jueves, marzo 31, 2005

Aznar a través del espejo

Prosigue la tiñosa pataleta aznarial con un vídeo de catorce minutos sobre el 14-M, obra que ha promovido la FAES (Fundación para el Análisis y los Estudios Sociales) y que lleva el dramático título de Tras la masacre. Cabe decir que servidor no lo ha visionado, y que ha sabido de su existencia y contenido a través de los medios de comunicación. Cabe añadir que nada novedosas parecen sus tesis, pues nada sumarían al discurso con que el PP lleva machacando nuestros oídos desde hace más de un año. Que la sombra de ETA es tan alargada que bien podría cubrir también los sucesos del 11-M. Que el PSOE aprovechó (cuando no organizó) el peor atentado de nuestra historia para hacerse con el poder. Que los entonces gobernantes no escondieron datos a la opinión pública, que jamás marearon la perdiz, que de lo ajustado de su actuación es prueba el que en menos de sesenta horas se produjeran las primeras detenciones de sospechosos. Etcétera.
Pero dejemos la bilis de lado, al menos por un rato.
Centrémonos en un aspecto de aquellas jornadas que quizá convendría clarificar.
Pocas semanas antes de las elecciones presidenciales, José Luis Rodríguez Zapatero I, el Iluminado, anunció que no gobernaría en caso de sumar menos votos que su rival directo. Recordemos las críticas que aquella justa declaración le valió. Parecía un suicidio político. Y es que, por más que el Partido Socialista venía recortando distancia en las encuestas, todo apuntaba a que sería el Partido Popular quien obtendría una mayor cantidad de papeletas. Zapatero cerraba las puertas a un pacto como el que había entregado la Generalitat de Catalunya a Pasqual Maragall I, el Metafórico, y buena parte de la izquierda puso el grito en el cielo.
A una semana vista, el PP era ganador por puntos.
Entonces llegó la tragedia.
Y, tres días después, el PSOE obtenía una victoria clara, por cerca de 1.300.000 sufragios.
La fe del futuro presidente en sus posibilidades había sido digna de alabanza, pero no puede ni debe conducirnos a engaño: algo sucedió entre el 8 y el 14 de marzo, algo que alteró drásticamente la intención de voto de un gran número de españoles.
Hasta aquí, José María Aznar I, el Resentido, tiene algo de razón.
Ahora bien, escoger la opción más espectacular demuestra un grave desconocimiento de la sociedad española. El mismo desconocimiento de su propio pueblo en que suelen incurrir aquellos gobernantes que, endiosados y pretendidamente infalibles, pasan a no ver más allá de sus bigotes. Jamás, en tres décadas largas de terrorismo vasco (más alguna que otra incursión del horror islámico-integrista, amén de GALes y grapos varios), la opinión pública se declaró en contra de sus mandatarios de forma tan rápida y evidente. Por un lado, eso no hay ni Dios que lo orqueste. Por otro, el respeto que esa misma opinión pública ha demostrado hacia las etnias de las que procedían los asesinos del 11-M deja bien claro que algo tuvo que hacer el partido en el poder para ganarse tamaña tunda democrática.
Los “trenes de la muerte” alteraron el resultado de las elecciones, claro que sí. Admitirlo no nos hará daño. Porque no lo hicieron de forma directa, sino en sus ramificaciones. Pese a que nuestra participación en la guerra de Irak había sido una arbitrariedad pepera, una actitud menos oscurantista y atrincherada en el manejo de la información hubiera servido para que los populares se mantuvieran en el poder. Sólo tendrían que haber admitido lo que cualquier observador con dos dedos de frente sabía a las nueve de la mañana del 11 de marzo. Que el modus operandi era de corte alqaediano. Que ETA no tenía la infraestructura para acometer una empresa de tales características. Que no era la Constitución lo que debía unirnos en aquellos momentos, sino el dolor y la repulsa.
En períodos de crisis se tiende a hacer piña. ¿O acaso no se temía, ante las elecciones norteamericanas de noviembre, un atentado que decantara claramente la balanza a favor de George Bush II, el Alelado?
José María Aznar sigue equivocando el enemigo. Pero debe ser difícil enfrentarse a ese enemigo cada vez que uno se mira al espejo…

miércoles, marzo 30, 2005

Viejos nuevos poemas

Al no lograr conciliar el sueño, paseo casa arriba y casa abajo hasta acabar deteniéndome, sin saber muy bien por qué, ante uno de los armarios que utilizo a modo de fichero. De él extraigo dos cajas de zapatos, repletas ambas de los originales de Sonam Gyarma. Para quienes (en buena lógica) no estén familiarizados con mi trayectoria literaria, diré que, antes de publicar Sorbed mi sexo, prologué y edité una selección de 88 haikus amorosos de aquel autor tibetano, a quien conocí durante mis años de estancia en París y a quien, pese al lustro largo de silencio que nos separa ya, sigo considerando un amigo. Repaso uno tras otro esos breves textos, que Sonam escribió en su lengua de adopción, el francés, temo que a menudo saltándose las rígidas normas rítmico-silábicas del haiku (o quizá respetándolas en su tibetano original, traicionándolas simplemente en la traducción simultánea a los usos de Molière). La caja de los descartes representa una punzada tras otra, pues me pregunto cómo tal o cual pieza no halló acomodo en mi antología. Y el caso es que, aprovechando esta weblog, me decido a recuperar (y a traducir laboriosamente al castellano, que se me perdone esta nueva traición...) las siguientes tres composiciones:

A esta hora de calles lluviosas
bandidos que merodean las esquinas
mis sentidos robados al nacer el día.
* * *
No es en silencio, no
que el yak pasta con mayor paz
¿desde cuándo los niños comprendieron el amor?
* * *
Acierta quien claudica
y al abrir un ojo a la mañana
sigue repitiendo viejos nombres.


Y constato, una vez más, cuánto hay de Sonam en mí...

Definitivamente... Wilco

Sirva para completar una entrada de la semana pasada (“Posiblemente...”) este texto sobre “A Ghost Is Born” (Nonesuch / Warner) que escribí para el listado de los mejores discos de 2004 en el número de enero de GO:
No creo que Jeff Tweedy pretenda quedarse solo. Tampoco que su ego se haya hinchado desmesuradamente. Será, si acaso, que tiene cada vez más claro lo que quiere, y que el proyecto Wilco no acepta ya intromisiones. La accidentada grabación de “Yankee Hotel Foxtrot” y la expulsión del amigo Jay Bennett actuaron a modo de invocación; Jim O’Rourke mediante, todos nos llenamos la boca con la supuesta nueva orientación de la banda. Pero Tweedy apenas se había movido, un peldaño hacia arriba como mucho. Lo que Wilco debía ser quedó establecido en una fecha tan lejana como 1996, cuando “Being there”. El que Bennett se pretendiera McCartney no debe engañar a nadie: Tweedy lo toleró porque las prisas no van con su carácter. Pero la Santísima Dualidad había estado allí antes y no tardaría en regresar. Tweedy es Wilco, Wilco es Tweedy. A su alrededor, unos músicos soberbios entregados a transmitir el mensaje. Y dicho mensaje se ha liberado ya de lo terreno: más allá del tiempo (dos temas de “A ghost is born” superan los diez minutos) y de la musicalidad misma (difrútese el ruido final de “Less than you think”), el pop se trasciende a sí mismo. A Tweedy ni le va ni le viene el culto a Tweedy, eso es cosa nuestra. Lo suyo es, sencillamente, brindar su propia banda sonora a la esfera de las almas.

miércoles, marzo 23, 2005

Sobre Terri Schiavo...

Se reedita estos días, con notable perspicacia por parte de El Aleph, Johnny cogió su fusil de Dalton Trumbo, obra a vueltas con la eutanasia que ríete tú, lector crepuscular, de mares adentros y muchachas del millón de dólares. Tiene mal afirmar que uno está a favor de la eutanasia, cuando menos porque desconozco si lo estoy. Sé, y ya es algo, que no puedo posicionarme en su contra. Fe en la libertad individual (siempre moral) por encima de cualquier restricción ideológica o religiosa, claro…
Ignoro, en cualquier caso, si Terri Schiavo debe morir. Intuyo que poco y nada tiene que ver con la raíz etimológica de la palabra “eutanasia” el permitir una agonía de (pongamos) diez días a un cuerpo privado de alimentos y bebida. Y desconfío de una regulación que permite que el tutor de una persona discapacitada sea su ex marido (y digo ex porque, pese a no existir divorcio, Michael Schiavo vive con otra mujer y con los dos hijos que ésta le ha dado: es el “conflicto de intereses” al que se referían los sectores conservadores) antes que cualquier familiar directo.
Nuestro deambular por este mundo está marcado por la interrelación y el lazo emocional. Nadie puede saber si Terri Schiavo daría su visto bueno a la desconexión de las máquinas que la alimentan, si los cuidados que le dispensa su familia le producen aún alguna suerte de bienestar emocional y si esa hipotética dicha es un bien menor que justifica el vivir en estado vegetativo. Sí podemos deducir que su muerte generará angustia y dolor a sus padres y hermana. Es en ellos en quienes pienso, al margen de religiones e ideología. Quizá Terri Schiavo no debería aún conocer la paz que Trumbo le negaba a su Joe Bonham

martes, marzo 22, 2005

Palabra de Ozon: ¿desmontando el amor?

Es desoladora y cínica, la visión que da François Ozon de la pareja en su 5 x 2 (Cinq fois deux) –pensaba a los pocos pasos de abandonar la sala. Cuando el caso particular se hincha hasta llenar toda la pantalla de cine (también cuando lo encuentras en forma de palabras y las lees y éstas pasan a ocupar las paredes internas de tu cabeza), multiplicas y proyectas, generalizas y pontificas. La pareja es esto, nos ha querido decir. El amor es lo otro. La felicidad, aquello que asoma más allá… En la última secuencia del film, la pareja protagonista mantiene un simbólico diálogo en su primer instante de intimidad:
- Me han dicho que esta playa es peligrosa –comenta ella.
- No lo parece, el agua se ve tranquila –contesta él.
- Hay corrientes muy fuertes…
Pero, pocos segundos después, vemos a ambos adentrarse largamente en ese mar de riesgo contrastado, el mar de la pareja y el mar de las emociones. Puesto que los cinco episodios de la película se han presentado de forma cronológicamente inversa, sabemos a la perfección que las citadas corrientes y mareas acabarán despedazando a los personajes, que al matrimonio le seguirán el adulterio y las dudas y el nacimiento de un hijo y las desilusiones y el divorcio… hasta un final/principio que es guinda atroz de todo lo acaecido o de todo cuanto acaecerá. La universalidad del simbolismo líquido y lo significativo de las etapas reseñadas invitan, pues, a pensar que Ozon está sentando cátedra. La única manera de que una historia de amor termine bien es alterando sus coordenadas temporales. Ergo, es imposible que una historia de amor termine bien. Palabra de Ozon.
Ahora bien, parte el realizador galo de un presupuesto cuando menos dudoso (presupuesto por el que se rigen sus personajes a lo largo y ancho del film): que el éxito o fracaso de un proyecto se mide en base a cómo acaba éste. Lo que equivaldría a decir que todos los seres vivos que han habitado, habitan y habitarán este planeta fueron y son y serán unos fracasados, pues su trayecto vital ha culminado o culminará indefectiblemente en la muerte. Y la muerte es un mal final, vamos. Ignoro, científicamente hablando, si la pareja constituye per se un billete sin retorno al desencanto. Pero sí sé que no todas las parejas que han acabado mal merecen ser tratadas en términos de fiasco.
A lo que cabría añadir un aspecto más. ¿Disección estructural de la pareja y el amor? Ni mucho menos. 5 x 2 retrata, a lo sumo, el proceso de demolición de una ilusión femenina. Pues convendremos en que es el personaje de Valeria Bruni Tedeschi el que más alto apuesta y el que peor parado sale del envite. Aunque no inocente (como testimoniamos en el capítulo cuarto), es ella quien una y otra vez se lleva la peor parte en su relación con el inmaduro y egoísta y algo tontaina Stéphane Freiss. Visión cínica y desoladora de la pareja, pensaba yo al abandonar la sala. Qué jodido esto del amor, constaté tirando del hilo de la lógica (ideas afines y tal). Hasta que caí en la cuenta. No hay un solo fotograma de amor en 5 x 2. No hay amor en los encuentros, no hay amor en las conversaciones, no hay amor en el sexo, no hay amor cuando se dice “je t’aime” (obsérvese las condiciones en que los protagonistas efectúan tal declaración: tras huir en un momento de necesidad ajena, tras un adulterio…), no hay amor por ningún lado. Es 5 x 2 un excelente retrato de la devastación que podemos causarnos los unos a las otras, las unas a los otros. No es poco. Pero a su vez poco más hay que de ella se pueda extraer.
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jueves, marzo 17, 2005

Muerte: manual de instrucciones / comisiones

Hay dos formas de dar muerte a un ser humano. Con dolor. Sin él. Pongamos que son en realidad cuatro. Sumar a las dos anteriores la dicotomía: de forma práctica / de forma no práctica. La pena capital, el ajusticiamiento, debería plantearse siguiendo una doble posibilidad combinatoria. Caso de querer que el reo pague en sufrimiento físico (amén del psicológico-espiritual), seleccionar la opción con dolor + pragmatismo. Caso de pretender simplemente eliminar a la oveja negra y rescatar por siempre más a la sociedad de su influencia, escoger la alternativa sin dolor + pragmatismo. Ante todo burocracia, mucha burocracia.
Resulta, no obstante, que el diseño teórico hasta aquí desarrollado se traduce, aún pese a la rotunda globalización de los tiempos que corren, en un amplio abanico de variantes culturales. Los yanquis te atan a una silla y te fríen el cerebro. Los chinos te meten en un estadio lleno de gente para volarte la tapa de los sesos. Los nigerianos te desmontan a pedradas... La cabeza sacrificada como único elemento en común, entiendo que menos en cuanto agresión al intelecto que por su carácter de continente de un órgano vital. Siguiendo los pasos de esta práctica sin fronteras, encuentro en La Vanguardia de hoy la instantánea de un asesino de niños iraní colgado a lo alto de una grúa y me pregunto a qué lumbrera jomeinista se le ocurrió escenificar de tan constructivo modo el viejo arte del linchamiento. El condenado recibió una tanda de latigazos y una cuchillada por parte del hermano de una de sus víctimas (dolor, impresión populachera de que se está haciendo justicia, ligera sensación de resarcimiento). Y el resto se me hace difícil de imaginar. ¿Le anudaron la cuerda al cuello en tierra firme y la grúa comenzó a ascender lentamente hasta la altura de una decena de metros? ¿Había alguna plataforma elevada desde la que se empujó al prisionero en dirección al vacío y el desnucamiento? ¿Existen otros métodos que, sin renunciar a este escenario, ofrezcan mejores garantías? Por encima de todo, ¿recibe el gobierno iraní comisiones del 3% a la hora de escoger entre unas grúas y otras?

Actua-dualidad USA

Dos noticias que muy casualmente coinciden en la portada del The New York Times de hoy, dos noticias que se comentan por sí solas y que por lo tanto vale la pena recuperar en su plena textualidad (la traducción y las cursivas sí son obra de un servidor):
Noticia número 1: “Al menos son veintiséis los casos de internos fallecidos desde 2002 en Irak y Afganistán, mientras se encontraban bajo custodia norteamericana, que la Armada y la Marina consideran debidos a un homicidio criminal.”
Noticia número 2: “Estados Unidos anuncia un listado de posibles objetivos terroristas y el cómputo estimado de víctimas que causarían. (…) [Los escenarios] incluyen la voladura de un tanque de cloro, lo que aniquilaría a 17.500 personas y causaría unos 100.000 heridos; el esparcimiento del virus de la neumonía en los lavabos de un aeropuerto, recinto deportivo o estación de tren, con 2.500 muertos y 8.000 afectados en el resto del globo; el contagio de diferentes poblaciones de ganado con la enfermedad de la fiebre aftosa, lo que ocasionaría cientos de millones de dólares en pérdidas… No se ha especificado el nombre de localidades concretas porque tales incidentes podrían acontecer en cualquier área metropolitana o rural, dice el documento. El objetivo de la agencia [el Department of Homeland Security] no es asustar a la opinión pública, sostienen sus responsables, y no hay datos creíbles de inteligencia que sugieran que tales ataques han sido planeados.”
¿Qué pesará más en la atención del lector norteamericano, hasta veintiséis asesinatos allende los mares o los hipotético-fantásticos 20.000 muertos en casa? Se aceptan apuestas…

lunes, marzo 14, 2005

Más allá del Bien y del Mal

Durante la mañana del 25 de junio de 1988, treinta y dos personas fueron asesinadas en Pangbourne Village, urbanización de lujo sita a cuarenta kilómetros al oeste de Londres, en una tragedia que durante varios meses iba a conmocionar a la opinión pública. Más allá del amplio abanico de técnicas homicidas allí empleadas, de la flagrante ineficacia de las muchas medidas de seguridad con que contaba el recinto, fue la desaparición de los trece niños y adolescentes del lugar lo que tuvo en vilo a la sociedad británica, el tema que iba a monopolizar las portadas de los tabloides hasta bien entrado 1989, cuando la absoluta falta de novedades al respecto se tradujo en una amnesia general tan necesaria como frustrante.
No especialmente feliz en el aspecto literario (tampoco lo opuesto), Furia feroz de J.G. Ballard (Running Wild, 1988 –reeditada ahora por Booket en edición de bolsillo) trata, al igual que La guerra de los botones o El Señor de las Moscas, las poco inocentes pulsiones que pueden llegar a generarse en un microcosmos infantil no sujeto a regulación por parte de los adultos. La fuerza de Furia feroz, no obstante, radica menos en la profundidad del análisis socio-psicológico que en el tono visionario que de ella se desprende diecisiete años después de su aparición, en este mundo post-Columbine. Y es que los motivos que llevan a trece cándidos jóvenes a acuchillar y atropellar y electrocutar a padres y madres, tutores, miembros del servicio doméstico y jardineros (y conste que no estoy fastidiándole a nadie el final del libro, pues la identidad de los asesinos se hace evidente en la segunda página), parecen diferir bien poco respecto a los que condujeron a Eric Harris y Dylan Klebold a erigirse en verdugos de trece compañeros y profesores el 20 de abril de 1999. No se da en los jóvenes de Pangbourne el gesto resentido de la Mafia de la Gabardina, pero sí comparten todos ellos factores tan imprescindibles a la hora de iniciar una razzia asesina como la pasión por las armas y esa ausencia total de empatía que suele ser asociada a las tendencias psicópatas, pero que Ballard explica en otros términos. “A los niños se les había lavado realmente el cerebro con la ilimitada tolerancia y comprensión que había borrado toda libertad y todo rastro de emoción. (…) vivían en un estado muy parecido al aislamiento sensorial”. La rebelión de Pangbourne Village no se genera contra una situación de abuso y opresión, sino para escapar de un Edén de padres progresistas y comprensivos, para renunciar a una sociedad agobiante en cuanto perfecta. De modo paralelo, Harris y Klebold pertenecían a la clase media-alta de Littleton, uno de los suburbios más amables y pudientes de Denver, y difícilmente podría achacarse su rabia asesina a la mala educación, a las dificultades económicas o al exceso de rigurosidad paterna. “En una sociedad totalmente cuerda, la locura es la única libertad”, nos advierte Ballard. A lo que podríamos añadir que la erradicación de la inmoralidad (auténtica obsesión del puritanismo norteamericano y, por extensión, de algunos sectores del conservadurismo europeo) podría conducir antes a la amoralidad que al Paraíso terrenal. Que el camino que lleva más allá del Bien y del Mal desemboca en un abismo de aterradoras incógnitas.

viernes, marzo 11, 2005

11-M

Sheets of empty canvas
Untouched sheets of clay
Were laid spread out before me
As her body once did
All five horizons
Revolved around her soul
As the earth to the sun
Now the air I tasted and I breathed
Has taken a turn
Oh and all I taught her was everything
Oh I know she gave me all that she wore
And now my bitter hands
Chafe beneath the clouds
Of what was everything
Oh the pictures have
All been washed in black
Tattooed everything
I take a walk outside
I'm surrounded by
Some kids at play
I can feel their laughter
So why do I sear
Oh, and twisted thoughts that spin
Round my head
I'm spinning
Oh, I'm spinning
How quick the sun can, drop away...
And now my bitter hands
Cradle broken glass
Of what was everything
All the pictures had
All been washed in black
Tattooed everything
All the love gone bad
Turned my world to black
Tattooed all I see
All that I am
All that I'll be...

jueves, marzo 10, 2005

Mermelada con suerte

Sostiene el protagonista de 24 Hour Party People, no sin razón, que pocos son los grupos de rock que han sobrevivido a la muerte de su líder. Durante la primera mitad de la década de 1990, la escena grunge de Seattle fue escenario del típico enfrentamiento dicotómico-rockero, con Nirvana y Pearl Jam como cabezas de cartel. Pero los segundos, aunque más criticados por los puristas de turno, venían de superar la gran prueba trágica. Y los primeros quedaron finiquitados en el mismo momento en que Kurt Cobain apretó el gatillo de la escopeta que tiempo ha venía reposando contra su cabeza. Antes de ser mermelada de perlas, Stone Gossard y Jeff Ament habían surcado estos mundos de Dios bajo la bandera de Mother Love Bone, cantados por un Andy Wood cuya afinidad por las drogas duras iba a revelarse funesta. Pero hay gente tocada por los hados, y del mismo modo que en Sort reparten una y otra vez el Gordo de Navidad, los amigos recibieron un segundo regalo del destino encarnado en la figura de Eddie Vedder, un muchacho made in Illinois de carisma a prueba de bombas y voz sencillamente prodigiosa. La leyenda cuenta que Vedder recibió una cinta con algunas melodías de Gossard y Ament, que les ideó una letra mientras hacía surf en una playa californiana, que grabó su voz sobre aquellos temas y… bueno, que de ahí surgió la trilogía Alive-Once-Footsteps (aderezada, por cierto, con los épicos solos del guitarra solista Mike McReady).
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Precisamente Alive, himno pearljamero por excelencia, ejerció de carta de presentación de la banda en nuestro país. Fue merced a un videoclip programado por Metrópolis en su especial “nuevas tendencias musicales USA”, allá por 1991. Servidor, como varios de sus compañeros de colegio y de generación, quedó inmediatamente prendado, y no volvió a respirar tranquilo hasta que el álbum Ten obró en su poder. Fue el inicio de una historia de amor tan intensa como fiel por ambas partes. Y es que no solo Pearl Jam ha cumplido ya tres lustros de existencia, sino que tampoco ha tenido el menor reparo en inundar literalmente las tiendas de discos con sus trabajos de estudio, bootlegs (sumarán cerca de un centenar sus grabaciones en vivo), recopilaciones de rarezas y, como colofón, un doble de grandes éxitos. Álbum que durante las últimas semanas no logro dejar de escuchar. Y no creo que en la melancolía generacional radique estrictamente la clave que me devuelve a Pearl Jam con tamaña fuerza. Pincho Black una y otra y otra vez, y me convenzo de que se trata de una de las piezas más bellas a las que jamás me haya enfrentado. Off He Goes, Immortality y Man of the Hour la secundan peligrosamente. Pese a su temática incestuosa, Alive sigue representando una explosión de vitalidad. E incluso las canciones de sus supuestos trabajos menores (Binaural y Riot Act) se me hacen cada vez más amables.
En sus propias palabras: “Hail hail, the lucky ones…”.

martes, marzo 08, 2005

Sex Sex Sex

Existe un viejo dicho que todo aquel que haya ejercido el periodismo musical con dos dedos de conciencia debe tener grabado a fuego: “escribir sobre música es como bailar sobre arquitectura”. Personalmente, he escrito bastante sobre música, casi siempre con notables dudas respecto a mi capacitación al respecto. Pero mucho más inseguro me he sentido cuando he abordado el mundo del sexo desde una perspectiva narrativa, propia de la ficción. Mi primera novela llevó por título Una sonrisa torcida, y fue una suerte de vómito catártico que: a) me permitió superar una difícil situación íntima, marcada por los desencuentros familiares y por una ruptura sentimental; y b) me hizo ver, al quedar entre las nueve finalistas del premio Herralde de 1997, que quizá tenía algo que decir en el terreno de la literatura. Una sonrisa torcida narraba en primera persona (y bajo la directa influencia de Bret Easton Ellis) la historia de Jorge, un universitario barcelonés que, abandonado por su novia, se adentra en una espiral de relaciones sexuales cada vez más descarnadas, agresivas e insatisfactorias, proceso retroalimentado que culmina con la violación de una compañera de clase y una extraña forma de redención, más debida al azar que al pertinente castigo legal. El sexo allí contundentemente narrado, no obstante, tenía una justificación contrastiva, debía representar un reflejo en negativo de los recuerdos de Jorge sobre su relación pasada (e idealizada, todo sea dicho). Pero no olvido que en más de una ocasión tuve que aclarar al lector de turno que: a) no se trataba de una novela completamente autobiográfica (pues sí había otros elementos modelados a mi imagen y semejanza, como por ejemplo la afición del protagonista al ajedrez y a tocar la guitarra); y b) tampoco constituía un reflejo de mi rabia vital, o una fantasía sobre lo que me hubiera gustado llevar a cabo en la vida real. Pasadas las primeras quince o veinte páginas, suele suceder que la historia comienza a cobrar su propia forma, y que son los mismos personajes los que dictan su destino, al margen de lo que el escritor tenga en mente para ellos.
Bien. Esta semana llegará a las librerías la primera de mis novelas adultas en ver la luz editorial, tras dos narraciones juveniles de las que me siento igualmente orgulloso. Lleva por título Sorbed mi sexo, y contiene quizá un veinte por ciento de las escenas subidas de tono que surcaban las torturadas venas de Una sonrisa torcida. El libro trata la historia del chef francés Paul Boissel, quien se dio a conocer mundialmente en los años 1970 por su cocina española de simbolismo sexual. Escogí este lema por considerar que conjugaba las vertientes genitales y gastronómicas de la historia, y porque constituye una de las líneas del adulterado padrenuestro que el protagonista recita en uno de sus capítulos principales. Desde el punto de vista creativo, me siento plenamente justificado y muy seguro de mi elección. Pero no negaré que a ratos me invade una suerte de temor timorato. Hasta la fecha todas las reacciones externas se han conducido entre lo jocoso y un asomo de curiosidad, y sé perfectamente que quien se acerque a este libro con intenciones morbosas quedará francamente decepcionado, cuando no mortalmente aburrido, ante unas veinte primeras páginas que, pese a las diferentes reescrituras, han quedado aún ligeramente crípticas. No es Sorbed mi sexo una obra para leer a una mano, me temo. Pero sigue suscitando mi incomodidad.
Pienso que el sexo es un arma excelente a la hora de definir a un personaje. Opino que se trata de un recurso muy útil, pero que debe ser dosificado con franca sabiduría. Comparo la brutal maquinalidad con que narré las andanzas de Jorge y la apasionada historia de Boissel para convencerme de haber ofrecido a cada historia exactamente lo que requería. Desde luego no soy yo quien en última instancia debe efectuar tales juicios, pero el quid de la cuestión radica en que contemplo todas estas cuestiones al poco rato de ver Kinsey, el convencional pero efectivo biopic del sexólogo norteamericano que ha dirigido Bill Condon y que protagoniza con maestría Liam Neeson. Hace escasas semanas, ya en pleno siglo XXI, el foro dedicado a la película en
www.imdb.com registraba una serie de ataques tan delirantes como decimonónicos contra la figura de Kinsey, agresiones verbales debidas a su bisexualidad y a sus estudios sobre el comportamiento íntimo de los “animales humanos”. Kinsey, al igual que Masters y Johnson, lo mismo que Shere Hite, estableció las bases para un estudio científico de nuestra sexualidad. Desde luego no había amor en sus tablas de porcentajes, pero tal acercamiento se ha acabado revelando básico para una mejor comprensión de la faceta física en la que a menudo se traducen nuestros instintos y emociones. En un mundo sin música no tendría sentido hablar de música, pero en un mundo privado de sexo sin duda seguiríamos hablando de sexo. Quizá aquí radique la gran diferencia. Y está visto que los Kinseys de turno siguen siendo tirando a imprescindibles. Yo, por lo pronto, les debo el título de mi última novela.
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miércoles, marzo 02, 2005

Palabras

Convendremos en que el de político es un oficio lleno de amarguras. Tu realización personal depende, por de pronto, del voto de una mayoría dudosamente cualificada y ciertamente caprichosa. Es el público no ya potencial sino actual (en términos aristotélicos) de Crónicas Marcianas el que marcará la diferencia, el que te encumbrará en la trona de jefe de algo o te condenará a ejercer el siempre desagradecido papel de opositor a alguna cosa. Pongamos, entonces, que superas el primer obstáculo y te las arreglas para salir elegido. En este mundo post-Watergate y post-fondos reservados, en este universo global tomado por los medios de comunicación, cada cosa que digas o hagas podrá ser utilizada en tu contra. Y sin duda lo será, cortesía de aquel periódico o cadena de televisión que no se halle controlado por un grupo afín a tu partido. Algo te enriquecerás sin que el contribuyente se entere, desde luego. Pero si quieres ese tipo de sexo perverso al que solo se accede desde las más altas esferas del poder (en términos casi platónicos)... bueno, creo que ya ni en las provincias argentinas es posible conseguirlo y quedar impune. Los regalos de tus pares son inventariados para su correcta devolución una vez concluya la legislatura. Y ay de ti si se te ocurre agilizar los trámites para que la niñera peruana de tu amante consiga la nacionalidad antes de lo habitual (para que a su vez tú puedas seguir disfrutando de esos locos fines de semana)... No, cuando le conviene la prensa también sabe ser todo un Gran Hermano.
¿Qué te queda, pues? ¿Dónde encontrará tu ímproba dedicación alguna suerte de recompensa, hermano político? Pues va a ser que en los orígenes mismos de la disciplina, en la siempre etérea pero suculenta palabra. De un tiempo a esta parte, cual oradores atenienses declamando frente al Partenón, cual parlamentarios británicos que venderían su peluca por un buen pun, nuestros representantes nos vienen obsequiando con una perla verbal tras otra. Abre tu periódico de cabecera, lector crepuscular, y deléitate. Hoy mismo, sin ir más lejos, El País recoge el sutil parecer de Don Manuel Fraga sobre algún comentario esgrimido previamente desde las filas de Esquerra Republicana: “pura y simplemente mierda (...) Lo que dicen los diputados de ERC en general es bazofia”. Lo destaco por el respeto que siempre nos deben merecer nuestros mayores, pero en absoluto debe eclipsar tan literario juicio (en términos escatológico-camilojosecelianos) al hombre del momento. Que no es otro que el honorable Pasqual Maragall. Quien está más desatado que Ronaldo en una escuela de samba, oigan. Maestro de la comparación (Carmelo y Prestige), crack de la inferencia (el tres por ciento), lo President no hace más que añadir madera al fuego de una leyenda que ya había quedado bastante arregladita con la concesión olímpica del 92. Su última genialidad ha llegado en forma de hoja de ruta, doble y decorada con tintes grastronómicos y sexuales: “hay que dejar reposar el soufflé catalán”, “hay que poner vaselina en la situación”.
Inmenso.
Glorioso.
Sencillamente Boisseliano.