Si The Corner es The Wire antes de The Wire, Homicide: Life on the Street es The Wire antes de The Corner. Basada en el libro donde David Simon contó sus experiencias siguiendo durante un año a una pareja de detectives del Departamento de Policía de Baltimore, Homicide ofrece al espectador una narración algo más convencional (de ahí, probablemente, que sobreviviera siete temporadas, para un total de 122 episodios más un telefilm final, en plena NBC) sin por ello dejar de predecir algunos de los grandes aciertos y pequeños manierismos de su memorable heredera.
¿Hasta dónde dio de sí el libro de Simon? Este ladrador crepuscular lo ignora. Teniendo en cuenta que la segunda temporada se abre con un asesino en serie de personalidad múltiple, la muerte de uno de los protagonistas y una descerebrada relación necrofílica (frente al austero caso no resuelto que vertebraba la anterior), puede suponerse que fue bastante exprimido antes de saber que la serie tendría continuidad. Pero, aún cayendo en territorios detectivescos más tradicionales, su base y su espíritu siguen dando pie a momentos francamente logrados.
No cabe, pues, echarse atrás ante la terrible factura 1990s de esas primeras temporadas (las gabardinas con hombreras, los efectismos con la cámara...) y sí añadir al panteón wiriano a personajes tan maravillosos como el teniente siciliano-afroamericano Al Giardello (Yaphet Kotto), el verborreico detective John Munch (Richard Belzer) o el repelentemente infalible Frank Pembleton (Andre Braugher). Todo ello, claro está, mientras coleccionamos capítulos dirigidos por John McNaughton o Ted Demme, plagados de caras conocidas (de Baltimore y de Hollywood, con cameo de John Waters incluido); anticipos, complementos, cadáveres de hoppers... Tras The Wire nada es como The Wire pero, en espera de que Generation Kill baje de precio y Treme sea descargable a mejor resolución, las algo más que apostillas de Homicide le alegran a uno la velada.
¿Hasta dónde dio de sí el libro de Simon? Este ladrador crepuscular lo ignora. Teniendo en cuenta que la segunda temporada se abre con un asesino en serie de personalidad múltiple, la muerte de uno de los protagonistas y una descerebrada relación necrofílica (frente al austero caso no resuelto que vertebraba la anterior), puede suponerse que fue bastante exprimido antes de saber que la serie tendría continuidad. Pero, aún cayendo en territorios detectivescos más tradicionales, su base y su espíritu siguen dando pie a momentos francamente logrados.
No cabe, pues, echarse atrás ante la terrible factura 1990s de esas primeras temporadas (las gabardinas con hombreras, los efectismos con la cámara...) y sí añadir al panteón wiriano a personajes tan maravillosos como el teniente siciliano-afroamericano Al Giardello (Yaphet Kotto), el verborreico detective John Munch (Richard Belzer) o el repelentemente infalible Frank Pembleton (Andre Braugher). Todo ello, claro está, mientras coleccionamos capítulos dirigidos por John McNaughton o Ted Demme, plagados de caras conocidas (de Baltimore y de Hollywood, con cameo de John Waters incluido); anticipos, complementos, cadáveres de hoppers... Tras The Wire nada es como The Wire pero, en espera de que Generation Kill baje de precio y Treme sea descargable a mejor resolución, las algo más que apostillas de Homicide le alegran a uno la velada.
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