Asegura la estadística que ningún equipo que haya comenzado perdiendo el primer encuentro de la fase de grupos ha acabado ganando el Mundial. Algo más allá, insiste el pesadito lugar común en que a la tercera va la vencida, y cómo no saberle y reconocerle a Holanda sus dolorosas derrotas en aquellas dos finales consecutivas de 1974 y 1978... Pero España tiene también cierta cuota de acervo popular en su lado de la vida y el fútbol. Y, si quiere hacer bueno aquello de llegar y besar el santo, deberá añadir una nueva prueba a las varias que ha superado a lo largo de este campeonato. Porque la selección oranje iguala a Alemania en cuanto es una orquesta rápida (por lo menos en ataque) y trabajada tácticamente, pero la supera al verse culminada por la interpretación de un solista que no requiere de grandes apoyos populares para provocar la standing ovation del gol. Alrededor de Robben, Kuyt correrá como ninguno y se peleará contra todos; Van Persie ejercerá de estatua de cera en espera de procurarnos un estético aguijonazo y Snejder buscará a sus compañeros lo mismo que su tercer tanto de rebote (sería el sexto en total). Unos metros por delante, de la actitud de Howard Webb ante Van Bommel (a quien perdonaron cinco amarillas entre los partidos de Brasil y Uruguay, y no se trata de un ladrido exagerado) dependerá el ritmo de creación español, cuyos bajitos pueden sacar de quicio y de sitio a los dos centrales-armario rivales. Pero insisto: gran parte de la historia se dirimirá en las ayudas que pueda recibir Capdevila (notablemente más lento que Robben) y en la capacidad de Puyol y Piqué para cerrar espacios. Dicho todo lo cual, faltando menos de diez horas y media para el inicio del evento, toca echarse atrás en el sillón y preguntarse ilusionado: ¿Qué, seguimos haciendo historia?
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