Para ulular lastimeramente:
Su primera secuencia. Por efectista, por New Age kitsch y, sobre todo, por excesivamente exigente: plantea unos parámetros que expulsarán a muchos espectadores de la película antes de que ésta empiece de verdad. También, su insistencia en que nos la creamos. La primera media hora de Milla Jovovich. Y esa repetición final de las mejores jugadas, del todo innecesaria.
Para aullar efusivamente:
La sensación de que Osunsanmi ha encontrado algo, ha logrado ir más allá de brujas de Blair y actividades paranormales a la hora de conseguir que el público se trague su película (cuando menos el que, insistimos, pese o gracias al prólogo, se haya adentrado en ella). Su uso de la pantalla fragmentada y los momentos de muy notable suspense a que aboca. El terror lovecraftiano que se deriva de una propuesta argumental que mete en un mismo saco a ovnis, posesiones diabólicas y el Dios del Antiguo Testamento. Y dos interpretaciones que nos ponen la pelambrera de punta: la de Will Patton y la de la supuestamente real doctora Abbey Tyler.
El juicio crepuscular:
Hay otros mundos, han estado en éste y de vez en cuando regresan. Provocando situaciones más cercanas a El exorcista y No sin mi hija que a E.T., todo sea dicho. Pero, sinopsis al margen, cabe reconocerle a la propuesta unos bemoles siderales, tanto en lo que debieron de ser unas durísimas negociaciones con el sindicato de actores (para dejar fuera de los títulos de crédito a la mitad del cast... ¿o no?) como en su ruptura unilateral de las pautas de la ficción: este ladrador tiene la sensación crepuscular de que no han sido pocos los críticos que se lo han tomado como una afrenta personal y, por tardar en descubrir a qué aferrarse, han reaccionado hundiendo un film con el mérito inmenso de devolvernos la capacidad de dudar.
Su primera secuencia. Por efectista, por New Age kitsch y, sobre todo, por excesivamente exigente: plantea unos parámetros que expulsarán a muchos espectadores de la película antes de que ésta empiece de verdad. También, su insistencia en que nos la creamos. La primera media hora de Milla Jovovich. Y esa repetición final de las mejores jugadas, del todo innecesaria.
Para aullar efusivamente:
La sensación de que Osunsanmi ha encontrado algo, ha logrado ir más allá de brujas de Blair y actividades paranormales a la hora de conseguir que el público se trague su película (cuando menos el que, insistimos, pese o gracias al prólogo, se haya adentrado en ella). Su uso de la pantalla fragmentada y los momentos de muy notable suspense a que aboca. El terror lovecraftiano que se deriva de una propuesta argumental que mete en un mismo saco a ovnis, posesiones diabólicas y el Dios del Antiguo Testamento. Y dos interpretaciones que nos ponen la pelambrera de punta: la de Will Patton y la de la supuestamente real doctora Abbey Tyler.
El juicio crepuscular:
Hay otros mundos, han estado en éste y de vez en cuando regresan. Provocando situaciones más cercanas a El exorcista y No sin mi hija que a E.T., todo sea dicho. Pero, sinopsis al margen, cabe reconocerle a la propuesta unos bemoles siderales, tanto en lo que debieron de ser unas durísimas negociaciones con el sindicato de actores (para dejar fuera de los títulos de crédito a la mitad del cast... ¿o no?) como en su ruptura unilateral de las pautas de la ficción: este ladrador tiene la sensación crepuscular de que no han sido pocos los críticos que se lo han tomado como una afrenta personal y, por tardar en descubrir a qué aferrarse, han reaccionado hundiendo un film con el mérito inmenso de devolvernos la capacidad de dudar.
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