lunes, febrero 28, 2005

Apostillas II: Sobre la nacionalidad del sufrimiento

Aparecido en El País del domingo 27 de febrero de 2005:

JOSÉ COMAS: "Una pregunta sobre una cuestión de actualidad, el 60º aniversario del bombardeo de la ciudad de Dresde. Tengo la impresión de que se ha roto un tabú, el de hablar de forma abierta sobre los sufrimientos de los alemanes."
JOACHIM FEST: "¿Es que los alemanes no sufrieron? Naturalmente que sufrieron."
JOSÉ COMAS: "Durante mucho tiempo ése fue un tema tabú. ¿Es sano que haya dejado de serlo?"
JOACHIM FEST: "Mire usted, es un derecho de la persona recordar a sus muertos. Yo nunca me atuve a que no debía hacerlo. ¿Quién me lo va a prohibir? Entre mis parientes hay 30 personas asesinadas, violadas, matadas por rusos y polacos. Naturalmente que pienso en ellos. (...) Ése es un sufrimiento quizá mayor que el de otros."
JOSÉ COMAS: "¿Por qué?"
JOACHIM FEST: "Porque un francés siempre puede decir que su marido o sus hijos murieron por la gloria de Francia. Un alemán no puede decirlo, lo llevaron a la guerra de Hitler y murió..."

Quizá se pierda un poco, el insigne historiador, en esta última respuesta. Precisamente porque unos párrafos antes venía explicando las muchas causas que confluyeron para conducir a Alemania al nazismo y a la invasión de Polonia. Hablar de "la guerra de Hitler" resulta tan extremista como negar el sufrimiento del pueblo germano. Pero la Segunda Guerra Mundial fue, a todas luces, la guerra de Alemania. Una guerra con el plus de perversidad derivado de la Solución Final y los campos de concentración, de acuerdo, pero una empresa colectiva y notablemente popular, cuando menos mientras las cosas pintaron bien. El pueblo alemán tuvo un alto grado de culpa. Su silencio otorgó, su inocencia costó millones de muertos. Pero no alcanzó el grado de culpa suficiente para seguir negándole la humanidad que aquí reclama Fest.

martes, febrero 22, 2005

La cara amable del Mal

Sobre "El hundimiento"

Hay expresiones artísticas que agotan en sí mismas cualquier posibilidad de réplica. Todo comentario deberá correr paralelo a su propuesta, difícilmente se separará de ella para transitar los caminos del juicio personal o de la fantasía también subjetiva. El hundimiento ("Der Untergang") no es una película dramáticamente redonda ni mucho menos. Pero enumerar sus dos o tres faltas carece de sentido. Porque El hundimiento es una obra necesaria, quizá imprescindible para comenzar a cerrar en lo social y lo estético un fragmento atroz y por ello drásticamente significativo de la historia occidental reciente. Al contrario de cuanto desde muchos medios se ha destacado, no es en la sublime interpretación de Bruno Ganz que El hundimiento halla su razón de ser. Satanizar a Hitler, pretender que su locura iba acompañada de la más monstruosa inhumanidad, de la incapacidad para padecer enfermedades o para expresar emociones de corte tirando a amable, es una chiquillada. Claro que aceptar el Mal absoluto facilita a su vez la creencia en el Bien supremo, pero esa es otra historia. Aunque Ganz borda su papel, no creo que las aristas corteses o cariñosas de la personalidad del führer deban sorprendernos. Y El hundimiento, en cualquier caso, dista mucho de anclarse en ellas.
La película de Oliver Hirschbiegel, como los libros de Joachim Fest (historiador) y Traudl Junge (la “secre” de la criatura) en los que se basa, indaga en las culpas y consiguientes penas de una nación que se dejó seducir por la locura y pagó por ello un altísimo precio. Sesenta años después, Alemania no ha logrado hacer las paces con su pasado antisemita, con el peso de una Solución Final de seis millones de muertos que carga su conciencia. Pero ignorar el propio dolor no ayudará a superar tal situación. Hasta hace relativamente poco, las violaciones masivas de mujeres germanas por las tropas soviéticas y el bombardeo genocida de las fuerzas aliadas sobre núcleos civiles, por poner solo dos ejemplos, eran tema tabú más allá del Rhin. ¿Acaso experimentaron Winston Churchill o Arthur “Bombardero” Harris una culpa similar por los centenares de miles de muertos que causaron sus orgías voladoras cuando el enemigo se encontraba ya tirado sobre la lona? ¿Ha examinado el pueblo británico su responsabilidad general en tal asunto? Y no olvidemos que, si la batalla de Inglaterra y los U2 sobre Londres sirvieron de justificación a las huestes de San Jorge, el auge del nacionalismo alemán, Bismarck aparte, había quedado sentado en los mismos abusivos tratados que pusieron fin a la primera guerra mundial (algo que El hundimiento expresa a la perfección a través de los miembros de esa vieja guardia casi prusiana que se niega a capitular y a sufrir de nuevo la humillación de 1918).
Ya en La cruz de hierro osó Sam Peckinpah utilizar el punto de vista del ejército alemán, destacar sus infamias y atropellos pero, también, admitir en sus filas a hombres de honor incapaces de escapar al signo de los tiempos. Erwin Rommel y los ideólogos del atentado contra Hitler también han gozado de buena prensa en el cine. Y, más allá de la frivolidad de Eva Braun y del fanatismo de Goebbels, El hundimiento vuelve a dar voz a quienes cayeron en tan dantesco torbellino sin sacrificar en el envite la totalidad de su cordura. Es gracias a tales personajes que la película se vuelve compendio de todas las tragedias shakesperianas y mantiene al espectador pegado a su butaca durante dos horas y media largas. Pero también está ahí el documento histórico, de una rigurosidad intuyo que admirable. E, insisto, la posibilidad de experimentar el drama en la piel de quienes lo sufrieron en última instancia. Debemos recordar el gueto de Varsovia, Auschwitz y Stalingrado. Pero debemos también comenzar a recordar a idéntico nivel Hamburgo, Berlín y Dresde. Es ahí, desde la nacionalidad misma de la producción, en su valentía revisionista y en su imparcialidad (a Hitler lo que es de Hitler) que El hundimiento se vuelve una obra ejemplar, un testimonio imprescindible, una expresión artística destinada a levantar ampollas a fin de cerrar por fin viejas y más profundas cicatrices.

domingo, febrero 20, 2005

Semánticas sobre la mesa de Txeroki

En este mundo de símbolos, la hermenéutica debe antojársenos imprescindible. Una disciplina falible, escasamente científica si se quiere, pero vital para moverse en el brutal choque de códigos que caracteriza la post-posmodernidad. Cualquiera con dos nociones de lingüística sabe de los muchísimos puntos débiles que caracterizan la comunicación. Que el mensaje pueda ser analizado lejos de su marco contextual es una utopía largamente superada (las connotaciones de un “tengo hambre” mientras entras en la cocina son unas; decir “tengo hambre” en el lecho, junto a tu pareja, esbozando una sonrisa libidinosa y arqueando las cejas... en fin, que descomedimientos al margen estaríamos trabajando sobre un significado bastante diferente). En última instancia, además, todo está sujeto a convención: nos detenemos ante un “Stop” por conocimiento extrínseco, previo, no debido directamente a la forma hexagonal, color rojo y cuatro letras blancas impresas en el centro de esa señal. Cuando una de las partes desconoce el acuerdo general implícito se produce una decodificación plagada de errores (o divergencias entre la voluntad del emisor y la inferencia del receptor). Y así es más que posible que tu pareja, en vez de despojarse del negligé, se levante del lecho para prepararte un bocata de mortadela, o que te dejes la piel en un cruce de carretera.
Sentado todo ello, debo manifestar que siempre he sido firme creyente en la necesidad de un diálogo para solucionar el así llamado conflicto vasco. Durante mucho tiempo, ingenuo de mí, supuse que las partes negociadoras debían ser repartidas entre el gobierno español y ETA, que el fin de la violencia y una serie de reconocimientos para con Euskadi acabarían con esta situación anacrónica que demasiadas vidas se ha cobrado ya. A continuación intuí, ágil yo, que la amenaza de matar resulta de una obscenidad tal que no hay contraoferta que valga. ETA debía desaparecer de la ecuación, pero no así los partidos nacionalistas vascos que con más o menos trampas se hubieran mantenido fieles al juego democrático. Y suspiré por la aparición de un Gerry Adams en el seno de HB (o Batasuna, o como quiera que se llame a día de hoy). Pero he aquí que la justicia demostró que la connivencia entre HB (Batasuna, etc.) y ETA iba más allá de lo meramente ideológico, y la representación política de un pequeño pero significativo espectro de la población vasca quedó ilegalizada. En fútbol, la progresiva expulsión de jugadores desemboca en una suspensión del partido. ¡Pero quedaba una última opción! ¿Y si el Plan Ibarretxe sirviera para conducir a posiciones más moderadas a ese Euskadi violento y profundo que sigue creyéndose necesitado de violencia para subsistir? ¿Y si una reforma planteada desde la democracia devolviera a la sociedad vasca al modus operandi más civilizado, a un marco para el debate no salpicado de sangre, a un ámbito donde la mayoría decide y la minoría se presta al activismo socrático en espera de tiempos mejores para sus convicciones? Pero el asunto salió tarado de fábrica cuando el lehendakari tramitó su propuesta gracias a tres votos de Batasuna. Y, cada vez que el PNV ha defendido (con gesto cínicamente electoralista) el derecho del radicalismo vasco a concurrir a las próximas elecciones autonómicas, el Plan ha sumado nuevas grietas.
Recientemente hemos sabido que Txeroki, máximo responsable de ETA, estima oportuno que, en la actual tesitura, sus comandos pongan más muertos “sobre la mesa”. Mensaje moralmente abominable que quizá valga la pena recuperar en el terreno de la semántica. ¿De qué mesa habla Txeroki? De la mesa de negociación, inferimos. Será que ETA quiere negociar... Pero, ¿no habíamos intuido, y no han dejado suficientemente claro los sucesivos gobiernos españoles, que no hay negociación posible con cadáveres sobre la mesa? Ante quienes esgrimen el código de la amenaza y la muerte, un código exiliado y exiliante de todo orden social, sólo cabe una respuesta: la represión por parte de los correspondientes órganos democráticos, siempre rigiéndose a partir de las debidas formas democráticas. Ahora bien, algo más allá... ¿Qué efecto busca crear Txeroki? Conocidos el emisor y el contenido del mensaje, nos resta identificar a su receptor. Se trataba, en primera instancia, del activista Javier Pérez Aldunate, quien por cierto había detenido su labor terrorista para no perjudicar la negociación que él suponía se estaba dando entre la banda y el estado. En segunda instancia, es lícito presumir que Txeroki se dirigía al abanico de los suyos, a la esfera del radicalismo vasco. La negociación implica un tú a tú entre ETA y el gobierno (cuando hoy día la balanza de poder se encuentra descaradamente a favor del estamento oficial), habla de partidas y contrapartidas, del reconocimiento de lo válido de tus reclamaciones y de un futuro de consecuciones políticas. La mesa de Txeroki es para ellos una tierra prometida, es el Walhalla, el Paraíso lleno de mujeres vírgenes con que una mafia de asesinos intenta seguir granjeándose los favores de la sociedad, de su sociedad. Para nosotros, la mesa de Txeroki es un concepto trampa, un infierno de miembros despedazados y tiros en la nuca. Muchos ejemplos se pueden extraer del proceso irlandés. Uno, quizá el principal, es que el terrorismo nacionalista persigue ante todo su propia persistencia, que su persistencia se basa en el poder, que ese poder se debe tanto al ejercicio de la violencia como al apoyo popular a sus coartadas políticas, y que, incluso una vez superadas tales coartadas políticas, los terroristas seguirán ejerciendo la violencia mientras no se vean obligados a abandonarla. Pero otro ejemplo no menos trascendental es el de necesidad de una negociación. No con ETA, eso queda claro. Pero sí con quienes creen en ella y le sirven de sostén, aquellos que votan abertzale pero que nunca se harán al monte para aprender a asesinar al prójimo. La hidra del conflicto vasco pide a gritos que guillotinen una de sus cabezas, pero hay otras que deben ser atendidas y comprendidas. Nuestra única responsabilidad radicará en saber dar (y tratar) con ellas.

jueves, febrero 17, 2005

Hay otros mundos...

Y uno de ellos le pertenece en régimen de exclusividad. Ryan “descerebrado” Adams se convierte, por méritos propios, en el primer personaje que repite entrada en este weblog. Todo un honor que llega motivado por dos circunstancias. La primera, que esta mañana he estado re-escuchando el CD pirata de su participación en Crossroads, donde Sir Elton John y él compartieron temas de sus respectivas carreras en formato de dúo tan delirante como sugerente. La segunda, que he cometido el grato error de entrar en su página web (www.ryan-adams.com). Una página web que se antojaba vacía salvo por una hipnótica espiral (en lo visual) y una canción (en lo sonoro)… hasta que, por sorpresa, un mensaje aparece en la pantalla. Se trata del link a la grabación de una charla entre Adams y dos capitostes de su discográfica, Lost Highway. Alarmados por los entre quince y veinte mensajes de voz que el cantante les dejó de madrugada, los ejecutivos deciden llamarle. Ryan responde en su proverbial estado de incoherencia y “me creo muy simpático, oye”. Y la conversación que se sucede resulta digna de los legendarios Spinal Tap. Sin ánimo de fastidiar la carcajada del cibernauta curioso, algunas perlas del diálogo para besugo y orquesta radican en:
* La sorpresa del músico ante la indignación (poco) contenida que suscita su single Helicopter Soup.
* La reacción de los mandamases frente a la noticia de que Adams pretende publicar seis o siete discos a lo largo del año (aquí habíamos avanzado la inminencia de los tres primeros).
* La fase de intoxicación psicotrópica en que se halla una de las partes conversantes.
* La noticia de que el cantante quiere retirar del mercado sus álbums previos para publicarlos de nuevo bajo el nombre artístico de Mechrobioticon.
* El acuerdo final al que llegan los unos y el otro: Adams no editará Helicopter Soup a cambio de que su web pase a llamarse www.mechrobioticon.com.

miércoles, febrero 16, 2005

Esfuerzos de Billy Pilgrim

GOD GRANT ME
THE SERENITY TO ACCEPT
THE THINGS I CANNOT CHANGE
COURAGE
TO CHANGE THE THINGS I CAN
AND WISDOM ALWAYS
TO TELL THE
DIFFERENCE (*).


* (QUE DIOS ME OTORGUE / LA SERENIDAD PARA ACEPTAR / AQUELLO QUE NO PUEDO CAMBIAR / VALOR / PARA CAMBIAR CUANTO QUEDE A MI ALCANCE / Y LA SABIDURÍA / PARA DIFERENCIAR SIEMPRE / ENTRE LO UNO Y LO OTRO).


Así reza el cartel que pende de uno de los muros del despacho de Billy Pilgrim. “Entre las cosas que Billy Pilgrim no podía cambiar se encontraba el pasado, el presente y el futuro”. En su pasado, Billy Pilgrim había sido un adolescente soldado norteamericano de la Segunda Guerra Mundial. Capturado por los nazis, se encontraba en Dresde los días 13 y 14 de febrero de 1945, martes y miércoles, cuando la aviación aliada descargó tres raids sobre la llamada “Florencia del Elba”. Los dos primeros correspondieron a la RAF, que empleó 759 naves; el tercero vino firmado por 311 bombarderos de Estados Unidos. En total, más de 4.500 toneladas de explosivo fueron lanzadas sobre la ciudad. Cuentan que la columna de humo resultante se elevó a una altura de cuatro kilómetros y medio. Entre 35.000 y 250.000 personas murieron despedazadas, carbonizadas o asfixiadas (Dresde contaba con unos 100.000 habitantes, pero al no ser considerada objetivo bélico, pues no había en ella industria militar ninguna, había recibido a miles de refugiados). Billy Pilgrim sobrevivió al hallarse recluido en un matadero de las afueras, lejos del infierno que se desató sobre quince kilómetros cuadrados del centro histórico. En su futuro, Billy Pilgrim iba a soñar repetidas veces que la historia se daba de forma diferente. Apelaría incluso a los trafalmadorianos, una raza extraterrestre con hábitos cronológicos distintos a los de la humanidad. Pero no hubo caso. Sesenta años después no lo ha habido, al menos.
Que Dios nos otorgue la serenidad, pues…

martes, febrero 15, 2005

Las dos caras de James Matthew Barrie

Se embarca Finding Neverland en diversas empresas, y no de todas ellas sale victoriosa. Las relaciones entre James Matthew Barrie y la familia Llewelyn-Davies llevan el peso del relato, y lo hacen (para sorpresa de un servidor) con las dosis adecuadas de sentimentalismo, limitando la tan sórdida como elemental duda popular a los comentarios de algún personaje periférico (a fin de cuentas, sobre Barrie no se cierne el peso de la evidencia, como sí sucede en el caso de Lewis Carroll). Apenas se profundiza en el síndrome de Peter Pan del escritor, una presencia poco definida pese a los esfuerzos de Johnny Depp por prestarle el debido acento escocés. Y, en cambio, también de forma consecuente, acierta el guión en las dos o tres pinceladas que al oficio de escritor dedica. Mary Ansell Barrie abandona a su marido por las atenciones que éste dedica a Sylvia Llewelyn-Davies y sus retoños, pero su malestar tiene origen en el hecho de haberse casado con una persona que pasa ocho horas al día encerrada en su despacho, escribiendo, y que jamás acaba de regresar a la realidad pues, terminada la jornada laboral, en el interior de su cabeza sigue desarrollando su historia y puliendo las voces hasta entonces escogidas. En una de las secuencias más transparentes a la par que reveladoras del film, Mary justifica su desazón vital: “al casarme contigo, pensé que me llevarías a ese lugar mágico donde encuentras las palabras”. Y James Matthew responde: “Tal lugar no existe”. A diferencia de Neverland, podría haber añadido. Pero los terrenos de Neverland pertenecen al condominio de la genialidad de Barrie, no al más general contexto de la dedicación literaria en términos profesionales. Al igual que su famosa criatura, Barrie es una figura trágica. Se da en él un desencuentro existencial entre deseo y realidad; la infancia, quizá el período más marcado de nuestras vidas, es también el que antes y más radicalmente se presta a desaparecer. De forma harto lacaniana, el escritor sublima una ausencia a través de la palabra. Y, en la palabra, sirviéndose de una segunda parte contratante (aquí la audiencia infantil), tal ausencia se vuelve presencia. Presencia fantástica, imaginada, pero presencia al fin y al cabo.
Tal es el gran éxito de Barrie. Un triunfo que Finding Neverland transmite de forma notable. Lástima que no acierte a mostrar con igual intensidad la otra cara de la moneda. Porque la lucha contra el tiempo es una causa perdida. Al no revelarnos el dolor que de esa batalla diaria se deriva, la aceptación del desastre, el escritor queda retratado como un ingenuo, un iluso, un Quijote que se siente capaz de vencer a la muerte (la ausencia definitiva, ya del objeto ya de la palabra). Barrie el poeta se convierte en Barrie el iluminado. Y quizá Barrie fuera, en efecto, un pobre loco. Pero intuirlo consciente de su derrota otorga un brillo especial a esa vieja figura de verde uniforme que, noche tras noche, sigue asomando más allá del ventanal de nuestros sueños.

jueves, febrero 10, 2005

La garganta que agoniza

Sexo y política son disciplinas que, para bien o para mal, suelen llevar las riendas de nuestra existencia. Tradicionalmente se habló de vicios privados y virtudes públicas, pero cualquier hijo de vecino con dos dedos de experiencia y uno de criterio sabrá de lo virtuosa que puede resultar una sesión de alcoba, y de la inmoralidad que a menudo rodea las decisiones y actitudes de nuestros dirigentes. Es así que, si somos afortunados, quizá en nuestro propio domicilio haya una pareja dispuesta a hacernos el amor, pero de puertas hacia fuera siempre existirá un representante del pueblo dispuesto a follársenos de la peor manera.
Sexo y política, política y sexo. Jamás esta relación se reveló tan evidente como en el año de Nuestro Señor de 1972. Prueba de la acusación #1: Durante la madrugada del 17 de junio, cinco personas son detenidas por irrumpir en las oficinas del Comité Nacional Demócrata, sito en el complejo Watergate de la capital del país de las barras y estrellas. Fue el inicio de un escándalo que, gracias a las sucesivas revelaciones de The Washington Post, acabaría culminando dos años después con la dimisión de Richard Nixon. Prueba de la acusación #2: El 15 de noviembre se estrena la primera película porno legal de la historia de Estados Unidos. Alegaciones de la acusación: Tanto la fuente secreta de los periodistas Carl Bernstein y Bob Woodward como el citado film recibieron idéntico apelativo, “Deep Throat” (esto es, “Garganta profunda”).
Analogías tirando a jugosas al margen, más de treinta años después el Deep Throat en su variante política está agonizando (o al menos eso asegura John W. Dean, antiguo consejero de Nixon, en un editorial publicado por The Los Angeles Times el pasado domingo). Y todo parece indicar que The Washington Post se mantendrá fiel a su promesa de revelar la identidad del legendario confidente toda vez éste haya fallecido (posiblemente a través de su propia necrológica). Uno de los secretos mejor guardados de la segunda mitad del siglo XX (también una de las demostraciones de rigurosidad periodística más loables de la historia) será en breve desvelado. Quizá nunca sepamos quien mató a Kennedy, pero este cronista crepuscular ahora mismo no cabe en sí de la anticipación.

miércoles, febrero 09, 2005

El salto mortal de la cultura

Cuando uno enseña a un niño a escribir, ignora si ese niño acabará ejerciendo de beatífico misionero y dedicando su vida a los demás o entrando en un centro comercial con un AK-47 y asesinando a decenas de personas. Existe la intuición (quizá meramente la esperanza) de que cuanto más conocimiento humanista albergue el chaval, más le costará caer en la irracionalidad que implica desplegar una violencia ciega contra el prójimo. En ocasiones, no obstante, toda educación se revela insuficiente. Contraproducente, incluso, pues su receptor acaba sirviéndose de ella para propagar a través de las bellas artes sus obscenas convicciones. Convendremos en que la cultura, un cierto grado de cultura, no garantiza gran cosa.
También sorprende que, de tanto en tanto, sean las ciencias más preocupadas por el bienestar del ser humano las que arrojan los peores monstruos a la arena de la historia. Josef Mengele era médico, pero eso no le impidió torturar y exterminar a centenares de internos de los campos de concentración nazis entre 1941 y 1945. Y, cincuenta años después, el psiquiatra Radovan Karadzic fue responsable de la limpieza étnica serbia durante la guerra de Bosnia, política genocida que se saldó con 250.000 asesinatos. En ambos casos, el criminal se sirvió de su formación y títulos para propulsarse en un doble salto mortal hacia la locura y la destrucción. Es probable que la semilla del psicópata anidara en sus genes mucho antes de que recibieran la primera lección universitaria. Pero resulta posible a su vez que la suma de conocimientos (y el carácter muchas veces selectivo de lo que aprendemos) condujera a una magnificación del ego que habría de revelarse trágica para el común de la humanidad.
No satisfecho con hazañas como la del sitio de Sarajevo (cómo estarlo, si quedan tantos y tantos musulmanes en pie), el fugitivo Karadzic se dedica ahora a las letras, y acaba de publicar en Serbia La milagrosa crónica de la noche, obra que viene cosechando un notable éxito popular y que ha sido seleccionada entre los finalistas de la Flor de Oro, principal galardón literario del país. Junto a ella, en las listas de más vendidos, aparece por cierto Trinchera de hierro, novela bélica que firma Milorad Ulemek, el sangrantemente célebre Legija (o Legión), brazo tan ejecutor como impasible de la solución final ideada por el anterior y, de paso, responsable del magnicidio de Zoran Djindjic. Hermosa pareja de baile para encontrar en los salones libreros. Más allá de la visión que están perpetuando (generadora desde ya de tendencias revisionistas y teorías sobre la conspiración anti-serbia en Occidente), uno se pregunta qué se habrá hecho de los profesores que intentaron instruir a los pequeños Rado y Milo en sus más párvulos días. Dan ganas de celebrar con ellos su éxito a la hora de enseñarles a escribir. También, de llorar con muchos otros el que su formación resultara impermeable a tantos y tan imprescindibles valores humanos.

martes, febrero 08, 2005

Mafia y masturbación, panorama literario USA

Mafia es el juego de moda entre la sociedad modernillo-neoyorquina (o cuando menos lo fue hará un par de temporadas). La masturbación es una práctica inmemorial que, generación tras generación, sigue provocando el entusiasmo de hombres y mujeres de todas las edades. Jonathan Lethem es, posiblemente, el mejor escritor “joven” del país de las barras y estrellas. Chuck Palahniuk se ha erigido, desde El Club de la Lucha, en el gran referente literario de ese crisol de tendencias, prácticas, organizaciones no gubernamentales y luchas a pie de calle que se retuerce poliforme bajo la etiqueta de “lo alternativo”. Hechas las debidas presentaciones, entremos en materia.
Mafia y Lethem. Masturbación y Palahniuk. The Vision y Guts. Dos relatos de estilo muy diverso pero que comienzan a señalar los caminos que podría recorrer la narrativa norteamericana durante las primeras décadas de este siglo XXI.
The Vision, cuento que abre la recopilación Men and Cartoon, no deja de ser una apostilla a la monumental La fortaleza de la soledad (Mondadori, 2004). Su protagonista, vecino de la calle Henry de Brooklyn, es convocado a una reunión en la casa de un antiguo compañero de colegio. Con él son quince los invitados que se disponen a jugar al Mafia: tres de ellos (los que extraigan las cartas rojas del mazo) deben conspirar contra el Pueblo, conformado por el resto de los presentes menos el Narrador. Bajo la dirección de éste, cada día el Pueblo señala a un supuesto mafioso y procede a exiliarlo; cada noche, mientras los inocentes permanecen con los ojos cerrados, los Corleone de andar por casa eligen mediante señas a una víctima, y decretan su asesinato. Así, el pueblo vencerá si acierta y proscribe al enemigo correcto. Y la Mafia se llevará el gato al agua si consigue liquidar a todo quisque sin que al menos dos de sus miembros sean descubiertos. Nuestro narrador se revela bastante patoso en el desempeño del juego (entabla una conversación íntima con la mujer que se sienta a su lado, para desconfianza de la turba). Pero la rápida descalificación le permite recorrer la casa a su antojo, e introducirse en el dormitorio de su anfitrión a la busca de cierto traje de súper-héroe…
Guts fue publicado en exclusiva por la edición yanqui de Playboy, pero será sin duda la narración estrella del inminente Haunted, colección de relatos con la que Palahniuk pretende postularse como “el Stephen King del siglo XXI”. Guts carece de argumento. Un narrador se limita a describir, con escabroso lujo de detalle, los peligros de ciertas prácticas onanistas. La primera tiene que ver con la cera de una vela, y se traduce, si mal no recuerdo, en la pérdida traumática de un riñón. La segunda cuenta con una piscina por escenario, y sus resultados discurren entre lo sencillamente atroz y lo largamente indescriptible.
Aunque redactada con elegante sencillez, The Vision no destaca en lo estilístico. Pero incide en el encuentro, tiempo ha propuesto por el autor, entre narrativa tradicional y cultura popular. Criado en la confluencia de varios géneros habitualmente denostados desde las alturas (la ciencia ficción, el noir…), Lethem traslada ahora la temática de súper-héroes a los parajes propios de un John Cheever o un Richard Ford; se atreve incluso a darle la voz solista en esa inmensa orquesta socio-generacional que es cualquier gran novela americana que se precie (léase la ya citada La fortaleza de la soledad).
En Palahniuk, por otro lado, el estilo ampara todo lo demás. Palahniuk es un género en sí mismo, abre su propia senda, discurre por ella y la deja cerrada tras sus pasos, sin opción a que le broten continuadores. Dueño de un admirable vitalismo neo-Nietzcheano, Palahniuk dispara a discreción sus ráfagas de frases cortas y afilados conceptos, desafía la indiferencia del más pintado y se recluye en su hogar de Portland mientras la leyenda crece a su alrededor. Es precisamente lo poderoso de su voz lo que le llevará a no pasar de moda. Debidamente contextualizadas, sus amenazas responden en realidad a los miedos más primigenios.
Lethem es un placer para las vísceras intracraneales.
Palahniuk apunta directamente (y con notable éxito) al centro de gravedad de nuestras entrañas.
Entre ambos, la escena literaria al otro lado del charco trasciende el ahora y se proyecta explosiva hacia el futuro. No dejen de leerlos, el crimen organizado y el sexo más peculiar están garantizados.

lunes, febrero 07, 2005

¿Love is Hell? ¡¡¡Rock n’Roll!!!

Sus días en Whiskeytown le valieron la etiqueta de “niño prodigio” del country alternativo, y a fe que sólo de “adolescente” cabe tachar la trayectoria posterior de Ryan Adams. Su ascenso a la categoría de rockstar (gracias al magnífico Gold) vino acompañado de actitudes descerebradas inéditas en la industria desde los días en que Jim Morrison se masturbaba sobre un escenario y Led Zep organizaba misas negras con su ejército de groupies. Nada especialmente grave, claro: caprichos y excentricidades que el chaval debe entender cual fruto de su genialidad y que a la postre simplemente sirven para hacer feliz durante un par de semanas al mundillo de la prensa musical (¡gracias, tío, te queremos!). Servidor fue testigo de una de tales exhibiciones durante el concierto celebrado en la sala Bikini de Barcelona el 11 de febrero de 2002: bastante bebido de antemano, Adams detuvo el show tras cuatro o cinco canciones para instruir a una de las camareras en la preparación de su combinado favorito. Acto seguido, se tiró contra el público en diversas ocasiones. Y, cuando tras una de ellas, de regreso sobre la tarima, reparó en que había perdido un zapato, decidió suspender la función. “No zapato no música”, anunció el propio hermano de Adams en perfecto castellano. El fetichista de turno no se dio por aludido y la función quedó finiquitada (un par de semanas más tarde el músico saltarín se destrozaba el brazo derecho saltando desde un escenario británico, lo que obligó a cancelar la gira).
Anécdotas al margen, la reciente historia discográfica del amigo ha sido también objeto de polémica y desencuentro. En 2003 completó un álbum doble de corte intimista que su compañía se negó a editar a menos que… Adams se plegó a su voluntad: para que Love is Hell viera la luz (en dos partes), escribió y grabó en tiempo récord ese vómito mainstream-irónico que es el bastante notable y no menos gamberro Rock n’Roll. Y ahora se anuncia, de cara a este 2005, un triple lanzamiento: otro disco doble (Cold Roses, que debería aparecer el 19 de abril) y dos álbums sencillos, Jacksonville (la ciudad donde nació) y 29 (habida cuenta que vino al mundo el 5 de noviembre de 1974, ¿será la edad que contaba al grabar las canciones aquí contenidas?). Y no diré que no lo celebro. No diré que no me embarga la anticipación. Ryan Adams es un tarado (lo viví en carne propia, cuando tuve que entrevistarle para el número de GO de diciembre de 2003 y canceló la charla hasta en siete instancias). Pero es un tarado genial. Un tarado genial al que no me importa reclamar como propio. Rock n'roll, sin duda...

jueves, febrero 03, 2005

Apostillas I: El PP, el lenguaje y los monos

Me estaba preguntando cómo se mide el éxito de unas elecciones en un país como Irak (en las circunstancias en las que se encuentra un país como Irak) cuando reparé en la obviedad: éxito es que alguien, una sola persona, desafíe los coches bomba para depositar su voto; dos personas representarían dos éxitos, y así sucesivamente. Éxito rotundo, pues, contrariamente a lo que un servidor había intuido desde esta página. Aunque en el llamado “triángulo suní” la participación fuera mucho menor que en otras zonas, me ratifico: el pasado domingo, cada sufragio babilónico fue un éxito. Un éxito del que Estados Unidos es relativamente culpable. En el afán por reconocérselo, casi dan ganas de obviar el multimillonario agujero en las finanzas petrolíferas que han dejado los virreyes de Bush Jr. Casi…
Ha sido una semana pródiga en movimientos de ficha relacionados con algunos recientes ladridos. Hace pocos días, el gran Josep Ramoneda analizaba la política del Partido Popular desde una óptica lingüística; calificaba expresiones del tipo “todos los terrorismos son iguales” como parte de una cultura de la homonimia que suele generar grandes beneficios políticos: el de un discurso sencillo, asimilable y en consecuencia fácilmente transmisible, sin ir más lejos. La homonimia consiste en limitar el significante a la unidad sin importar el número de significados que le correspondan. Puesto que el lenguaje tiende a la economía de medios, puesto que la existencia de un significante para cada significado del mundo real (por no hablar del abstracto) haría de la comunicación una práctica muy poco práctica, los homónimos se vuelven del todo imprescindibles. El PP, no obstante, conduce tan noble recurso a extremos aberrantes. Léanse las palabras de Esperanza Aguirre sobre la supuesta detención ilegal de dos militantes de su partido a raíz de las supuestas agresiones a José Bono y Rosa Díez en la supuesta manifestación de la AVT. Habló la supuesta presidenta de la Comunidad de Madrid en términos de supuesta persecución, y vino a comparar el supuesto contexto pepero con aquel (nada supuesto, manifiestamente terrible) que vivieron los judíos alemanes en los inicios del Tercer Reich. Todo ello en plena “celebración” del sesenta aniversario de la liberación de Auschwitz. Perverso (por planificado) y políticamente irresponsable, claro. Pero tú haz demagogia, que algo queda. Y lo que queda es un batiburrillo de referentes entrelazados sin ton ni son: nazis y socialistas (“nazionalsozialist”, el término ya existía), populares y víctimas del Holocausto, democracia y dictadura… Es una banalización que sólo puede conducir a la representación vacía, por irreal, por falta de correspondencias. A la desaparición del lenguaje. A la muerte de la inteligencia. Qué monos, todos.