“El pecho” (Mondadori) de Philip Roth
Dos son las circunstancias que atormentan al profesor universitario David Kepesh cuando un buen día se despierta convertido en un pecho femenino de 70 kilos de peso: la primera tiene que ver con lo claustrofóbico de su nueva condición, ya que el pezón ha pasado a ser su única (y algo limitada) vía de comunicación con el exterior; la segunda, en cambio, abandona el angst à la Johnny cogió su fusil para centrarse en un más bien prosaico miedo al qué dirán. Sabedor de que se ha convertido en una atracción de feria, el completamente ciego y bastante sordo Kepesh teme estar siendo observado por hordas de especialistas en endocrinología, pasto de los periódicos sensacionalistas, principal objeto del cotilleo nacional… Y, ante un escenario tal, las connotaciones eróticas del asunto actúan como agravante de su vergüenza.
El caso es que, más allá del kafkiano elemento primero, Philip Roth surcaba en 1972, fecha de publicación de El pecho, caminos similares a los de su héroe: tres años antes, El lamento de Portnoy lo había abocado a una popularidad de corte polémico, cimentada en la afrenta a la ortodoxia religiosa judía y en la exhibición impúdica de una sexualidad que no era necesariamente la suya, pero que el gran público no dudó en adjudicarle. Así, esta agradable novella que ahora recupera Mondadori actuó a modo de imperioso, irónico desahogo. No es, desde luego, una de las picas en Flandes de la trayectoria rothiana, pero su brevedad esconde diversas líneas de reflexión y, desde luego, un maravilloso (por grotesco) sentido del absurdo.
Dos son las circunstancias que atormentan al profesor universitario David Kepesh cuando un buen día se despierta convertido en un pecho femenino de 70 kilos de peso: la primera tiene que ver con lo claustrofóbico de su nueva condición, ya que el pezón ha pasado a ser su única (y algo limitada) vía de comunicación con el exterior; la segunda, en cambio, abandona el angst à la Johnny cogió su fusil para centrarse en un más bien prosaico miedo al qué dirán. Sabedor de que se ha convertido en una atracción de feria, el completamente ciego y bastante sordo Kepesh teme estar siendo observado por hordas de especialistas en endocrinología, pasto de los periódicos sensacionalistas, principal objeto del cotilleo nacional… Y, ante un escenario tal, las connotaciones eróticas del asunto actúan como agravante de su vergüenza.
El caso es que, más allá del kafkiano elemento primero, Philip Roth surcaba en 1972, fecha de publicación de El pecho, caminos similares a los de su héroe: tres años antes, El lamento de Portnoy lo había abocado a una popularidad de corte polémico, cimentada en la afrenta a la ortodoxia religiosa judía y en la exhibición impúdica de una sexualidad que no era necesariamente la suya, pero que el gran público no dudó en adjudicarle. Así, esta agradable novella que ahora recupera Mondadori actuó a modo de imperioso, irónico desahogo. No es, desde luego, una de las picas en Flandes de la trayectoria rothiana, pero su brevedad esconde diversas líneas de reflexión y, desde luego, un maravilloso (por grotesco) sentido del absurdo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario