jueves, enero 20, 2005

El mal menor, el mal peor

Un día después de que las declaraciones de Juan Antonio Martínez Camino, secretario general de la Conferencia Episcopal Española, condujeran el pensamiento eclesiástico hasta los albores del siglo XX (casi cuatrocientos años de golpe y porrazo, avance nada desdeñable), las aguas han comenzado a volver a su cauce. Dijo Martínez Camino, tras reunirse con la ministra de Sanidad, Elena Salgado, que “los preservativos tienen su contexto en una prevención integral y global del sida”. Con la habilidad metonímica que la caracteriza, la prensa nacional tomó al componente por la institución y anunció a los cuatro vientos que “La iglesia acepta el uso del preservativo”. Aparentemente, el Vaticano se despachó con un “sin comentarios” (aunque es de suponer que suerte tiene el amigo secretario general de que el vudú sea considerado por aquellos fueros práctica pagana y pro-satánica). Pero, no fuera alguien a pensar que quien calla otorga, ahí surgió la figura de José Luis Redrado, secretario del Consejo Pontificio para la Pastoral de la Salud, dispuesta a desinflar las ilusiones de la industria profiláctica. Y, acto seguido, el Episcopado se descolgó con una nota titulada Sobre el sida y el preservativo, que contó con el visto bueno de Roma antes de ser enviada a los medios. He aquí, exiguamente comentada, la visión de la Iglesia Católica Apostólica Romana sobre el asunto:
Existen cuarenta métodos para evitar el sida, pero no todo lo que producen los laboratorios se puede utilizar. Es necesario tener en cuenta los aspectos morales” – En efecto, es sabido y reconocido que, en determinados contextos de inmoralidad, los medicamentos son víctimas de su propia conciencia y se colapsan provocando efectos inversos a los esperados. Del mismo modo, no deberíamos tentar al creyente, cuyo subconsciente sin duda buscará reventar el preservativo (y anular su acción) a través de una mayor fricción y/o violencia en el embate amoroso.
La falsa confianza creada lleva a mayor promiscuidad y a más contagios” – Pues claro que sí. Cualquiera que haya utilizado un preservativo sabe que, nada más desprenderse de él, los deseos de abrir la caja, extraer otro, colocarlo y darle vidilla resultan de una violencia desmesurada.
La abstención de relaciones sexuales indebidas y la fidelidad mutua entre los cónyuges constituyen la única conducta segura generalizable frente al peligro del sida” – Paralelamente, podríamos prevenir la alopecia eliminando el uso de peines y evitar la obesidad alimentándonos única y exclusivamente de hojas de lechuga y algún que otro tomatito.
La iglesia colabora eficaz y racionalmente en la prevención del sida” – Por evidente, me remito a la doctrina vaticana sobre la polémica: sin comentarios.
Sabe casi mal ironizar groseramente sobre una postura tan trasnochada. Se cae en la obviedad y tal. Pero no conviene olvidar los muchos peligros que la acompañan. Dicho de otro modo, uno se pregunta por la confesión del médico o ATS que el pasado fin de semana se negó a suministrar un supositorio a un bebé de siete meses con gripe aduciendo que tal medicamento fomenta la homosexualidad.

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