale una supuesta connivencia de ETA y el PSOE a fin de que los segundos obtengan réditos electorales del anuncio. A ETA jamás le importó nadie más que ETA (la izquierda abertzale puede dar fe de ello) y su final sin duda decorará la maltrecha hoja de servicios de Zapatero, pero apenas se traducirá en votos. ¿Por qué? Pues porque ETA lleva tiempo sin ser la principal preocupación de los españoles, porque subconscientemente hemos asimilado su decadencia, porque el PP también ha contribuido a su derrota (aunque a veces parezca que quieren disimularlo) y porque lo que se juzgará (castigará) el 20-N es la crisis económica.
A largo plazo, pues, cabe prever la convivencia entre un Bildu fuerte en Euskadi y un PP aún más fuerte en el resto de España. Un escenario nada cómodo para Rajoy (de ahí, quizá, la reticencia de su partido a aceptar el fin de la violencia), en cuanto se traduce en dos posibilidades: a) El inmovilismo y la consiguiente posibilidad de que ETA retome las armas, escenario que sí le perjudicaría directamente, aunque sus voceros sin duda insistirían en la falsedad inicial del anuncio del 20-O; y b) Una serie de medidas lógicas (como el acercamiento de presos) que su propio electorado, siguiendo las pautas marcadas por el sector duro Mayor Oreja / Aznar, entendería sin duda en clave de concesiones a los terroristas.
(1) Descabezada repetidamente, con escaso margen operativo y un cada vez menor apoyo social (muchos sitúan la fractura en el atentado de la T-4), ETA pintaba poca cosa en una Europa en la que ya no existe el terrorismo político y en un mundo donde el horror de Al-Qaeda no admite competencia. Es decir, que fue entre el 11 de marzo de 2004 y los primeros meses de 2007 (la T-4 voló el 30 de diciembre de 2006) cuando ETA quedó herida de muerte. Desgraciadamente, los del hacha y la serpiente no se han dado cuenta del boquete hasta ahora.
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