Han comenzado a darse con nocturnidad y fantasía, a lo largo de mis últimas siete horas de descanso. Adjudico su causa principal a la sobredosis de sal ingerida durante los actos gastronómicos propios del Premio Torrevieja de novela, celebrado en la villa alicantina entre viernes y sábado. El caso es que he soñado, sin orden ni concierto ni solución de continuidad, lo siguiente:
- Que Saddam Hussein era exhibido a la entrada de un centro comercial norteamericano. El ex dictador, vestido con harapos y un extraño sombrero, dedicaba una mitad del tiempo a desfilar marcialmente y la otra a ingerir con pasión iraquí hamburguesas de McDonald’s.
- Que Saddam Hussein era exhibido a la entrada de un centro comercial norteamericano. El ex dictador, vestido con harapos y un extraño sombrero, dedicaba una mitad del tiempo a desfilar marcialmente y la otra a ingerir con pasión iraquí hamburguesas de McDonald’s.
- Que en el mismo centro comercial tenía lugar un concierto de David Bowie y los Backstreet Boys. El Duque Blanco se llevaba fatal con sus escoltas metrosexuales, pero aún así el show tenía su qué.
- Que me convertía en el juguete sexual del personal (femenino) de una academia británica.
- Que era el protagonista de una versión londinense y contemporánea de La guerra de los mundos. Todo comenzaba cuando por fin éramos conscientes de que las nubes sobre East Kensington seguían el mismo patrón morfológico (imitaban una y otra vez el pefil de los cinco continentes tal y como los vemos en un mapamundi). Acto seguido, el Támesis sufría una aterradora crecida y yo corría en busca de mi hijo adolescente. Al que encontraba en el interior de un Dunkin’ Donuts. Y, al verle la cara, pensaba: “¡Dios, es clavado a Barney Gumble!”.
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