No eran uno sino varios los cenutrios carentes de espina dorsal que este pasado sábado, a las dos o a las tres o a las dos de la mañana (con el cambio horario es difícil de decir), cantaban felizmente a la puerta de mi casa una tonadilla de dos palabras escasas, la una un adjetivo ciertamente descalificativo (que más de un vecino aplicaría a las madres de los cantores mismos) y, la otra, el nombre del segundo club de fútbol de esta ciudad, segundo al menos en lo que a masa social y títulos se refiere. Es una situación ya conocida que no deja de sorprenderme. Tanto da aquello del respeto al prójimo. Lo insólito es la capacidad de asociación del afectado de estulticia y, sobre todo, sus ansias por comunicar al mundo, a rebuznos, el escasísimo riego sanguíneo de que disfruta su cerebro.
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