viernes, mayo 05, 2006

Palabros

Circula una anécdota sobre Jorge Luis Borges cuya veracidad no puedo asegurar, pero que se adecua notablemente bien a la personalidad del personaje. Según esta historia o historieta, el escritor argentino habría sentado la superioridad de la lengua inglesa sobre la castellana a partir de la comparación entre dos de sus palabras, la tirando a banal pesadilla y la bastante más seductora nightmare.

Queda claro que, entre los diversos semas del vocablo, Borges priorizaba los de aspecto más gótico, la fascinación morbosa por cuanto nos aguarda al otro lado de la puerta del sótano (ello sugiere, al menos, el alargamiento de esa penúltima vocal seguida de una ‘r’ que casi no se pronuncia y una ‘e’ absolutamente muda). Pero, sobre todo, como lector sabihondo que era, se regía por la máxima saussureana según la cual toda voz es un símbolo compuesto de significante y significado. Algo que los internautas que hace un par de semanas escogieron “la palabra más bella del español” obviaron de forma lamentable.

Amor, la galardonada, es una pizza hecha con la mozzarella más deliciosa del mundo, pero de masa gomosa, prácticamente inmasticable. Y es bien sabido que, tanto en el plato italiano por excelencia como en la lengua, uno no puede dejar de lado la base.

Nada hay más hermoso que la sutil adecuación entre fondo y forma. Por ello, permite lector crepuscular que te desvele, aquí y ahora, la palabra más bella de nuestra lengua. Que es, sin ningún lugar a duda, calabaza.

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