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Viene toda esta introducción a justificar un estado de ánimo: el Zeitgeist arriba mencionado hace muy difícil abordar el mundo del antaño llamado Cuarto Poder sin un deje de amargura y un espíritu tirando a pesimista. Tom Rachman, que fue corresponsal de AP en Roma y editor del International Herald Tribune en París, lo sabe bien. Y es por ello que su ópera prima, Los imperfeccionistas (Plata, 2010), el relato de una serie de vidas cruzadas alrededor de un rotativo escrito en inglés pero realizado en la Ciudad Eterna, muestra un gesto tan torcido. Redactada sin tics literarios pero sin caer tampoco en la llaneza estrictamente informativa, Los imperfeccionistas funciona notablemente en un doble nivel: como radiografía de un medio herido por Internet y rematado por el trasvase de valores entre lo cultural y lo material, y como retrato de unos personajes-tipo (el redactor jefe, la correctora, el dueño, la contable, incluso la lectora…) cuyas pequeñas mediocridades, puntuadas por alguna gran tragedia, quizá se marcan en exceso. Uno acaba de leer esta novela y tiende a pensar que sus protagonistas son merecedores de tal estado de la cuestión, que sus maquinadoras y envidiosas cabecitas en verdad merecen la guillotina que pende sobre ellas. No dudo que así sea, pero la suya no es una humanidad menor que la del gremio de conductores de autobús, guías de museo o vendedores ambulantes de helado. Es posible que Rachman haya saldado, consciente o inconscientemente, alguna vieja rencilla personal. Pero resulta innegable que su propuesta hubiera ganado aún más si el catálogo de mezquindades se hubiera acompañado del relato de alguna grandeza. Muy de vez en cuando, sí, pero la prensa también las viene amparando.
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