Muchos son los motivos en el interior de estas páginas que podrían haber servido para darles título. Sin embargo, a la hora de atar ese lazo, el exsoldado Powers no nos deja ni entrar en la narración, apunta directamente al primer epígrafe de la obra: una marcha tradicional del ejército de los Estados Unidos en la que un pájaro amarillo ve su “puta cabeza” aplastada por quien acaba de ofrecerle un panecillo. Y tal decisión quizá sirva para explicar el vuelo que acaba cobrando esta historia donde dos escenarios alternos, el conflicto de Iraq y unas barras y estrellas que no logran escapar a su sombra, acaban confluyendo en uno solo, sembrando el desconcierto en la mente del protagonista. Pero hablábamos de vuelo, no de transitar los mismos terrenos caminos del estrés postraumático y el crimen de guerra: Los pájaros amarillos sabe relatar la experiencia bélica con gesto impresionista y notable sentido lírico; además, la trasciende desde su carácter simbólico, moralista en el mejor sentido de la palabra. Porque, ¿qué otra cosa es el soldado Bartle si no la encarnación de unas fuerzas armadas que no saben cuidar de los suyos mientras van por el mundo despanzurrando a los ajenos? Y su querencia hacia la naturaleza, ¿no lo emparenta con el trascendentalismo, no deja más al desnudo aún la profundidad de esa traición por parte de un país que mejor haría en mirar hacia sí mismo? Hemingway, Mailer, Thoreau… no es mal botín para una ópera prima.
(Esta reseña apareció en el número de diciembre de Go Mag.)
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