La semana pasada, la página de Facebook de nuestra amiga Laura Fernández (dueña desde hará un mes, por cierto, de un blog, éste, que conociéndola nos dará más de una y más de dos alegrías) fue escenario de una polémica a vueltas con la novela Fin de David Monteagudo. Laura enlazó una crítica de Josep Anton Muñoz en Revista de Libros (ésta) para celebrar que alguien por fin desenmascarara lo que ella calificó de gran bluf. Acto seguido, Llucia Ramis y Javier Blánquez, entre otros, se mostraron de acuerdo con la idea de un libro hinchado más allá de sus estrictos méritos literarios, mientras Manu González (autor en Qué Leer de una reseña a favor, ésta) salía en defensa de la obra. Desgraciadamente (para el lector crepuscular que se enfrente a estas líneas), no llegué a tiempo de entrar en el diálogo, pues éste fue eliminado. Y las varias ideas que quedaron orbitando a mi alrededor, necesitadas de una salida centrífuga, han acabado conformando la siguiente sucesión de puntos:
1) La trayectoria personal de Monteagudo -que si trabajador en una fábrica de cartones, que si autor tardío y demás blablablá- es mera anécdota periodística que sirve para vender personaje, mas no novela. Puede cansar su repetición en los medios, pero dudo que a alguien le llegue a gustar Fin por ella (en cambio, se me antoja bastante más posible que se acceda a Fin hastiado por el eco periodístico).
2) La crítica de Josep Anton Muñoz, en efecto, dedica más espacio a tratar las circunstancias que precedieron a su lectura de la novela (y que quizá la motivaron), a manifestar su desencuentro respecto a ese caldo de sensaciones a priori, que a analizar la novela misma. El texto carga contra el fenómeno sociológico antes que contra la obra. Su desagrado apenas se justifica desde lo literario.
3) Y hay justificación literaria, desde luego. ¿Que el libro abusa del coloquialismo? Sí. ¿Que le sobran cincuenta páginas tranquilamente? Sí, y hasta setenta. ¿Que los personajes son esquemáticos? Sin duda.
4) El lector que considere insuperable tal colección de defectos está en su derecho de renegar de la obra y calificarla de bluf.
5) Hay otro tipo de lectores, y entre ellos me cuento, que más o menos han prescindido de las malas noticias para quedarse con las buenas y mejores. La construcción y desarrollo de la tensión. El suspense y el poder “visual” de capítulos como la visita a la casa de la urbanización o el encuentro con los galgos en la gasolinera. El absurdo lirismo trágico de la aparición del tigre (¿William Blake versus los osos polares de Lost?). La elegancia y sugerencia de un final no tan abierto (o gratuito) como sostuvo Antonio G. Iturbe en una entrada del blog de Qué Leer…
6) A estas alturas de la partida, no deja de sorprenderme que una diferencia de parecer ampare ataques personales. Como si el criterio de los unos debiera prevalecer y debiera hacerlo además sobre el descrédito de los otros. Como si no hubiera diferentes libros para cada lector y diferentes lectores para cada libro. Pienso en los comentarios que amparó la tampoco muy positiva entrada de Lector Malherido sobre la obra, en los que se buscaban oscuras maquinaciones comerciales a la columna de Ricard Ruiz en El Periódico que prácticamente inauguró la fiebre Monteagudo. ¿No será que Ricard Ruiz disfrutó con la lectura y, sencillamente, manifestó su agrado?
7) De forma paralela, desencajo la mandíbula ante quienes atacan a los activistas pro-Fin tachándolos de groupies de la editorial Acantilado. La lógica, señores, dicta precisamente que el groupie de Acantilado debería renegar de un título que se aleja tanto de la línea habitual del sello: Fin es, a ídem de cuentas, un best seller fantástico, bastante por encima de la media, pero best seller fantástico.
8) El tiempo (y, con él, la Academia) suelen dictar sentencia. Que impartan justicia ya es otra historia. En espera de su fallo, que cada cual busque la sombra de la crítica que más le apetezca. Pero tengamos la madurez intelectual de aceptar que todo es defendible y todo es atacable, a menudo desde idéntica posición. La mitad de los perros que le ladran al crepúsculo celebran el fin de la jornada; la otra mitad intenta repeler la noche por miedo a la oscuridad.
1) La trayectoria personal de Monteagudo -que si trabajador en una fábrica de cartones, que si autor tardío y demás blablablá- es mera anécdota periodística que sirve para vender personaje, mas no novela. Puede cansar su repetición en los medios, pero dudo que a alguien le llegue a gustar Fin por ella (en cambio, se me antoja bastante más posible que se acceda a Fin hastiado por el eco periodístico).
2) La crítica de Josep Anton Muñoz, en efecto, dedica más espacio a tratar las circunstancias que precedieron a su lectura de la novela (y que quizá la motivaron), a manifestar su desencuentro respecto a ese caldo de sensaciones a priori, que a analizar la novela misma. El texto carga contra el fenómeno sociológico antes que contra la obra. Su desagrado apenas se justifica desde lo literario.
3) Y hay justificación literaria, desde luego. ¿Que el libro abusa del coloquialismo? Sí. ¿Que le sobran cincuenta páginas tranquilamente? Sí, y hasta setenta. ¿Que los personajes son esquemáticos? Sin duda.
4) El lector que considere insuperable tal colección de defectos está en su derecho de renegar de la obra y calificarla de bluf.
5) Hay otro tipo de lectores, y entre ellos me cuento, que más o menos han prescindido de las malas noticias para quedarse con las buenas y mejores. La construcción y desarrollo de la tensión. El suspense y el poder “visual” de capítulos como la visita a la casa de la urbanización o el encuentro con los galgos en la gasolinera. El absurdo lirismo trágico de la aparición del tigre (¿William Blake versus los osos polares de Lost?). La elegancia y sugerencia de un final no tan abierto (o gratuito) como sostuvo Antonio G. Iturbe en una entrada del blog de Qué Leer…
6) A estas alturas de la partida, no deja de sorprenderme que una diferencia de parecer ampare ataques personales. Como si el criterio de los unos debiera prevalecer y debiera hacerlo además sobre el descrédito de los otros. Como si no hubiera diferentes libros para cada lector y diferentes lectores para cada libro. Pienso en los comentarios que amparó la tampoco muy positiva entrada de Lector Malherido sobre la obra, en los que se buscaban oscuras maquinaciones comerciales a la columna de Ricard Ruiz en El Periódico que prácticamente inauguró la fiebre Monteagudo. ¿No será que Ricard Ruiz disfrutó con la lectura y, sencillamente, manifestó su agrado?
7) De forma paralela, desencajo la mandíbula ante quienes atacan a los activistas pro-Fin tachándolos de groupies de la editorial Acantilado. La lógica, señores, dicta precisamente que el groupie de Acantilado debería renegar de un título que se aleja tanto de la línea habitual del sello: Fin es, a ídem de cuentas, un best seller fantástico, bastante por encima de la media, pero best seller fantástico.
8) El tiempo (y, con él, la Academia) suelen dictar sentencia. Que impartan justicia ya es otra historia. En espera de su fallo, que cada cual busque la sombra de la crítica que más le apetezca. Pero tengamos la madurez intelectual de aceptar que todo es defendible y todo es atacable, a menudo desde idéntica posición. La mitad de los perros que le ladran al crepúsculo celebran el fin de la jornada; la otra mitad intenta repeler la noche por miedo a la oscuridad.
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