
(Esto es: Cloverfield + Parque Jurásico + Sin nombre...)

La distancia más corta entre la Barcelona folletinesca del siglo XIX y la plasmación contemporánea del mito escandinavo se halla en la pluma de Javier Calvo, autor con ésta de dos, dos de las novelas más interesantes del año, títulos además tan diversos que casi cabe considerarlos opuestos, exuberante el universo gótico-steampunk de Corona de flores (Mondadori) y de corte mucho más contenido e intimista esta Suomenlinna, bautizada según la gélida isla del Báltico finlandés en la que una muchacha, Mirkka Rislakki, gestiona las ansiedades propias de la adolescencia y los desengaños derivados del amor a cualquier edad encerrándose en su habitación para visionar hasta la saciedad The Wicker Man (versión Edward Woodward; no, obviamente, Nicolas Cage), enrocándose junto a un grupo de inadaptados con vocación de banda de death metal y, de últimas, buscando su identidad en una zona gris entre el abrazo a los orgullosos dioses paganos que antaño poblaron el Norte europeo y el desprecio hacia los humildes inmigrantes que hoy día se buscan la vida sobre esas mismas nieves azotadas por la ventisca, conjunto que Calvo, volvamos a él, presenta en diez secuencias contenidas, presididas por una voz narrativa con la lujuriosa personalidad marca de la casa, que en este caso suma capacidad de sugerencia al dejar puertas abiertas para que sea el lector quien remate la faena de un drama breve, dos veces bueno (esto es, notable alto), e insólitamente navideño.
Intelectuapop. Paul Smith no ha partido peras con su media naranja musical pero sí es probable que alguna media naranja sentimental se le haya atragantado en tiempos recientes; de ahí esta catártica ópera prima en solitario cual macedonia de chino, con su trocito de piña ya fermentada al que viene a redimir un lichi sorpresa. La cosa funciona cuando Smith suena a Maxïmo Park (North Atlantic Drift), pero aún más cuando Smith parece no echar de menos a Maxïmo Park (Alone I Would Have Dropped); pierde pie, en cambio, con una serie de temas variados, sí; simpáticos, sí; pero que flirtean con la intrascendencia como si de una colección de descartes de la banda madre se tratara (y cuán lejano se halla ya aquel Missing Songs). El fan sabrá del cuaderno (¿era rojo o nos puede la interferencia austeriana?) que el amigo lleva a todas partes para no dejar escapar uno solo de los versos o ideas que se le pasan por la cabeza; en ese sentido, el lema Margins se nos antoja de lo más revelador.
