Para ulular lastimeramente:
Su carácter generacional, que dificultará notablemente a los espectadores mayores de cuarenta años el avanzar más allá de la primera pantalla. Cierto bajón de ritmo inmediatamente antes del tercer acto. Y que su tono juvenil impida a muchos considerarla al nivel de Sin City o 300; esto es, una de las más logradas traslaciones entre la viñeta y la gran pantalla.
Para aullar efusivamente:
El ritmo (atención a las elipsis, muchas de ellas con gag incluido) y la imaginación visual de Edgar Wright, impecable en el añadido de tics comiqueros: pantalla dividida, elementos gráficos, flashbacks ilustrados... Michael Cera, entrañable como neurótico y sorprendentemente convincente como héroe de acción. Kieran Culkin, en un papel que quince años atrás también hubiera bordado Robert Downey Jr. Su diseño de producción, su fotografía y, en definitiva, que el buen hacer de todos los citados en cada uno de los campos resaltados haga que disfrutemos de un film cuyo argumento invitaba, cuando menos, a la duda.
El juicio crepuscular:
Tal y como hablar con un niño pequeño no implica que debamos llenarnos la boca de gugudadas y agós, para hacer cine con el adolescente norteamericano como target principal tampoco resulta indispensable hacer una ingesta de Descerebralín e irse de vacaciones a Sinideaslandia. Los responsables de Scott Pilgrim se comportan en ese sentido y facturan una comedia intrascendente pero encantadora, graciosa y que cae en gracia, ante la que el mismísimo Ferris Bueller arquearía una ceja orgullosa mientras, mirando directamente a cámara -claro-, exclamara: "John Hughes not dead!".
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