miércoles, septiembre 20, 2006

La vacuna de Calvo

Sí, claro que me molestan los niños gritones y saltarines, los que berrean de un extremo a otro del restaurante, los que suelen desparramar sus lágrimas y sus mocos en cualquier escenario público... Pero jamás osaría solicitar su desaparición; ni tan siquiera su temporal anulación. Más que nada, por ser dolorosamente consciente de que, en el fondo, la culpa no es toda suya, de que la educación que se dispensa ahí fuera suele incurrir en flagrantes altibajos de rigor y laxitud...

Bien. Javier Calvo es uno de esos niños gritones y saltarines. Claro que, en vez de berrear-llorar-moquear, escribe. Y lo hace con gracia, el puñetero. Con un sentido de la mala baba que cuesta compartir, pero ante el que no me queda otro remedio que levantar bandera blanca. Porque, admitámoslo, lo que Javier Calvo escribe cuando se viste de periodista no deja de ser una vacuna para el sentido común: primero lo ataca; acto seguido lo fortalece.

Sucede que, hace algunos días, Javier Calvo publicó en el diario ADN un editorial titulado Repartir canarios. Y sucede también que, tras recibir cerca de setecientas cartas de protesta, el periódico ha decidido prescindir de sus servicios. Libertad de expresión y todo eso... El caso es que este ladrador se rió bastante leyendo el artículo. Y, a diferencia de los que criminalizan el efecto, descerebrado si se quiere pero efecto al fin y al cabo, pasó a reflexionar sobre su(s) causa(s). Y es evidente que no alcanzó solución alguna, pero, a menudo, no dar con la solución es una decente forma de solución. Sea como fuere, he aquí, lector crepuscular, el meollo del asunto:

"Al principio [mi esposa y yo] pensamos en poblar las costas Canarias de tiburones. Eso funcionaría como factor disuasorio, pero es cuestión de tiempo que los tiburones se comieran a algún niño canario. Construir una verja en el mar que rodeara las islas también parece buena idea, pero enseguida tuve una visión de los africanos trepando por la verja y tirando el cayuco por encima. Al final, como siempre, la solución es tan fácil que nadie la ve: hay que renunciar a la soberanía de las Canarias. Que se las queden. Problema solucionado. Así, en vez de repartirnos inmigrantes por la península, nos repartimos a los canarios. Que vean que los godos somos buena gente. Yo mismo me ofrezco para alojar a un canario en casa. A condición de que planche y sepa cocinar".

Y ahora díganme... ¿dónde está el tan cacareado racismo?

No hay comentarios: