Para ulular lastimeramente:
Que, una vez más, Nolan decida no narrar cinematográficamente los saltos temporales: ni un mísero fundido a negro marca las muchas elipsis del film. Que, en los procelosos tiempos que corren, se pueda realizar una lectura del film en clave reaccionaria. Y la autocensura propia de una superproducción de estas características: el régimen de Bane no angustia lo que debería porque se pasa de puntillas sobre su violencia cuando esta no admite un tratamiento espectacular (compárese la secuencia del kick-off en el campo de fútbol americano con, por ejemplo, el plano muy general de los cuerpos que cuelgan del puente), por no hablar del tono complaciente y convencional de parte del epílogo.
Para aullar efusivamente:
Que, tras el festival vivido gracias a Heath Ledger y su Joker, la trilogía cierre con un villano de altura: al igual que Anthony Hopkins en su célebre aparición como Hannibal Lecter, Tom Hardy trasciende el handicap de la máscara para aterrar desde su mirada misma, por no hablar de su músculo, lenguaje corporal o voz. Que aquí se preste un poco más de atención a Batman [ver siguiente apartado]. El pulso de Nolan para las secuencias de destrucción épica: de nuevo, la explosión del hospital de Gotham (recuerden al Joker peleándose con el control remoto) halla aquí debido parangón en el desmoronamiento del estadio y los puentes de la ciudad. Lo bien construido que está el personaje de Catwoman y lo mejor aún que lo encarna Anne Hathaway. Hans Zimmer y sus coros, claro. Y que, tras tres películas y casi ocho horas de metraje, uno abandone la sala deseando saber qué sucede con el personaje de Joseph Gordon-Levitt.
El juicio crepuscular:
Christopher Nolan ha dedicado tres películas batmanianas a hablar de cualquier cosa menos Batman. Y uno debe confesar que no acabó de comprenderlo hasta enfrentarse a este cierre: su murciélago fue (casi) siempre una sombra, un muerto en vida, un símbolo de Gotham que sólo se llenaba de contenido frente al villano de turno; de ahí que en ocasiones haya parecido un invitado a su propia fiesta, de ahí la preponderancia de la ciudad como personaje, de ahí que el Joker y Bane e incluso Catwoman recibieran mejor tratamiento, mayor profundidad, más cuerpo. The Dark Knight Rises tropieza en las mismas piedras que sus predecesores, pero ha aprendido a evitar algunas y se erige en notable punto final para la mejor serie que haya vivido el personaje: fue siempre adulta y las concesiones de este episodio (los saltos geográficos, la Batinave, incluso la secuencia del comisionado Gordon con la bomba) serán fácilmente perdonadas a la voz de "vamos, hombre, si no deja de ser un cómic"...
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