Fue la comunista una sociedad tan “perfecta” que no concebía el asesinato. Es más, sugerir que un ciudadano había muerto a manos de otro era indicativo del único gran crimen perseguido por el Estado y sus muchas instituciones: la contrarrevolución. Y esos son los mimbres con los que debe lidiar el agente Leo Stepanovich Demidov cuando descubre que alguien está sembrando cadáveres tan infantiles como destripados por todo el país. Acosado por sus superiores y por un igual que insiste en mostrarse más estalinista que Stalin, Leo deberá elegir entre conservar su posición (bienestar de los suyos incluido) o embarcarse en una huida hacia delante para cazar al más feroz psicópata de la historia rusa.
Alimenta este relato la peripecia de Andrei Chikatilo, el Carnicero de Rostov; también, la espectacular labor de documentación por parte de su autor, un Tom Rob Smith que gestó El niño 44 como guión cinematográfico y, al no encontrar productor, decidió transformarlo en novela. Conjunción de la que brota una obra de ritmo endiablado, un trayecto al infierno estalinista tremendamente entretenido e informativo, un retorno a aquellos best sellers de antaño en los que la comercialidad no andaba reñida con una redacción decente ni se debía al enésimo misterio mariano escondido en los lienzos de algún genio renacentista. No es poco y hay más: algo en su tono moral, en la ingenuidad perdida de sus personajes, remite a El tercer hombre. Y como éstas comienzan a ser palabras mayores, lo dejamos aquí.
(Esta reseña ha aparecido en el número de noviembre de Go Mag)
Alimenta este relato la peripecia de Andrei Chikatilo, el Carnicero de Rostov; también, la espectacular labor de documentación por parte de su autor, un Tom Rob Smith que gestó El niño 44 como guión cinematográfico y, al no encontrar productor, decidió transformarlo en novela. Conjunción de la que brota una obra de ritmo endiablado, un trayecto al infierno estalinista tremendamente entretenido e informativo, un retorno a aquellos best sellers de antaño en los que la comercialidad no andaba reñida con una redacción decente ni se debía al enésimo misterio mariano escondido en los lienzos de algún genio renacentista. No es poco y hay más: algo en su tono moral, en la ingenuidad perdida de sus personajes, remite a El tercer hombre. Y como éstas comienzan a ser palabras mayores, lo dejamos aquí.
(Esta reseña ha aparecido en el número de noviembre de Go Mag)
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