Para ulular lastimeramente:
Que, por tratarse de una película animada y zoológica, pueda haber quien decida prescindir de esta pequeña maravilla.
Para aullar efusivamente:
Su síntesis perfecta entre actitudes infantiles e interpretaciones adultas. La destilación que de ella se deriva: 87 minutos de wesandersonismo condensado que en absoluto traicionan el universo de Roald Dahl y que a la vez desprenden un delicioso aroma a Aardman. Las voces (originales), especialmente las de George Clooney y Meryl Streep como Mr. y Mrs. Fox, sin olvidar a un generoso Willem Dafoe en su acostumbrado papel de rata. Y la mágica belleza de secuencias como la de la "catarata".
El juicio crepuscular:
Podríamos subirnos a un taburete, voguear el brazo derecho, recoger todos los dedos de esa misma mano salvo el índice y, esgrimiendo el susodicho, darnos a una apología del cine tradicional en tiempos digitales que mucho tendría que ver con los parentescos etimológicos entre "moción" y "emoción"; con la escasa relación, de momento, entre 3-D y profundidad. No lo haremos porque toda teoría se queda corta ante este ejercicio de deliciosa artesanía, un film que invita a ser visionado antes que comentado. De vuelta a una caseta que hoy sentimos más madriguera que nunca, eso sí, elevamos el hocico cual brindis al horizonte y asentimos tan melancólicos como satisfechos.
Que, por tratarse de una película animada y zoológica, pueda haber quien decida prescindir de esta pequeña maravilla.
Para aullar efusivamente:
Su síntesis perfecta entre actitudes infantiles e interpretaciones adultas. La destilación que de ella se deriva: 87 minutos de wesandersonismo condensado que en absoluto traicionan el universo de Roald Dahl y que a la vez desprenden un delicioso aroma a Aardman. Las voces (originales), especialmente las de George Clooney y Meryl Streep como Mr. y Mrs. Fox, sin olvidar a un generoso Willem Dafoe en su acostumbrado papel de rata. Y la mágica belleza de secuencias como la de la "catarata".
El juicio crepuscular:
Podríamos subirnos a un taburete, voguear el brazo derecho, recoger todos los dedos de esa misma mano salvo el índice y, esgrimiendo el susodicho, darnos a una apología del cine tradicional en tiempos digitales que mucho tendría que ver con los parentescos etimológicos entre "moción" y "emoción"; con la escasa relación, de momento, entre 3-D y profundidad. No lo haremos porque toda teoría se queda corta ante este ejercicio de deliciosa artesanía, un film que invita a ser visionado antes que comentado. De vuelta a una caseta que hoy sentimos más madriguera que nunca, eso sí, elevamos el hocico cual brindis al horizonte y asentimos tan melancólicos como satisfechos.
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