Algún día descubriremos que Obama en efecto se acostó con Scarlett Johansson. Que deja a sus sirvientes sin postre cuando no le lustran bien los zapatos. Que sus axilas desprenden un peculiar aroma a cebolla fermentada. Pero, humanidades al margen, Obama (junto a una crisis económica como no se recuerda) se las ha arreglado para cambiar un país donde hace sólo cincuenta años las personas de color debían aún ceder su asiento en el autobús al primer blanco que pasara. No es poco. Ahora queda lo difícil. Porque Obama ha vendido ilusión, pero son tantos los apartados que andan patas arriba que costará Dios y ayuda enderezarlos -suponiendo que quiera, pueda o le dejen enderezarlos todos. La verdadera medida del "Yes we can" vendrá dada por la paciencia y el esfuerzo de cuatrocientos millones de norteamericanos. También, por la capacidad del nuevo presidente para mantenerse a la altura de su leyenda, para responder como estadista a su status de icono pop. A este mundo le aguardan tiempos difíciles. Sea éste el final del imperio de las barras y estrellas o no, mejor tener a Obama en la Casa Blanca que a Bush o a McCain. Queda ver cuán mejor, simplemente...
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