viernes, junio 23, 2006

Suicidio balcánico

Históricamente, la distancia más corta entre dos ciudadanos de la Yugoslavia pre-1990 ha sido el puñetazo. Tal regla geométrica alcanza su paroxismo cuando el sujeto balcánico se encuentra rodeado tan solo de individuos de su propia nacionalidad: ante la imposibilidad de agredir al "otro", optará por autolesionarse de la forma más sangrante posible. Y de ello está dando buena prueba (como si hiciera falta) este Mundial.

No se trata ya de que Serbia, tras encajar un humillante 0-6 a pies de Argentina, se dejara remontar un 2-0 por Costa de Marfil. No. Anoche, Croacia, que se jugaba el pase a cuartos con Australia, logró ir un paso más allá. Croacia ha sido superior a sus tres rivales de grupo: frente a Brasil lo fue en el campo; frente a Japón y la escuadra de los canguros, tan solo en la teoría. Podría decirse que el suicidio ritual comenzó con el penalty fallado ante los hijos del Sol Naciente, pero restar méritos a los 90 minutos de ayer resultaría en extremo injusto.

Por de pronto, Croacia saltó al campo con Stjepan Tomas, un defensa que aprovechó cada centro sobre su área para intentar golpear el balón con la mano. Lo consiguió en dos ocasiones, y en una de ellas el árbitro señáló la correspondiente pena máxima. Pero, sobre todo, la escuadra de los cuadraditos rojiblancos no tuvo mejor idea, tras adelantarse una y hasta dos veces en el marcador, que replegarse sobre sí misma y permitir que Kewell y compañía bombardearan su área. El síndrome de Dubrovnik, vamos. Todos los cambios de Zlatko Kranjcar contribuyeron a desnudar el centro del campo croata, regalo que Guus Hiddink aceptó la mar de gustoso. Australia empató a falta de diez minutos con un gol en fuera de juego. Pero la traca final debía llevar firma croata: tras la (merecida) expulsión de Dario Simic, Josip Simunic se las arregló para convertirse en el primer jugador que recibe tres (¡3!) tarjetas amarillas en un único partido: el trencilla, que había olvidado echarlo tras la segunda, le sacó la tercera por protestar una vez el encuentro había finalizado (lo cual no sé yo si se ajusta demasiado a la normativa, pero sí sin duda -insisto- al trágico carácter nacional del país de mis abuelos).

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