Más, bastante más hay en este Brick que la mera (posmoderna) anécdota de la que parte: trasplantar los códigos del cine negro clásico a un escenario teen con su instituto, sus marginados, sus deportistas, sus niñas pijas, sus empollones y sus camellos. Ese más apunta directamente a la influencia de grandes relecturas previas (Altman y Lynch, Wenders y Polanski), pero sobre todo se cimienta en su realización, en su dirección artística y en su fotografía, disciplinas todas ellas cuyos responsables debieron de estar revisitando Ciudadano Kane hasta quince minutos antes de comenzar el rodaje. Los contrapicados con gran profundidad de campo, los solitarios paisajes escolares y los colores grises y azulados se alían con el angst juvenil de toda la vida para diseñar las atmósferas opresivas que caracterizaron el género del detective tan privado como amargado. Momento en el que hacen acto de presencia Joseph “mi flequillo es un síntoma de depresión” Gordon-Levitt y Lukas “vendo sustancias prohibidas mientras mi madre me hace un zumo de naranja” Haas, excelentes ambos como protagonista/antagonista. Súmesele la mujer fatal-a-su-pesar de rigor, amén de dos o tres secundarios peculiares, y el resultado será esta memorable, sorprendente, deliciosa rareza.
(Esta crítica apareció en el número de diciembre de GO Mag).
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