De la entrevista con la ex general de brigada Janis L. Karpinski publicada ayer por El País:
"Pregunta: ¿Por qué cree que las órdenes de practicar la tortura procedían de lo más alto?
Respuesta: Porque vi un memorándum firmado por Donald Rumsfeld sobre el empleo de estos métodos de interrogatorio. La firma manuscrita estaba sobre su nombre impreso y, con la misma letra, al margen, ponía: Asegúrense de que esto se cumple. Los métodos consistían en obligar a los presos a estar de pie mucho tiempo, perturbarles el sueño y los horarios de las comidas, ponerles música a todo volumen, hacer que se sintieran incómodos con el entorno... Rumsfeld autorizaba estas técnicas específicas.
P: ¿Por qué quiere testificar contra Donald Rumsfeld en este proceso?
R: No es que yo tenga nada contra Rumsfeld. Lo que ocurre es que creo que las personas que tenían que haber cargado con la responsabilidad por lo sucedido no lo han hecho. Es malo acusar a otros de algo, pero acusar a alguien que sabes que no tiene la culpa mientras tú te estás librando de la responsabilidad... eso para mí es señal de cobardía..."
Nota ladradora al margen: Quizá el elemento más turbador no se encuentre en el empleo de la tortura (técnica bastante común y extendida, para qué engañarnos), ni en el frío (por burocrático) modo en que se recomienda su aplicación, sino en el sadismo que denota la leyenda manuscrita al margen del memorándum. Rumsfeld no tiene suficiente con ordenar el sufrimiento de cientos, quizá miles de prisioneros. Además, necesita estar seguro de que esa producción del dolor es llevada a cabo, desligándola sin duda del fin que, según una política ciertamente grotesca, podría justificarla: la obtención de alguna suerte de información sensible para sus intereses.
"Pregunta: ¿Por qué cree que las órdenes de practicar la tortura procedían de lo más alto?
Respuesta: Porque vi un memorándum firmado por Donald Rumsfeld sobre el empleo de estos métodos de interrogatorio. La firma manuscrita estaba sobre su nombre impreso y, con la misma letra, al margen, ponía: Asegúrense de que esto se cumple. Los métodos consistían en obligar a los presos a estar de pie mucho tiempo, perturbarles el sueño y los horarios de las comidas, ponerles música a todo volumen, hacer que se sintieran incómodos con el entorno... Rumsfeld autorizaba estas técnicas específicas.
P: ¿Por qué quiere testificar contra Donald Rumsfeld en este proceso?
R: No es que yo tenga nada contra Rumsfeld. Lo que ocurre es que creo que las personas que tenían que haber cargado con la responsabilidad por lo sucedido no lo han hecho. Es malo acusar a otros de algo, pero acusar a alguien que sabes que no tiene la culpa mientras tú te estás librando de la responsabilidad... eso para mí es señal de cobardía..."
Nota ladradora al margen: Quizá el elemento más turbador no se encuentre en el empleo de la tortura (técnica bastante común y extendida, para qué engañarnos), ni en el frío (por burocrático) modo en que se recomienda su aplicación, sino en el sadismo que denota la leyenda manuscrita al margen del memorándum. Rumsfeld no tiene suficiente con ordenar el sufrimiento de cientos, quizá miles de prisioneros. Además, necesita estar seguro de que esa producción del dolor es llevada a cabo, desligándola sin duda del fin que, según una política ciertamente grotesca, podría justificarla: la obtención de alguna suerte de información sensible para sus intereses.
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