Chris Brokaw, Escenario Vodafone Fib Club, 21/07/06
Y, de repente, el desierto… Un solar de vasos y botellas de plástico aplastados, puntuado por uno, dos, tres, cuatro… hasta dieciocho náufragos, ni uno más. Lost en Benicàssim, oigan. Es lo que tiene compartir horario con unos Pixies (la avalancha no es de extrañar: estaba todo quisque allí). Y, también, si me apuran, el gaje de haber firmado el noventa por cierto de los discos de tu vida bajo nombres ajenos (Steve Wynn, Manta Ray, Cobra Verde…) o en formato de banda (Codeine, Come, The New Year…). Es así que, cuando a las 23:20h Chris Brokaw se presentó en lo alto del Escenario Vodafone Fib Club, su “thank you for coming here” pareció ir algo más allá de la habitual fórmula de cortesía. A continuación, escoltado por un bajo a prueba de bombas y una de esas baterías que harían palidecer a la locomotora de un tren a vapor, Brokaw comenzó a demostrar que no es Neil Young porque le faltan las camisas a cuadros y un punto de distorsión, pero que su propuesta de rock americano puede resultar tan digna y atronadora como la del padre del grunge (puestos a comparar, podría hacerse mención también a un Jay Farrar algo exento de épica ventosa). De modo que, mediada la faena, el asunto pintaba francamente bien. Entre guiños blueseros y algún rock de los de toda la vida, el neoyorquino seducía ya a unas ciento cincuenta personas (se entiende que no todas fans acérrimas de su musical obra). Pero, en vez de rematar al respetable, Brokaw optó entonces por enlazar dos de sus piezas instrumentales junto a algún medio tiempo, solución que enfrió notablemente los ánimos. Y el amigo se acabó yendo como había llegado: incomprendido, con el gesto de quien cree merecer algún empujoncito de la suerte, murmurando palabras poco amables para con su destino de rockero solitario.
Mejor momento: La referencia de Brokaw a que su concierto estaba resultando “más tranquilo” que el de Pixies. También, el tipo que imbuido del espíritu de íntima comunidad que reinaba en la carpa se acercó a este plumilla para ofrecerle un porro.
Foto: François Ollivier.
Y, de repente, el desierto… Un solar de vasos y botellas de plástico aplastados, puntuado por uno, dos, tres, cuatro… hasta dieciocho náufragos, ni uno más. Lost en Benicàssim, oigan. Es lo que tiene compartir horario con unos Pixies (la avalancha no es de extrañar: estaba todo quisque allí). Y, también, si me apuran, el gaje de haber firmado el noventa por cierto de los discos de tu vida bajo nombres ajenos (Steve Wynn, Manta Ray, Cobra Verde…) o en formato de banda (Codeine, Come, The New Year…). Es así que, cuando a las 23:20h Chris Brokaw se presentó en lo alto del Escenario Vodafone Fib Club, su “thank you for coming here” pareció ir algo más allá de la habitual fórmula de cortesía. A continuación, escoltado por un bajo a prueba de bombas y una de esas baterías que harían palidecer a la locomotora de un tren a vapor, Brokaw comenzó a demostrar que no es Neil Young porque le faltan las camisas a cuadros y un punto de distorsión, pero que su propuesta de rock americano puede resultar tan digna y atronadora como la del padre del grunge (puestos a comparar, podría hacerse mención también a un Jay Farrar algo exento de épica ventosa). De modo que, mediada la faena, el asunto pintaba francamente bien. Entre guiños blueseros y algún rock de los de toda la vida, el neoyorquino seducía ya a unas ciento cincuenta personas (se entiende que no todas fans acérrimas de su musical obra). Pero, en vez de rematar al respetable, Brokaw optó entonces por enlazar dos de sus piezas instrumentales junto a algún medio tiempo, solución que enfrió notablemente los ánimos. Y el amigo se acabó yendo como había llegado: incomprendido, con el gesto de quien cree merecer algún empujoncito de la suerte, murmurando palabras poco amables para con su destino de rockero solitario.
Mejor momento: La referencia de Brokaw a que su concierto estaba resultando “más tranquilo” que el de Pixies. También, el tipo que imbuido del espíritu de íntima comunidad que reinaba en la carpa se acercó a este plumilla para ofrecerle un porro.
Foto: François Ollivier.
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