jueves, abril 21, 2011

Clásico 2: Cuchilladas y psicoanálisis


Como si de un Pokémon se tratara, la transformación del Real Madrid al italianismo constó de dos fases. El sábado pasado se descubrió aceptado por su público pese a haberse tirado noventa minutos jugando al pelotazo, con un mísero veintisiete por ciento de posesión al final del partido. Y, toda vez sembrado el huevo de la serpiente, esta noche se presentó en Mestalla con los tacos por tarjeta de visita y la consigna de protestar al árbitro todas y cada una de las faltas a las que su concienciada y convencida política de trincheras y bayonetas abocaba. La táctica de Mourinho, a la que Pepe y Xabi Alonso vieron la amarilla y el cansancio comenzó a vestir de blanco, podría haber acabado en forma de implosión. Pero, desgraciadamente para el Barça, admitía antes un desvío. Una salida que en el Inter del año pasado se llamaba Milito y que en el Real aparece perfeccionada bajo el maquinal acrónimo de CR7. Pese a no haber cazado ni uno de los balones que le habían llovido del cielo, pese al desgaste de decenas de carreras bien cubiertas por los centrales y laterales azulgranas, Ronaldo no se rindió. Y, en una de esas, remató como los grandes un centro medidísimo de Di María. Restaban dieciséis minutos de prórroga pero el Barça no se recuperó ya del mazazo.

En el otro lado de la vida, los de Guardiola habían comenzado el partido como si no hubieran pisado la ducha tras el del sábado pasado: sobreexcitados, cayendo en la provocación, persiguiendo al árbitro cada vez que éste detenía el juego... Ese desencuentro respecto a su estilo habitual (sumado a la insistencia de Villa por buscar el desmarque hacia dentro y a una excesiva conducción en el medio campo) equivalió a regalarle media parte al rival. Se enmendaron en la reanudación, sí: Iniesta dio señales de vida, Pedro comenzó a pisar el área contraria, Messi y Alves pasaron a combinar por la banda derecha... La cosa pintaba madura pero, a la que el árbol blanco se veía agitado, ahí aparecían los guantes de Casillas para negar el fruto decisivo. Así fueron pasando los minutos, entre escuadras y cartabones, con un Mascherano imperial a la hora de barrer la retaguardia. En el último instante, Pinto se sumó al festival cancerbero con una manopla de ángel. Y, cuando la prórroga se preveía favorable para el equipo que menos había corrido tras el balón, éste se desfondó también, víctima en definitiva de la crisis de identidad de su delantero centro (once partidos suma Villa sin marcar) y de un Messi que tampoco logra desprenderse de las frustraciones que últimamente le acompañan.

Mereció el Madrid, pues, el triunfo. Por su intensidad a uno y otro lado de la ley. Por su ordenado posicionamiento a cara de perro. Porque su delantera le redime del cinismo italiano que se ha apoderado de su defensa y medular. Y sale tocado el Barça, incapaz de plasmar su superioridad estética y moral, firmante de un único, mísero tanto en 210 minutos de juego. Y de penalti. De su capacidad para encajar el guantazo y hacer psicoanálisis dependerá por completo el resultado de la inminente semifinal de Champions.

1 comentario:

Dolores dijo...

Pedro marcó aunque se lo anularon por fuera de juego dudoso, porque todos sabemos cómo corre Pedro, con e cuerpo tirado para adelante. Las piernas las tenía a la altura del defensa. Creo que fue muy estricto ese fuera de juego.