5) Unión Soviética 6 - Hungría 0 (1986) - Sí, fue un partido de primera ronda. Y sí, también, los ecos políticos del asunto pueden en la distancia resultarnos un tanto vomitivos. Pero, desde lo estrictamente deportivo, ¡cómo jugaba aquella URSS! Una máquina perfecta, oigan, a la que no le sentó bien que su portero, Dassayev, se plantara en dieciseisavos con el mal de Moctezuma (Belanov marcó tres, aún uno menos que Bélgica).
4) Bélgica 1 - Argentina 0 (1982) - Lo recuerdo como un partido horrendo, resuelto con un tanto de un tal Vandenbergh en el minuto 62. Pero ahí está la clave: lo recuerdo. Es el único partido de un Mundial que este ladrador crepuscular ha testimoniado en directo, sentado en las gradas mismas (del Camp Nou, concretamente). Por ello, entra en lista como si de una final tirando a memorable se tratara.
3) Francia 3 - Brasil 0 (1998) - Antes de fichar por el Madrid y caernos con ello un poquito mal, Zinedine Zidane era un suspiro en la retina de quien esto firma, siempre dispuesto a enamorarse de los jugadores que saben aunar elegancia e intensidad (a Laudrup, por ejemplo, siempre le faltó lo segundo). ¡Y qué mejor manera de encumbrarse que marcándole dos goles a la por entonces tetracampeona Brasil en la finalísima del Stade de France!
2) España 5 - Dinamarca 1 (1986) - Dieciseisavos en Querétaro. El Buitre marca cuatro goles, Andoni "revientatobillos" Goikoetxea redondea la manita y, quizá porque aquí lo vivimos entrada la noche y ése es territorio afín a los sueños, de repente parece que esta vez sí, que esta vez vamos a hacer algo en un Mundial. Y no, claro. ¿Por qué cada vez que aparece Bélgica en esta lista es para tocar las narices?
1) Argentina 2 - Inglaterra 1 (1986) - Cuartos en el Azteca. En cuatro minutos, los que van del 51 al 55, Maradona se las arregla para marcar dos tantos legendarios. El primero, "mitad con la cabeza y mitad con la mano de Dios". El segundo, amigos, divino en todos y cada uno de sus apartados. Mucho antes de Matrix, el tiempo (y, con él, la pérfida Albión) se detiene al paso de un barrilete cósmico empeñado en driblar a su madre con tal de introducir el cuero en la red contraria. Es el fútbol un deporte terreno, en el que cuesta escapar a las leyes de la física; por ello, esas raras instancias en las que flirtea con lo imposible son fogonazos que nos alejan de la tibia realidad para revelarnos, súbita y brevemente, un mundo de maravilla. Cuando acaban (y las repeticiones televisivas desde luego no han de devolvérnoslos) volvemos a ser los de antes, sí, pero diferentes, ya nunca más los mismos.
4) Bélgica 1 - Argentina 0 (1982) - Lo recuerdo como un partido horrendo, resuelto con un tanto de un tal Vandenbergh en el minuto 62. Pero ahí está la clave: lo recuerdo. Es el único partido de un Mundial que este ladrador crepuscular ha testimoniado en directo, sentado en las gradas mismas (del Camp Nou, concretamente). Por ello, entra en lista como si de una final tirando a memorable se tratara.
3) Francia 3 - Brasil 0 (1998) - Antes de fichar por el Madrid y caernos con ello un poquito mal, Zinedine Zidane era un suspiro en la retina de quien esto firma, siempre dispuesto a enamorarse de los jugadores que saben aunar elegancia e intensidad (a Laudrup, por ejemplo, siempre le faltó lo segundo). ¡Y qué mejor manera de encumbrarse que marcándole dos goles a la por entonces tetracampeona Brasil en la finalísima del Stade de France!
2) España 5 - Dinamarca 1 (1986) - Dieciseisavos en Querétaro. El Buitre marca cuatro goles, Andoni "revientatobillos" Goikoetxea redondea la manita y, quizá porque aquí lo vivimos entrada la noche y ése es territorio afín a los sueños, de repente parece que esta vez sí, que esta vez vamos a hacer algo en un Mundial. Y no, claro. ¿Por qué cada vez que aparece Bélgica en esta lista es para tocar las narices?
1) Argentina 2 - Inglaterra 1 (1986) - Cuartos en el Azteca. En cuatro minutos, los que van del 51 al 55, Maradona se las arregla para marcar dos tantos legendarios. El primero, "mitad con la cabeza y mitad con la mano de Dios". El segundo, amigos, divino en todos y cada uno de sus apartados. Mucho antes de Matrix, el tiempo (y, con él, la pérfida Albión) se detiene al paso de un barrilete cósmico empeñado en driblar a su madre con tal de introducir el cuero en la red contraria. Es el fútbol un deporte terreno, en el que cuesta escapar a las leyes de la física; por ello, esas raras instancias en las que flirtea con lo imposible son fogonazos que nos alejan de la tibia realidad para revelarnos, súbita y brevemente, un mundo de maravilla. Cuando acaban (y las repeticiones televisivas desde luego no han de devolvérnoslos) volvemos a ser los de antes, sí, pero diferentes, ya nunca más los mismos.
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