Convendremos en que el de político es un oficio lleno de amarguras. Tu realización personal depende, por de pronto, del voto de una mayoría dudosamente cualificada y ciertamente caprichosa. Es el público no ya potencial sino actual (en términos aristotélicos) de Crónicas Marcianas el que marcará la diferencia, el que te encumbrará en la trona de jefe de algo o te condenará a ejercer el siempre desagradecido papel de opositor a alguna cosa. Pongamos, entonces, que superas el primer obstáculo y te las arreglas para salir elegido. En este mundo post-Watergate y post-fondos reservados, en este universo global tomado por los medios de comunicación, cada cosa que digas o hagas podrá ser utilizada en tu contra. Y sin duda lo será, cortesía de aquel periódico o cadena de televisión que no se halle controlado por un grupo afín a tu partido. Algo te enriquecerás sin que el contribuyente se entere, desde luego. Pero si quieres ese tipo de sexo perverso al que solo se accede desde las más altas esferas del poder (en términos casi platónicos)... bueno, creo que ya ni en las provincias argentinas es posible conseguirlo y quedar impune. Los regalos de tus pares son inventariados para su correcta devolución una vez concluya la legislatura. Y ay de ti si se te ocurre agilizar los trámites para que la niñera peruana de tu amante consiga la nacionalidad antes de lo habitual (para que a su vez tú puedas seguir disfrutando de esos locos fines de semana)... No, cuando le conviene la prensa también sabe ser todo un Gran Hermano.
¿Qué te queda, pues? ¿Dónde encontrará tu ímproba dedicación alguna suerte de recompensa, hermano político? Pues va a ser que en los orígenes mismos de la disciplina, en la siempre etérea pero suculenta palabra. De un tiempo a esta parte, cual oradores atenienses declamando frente al Partenón, cual parlamentarios británicos que venderían su peluca por un buen pun, nuestros representantes nos vienen obsequiando con una perla verbal tras otra. Abre tu periódico de cabecera, lector crepuscular, y deléitate. Hoy mismo, sin ir más lejos, El País recoge el sutil parecer de Don Manuel Fraga sobre algún comentario esgrimido previamente desde las filas de Esquerra Republicana: “pura y simplemente mierda (...) Lo que dicen los diputados de ERC en general es bazofia”. Lo destaco por el respeto que siempre nos deben merecer nuestros mayores, pero en absoluto debe eclipsar tan literario juicio (en términos escatológico-camilojosecelianos) al hombre del momento. Que no es otro que el honorable Pasqual Maragall. Quien está más desatado que Ronaldo en una escuela de samba, oigan. Maestro de la comparación (Carmelo y Prestige), crack de la inferencia (el tres por ciento), lo President no hace más que añadir madera al fuego de una leyenda que ya había quedado bastante arregladita con la concesión olímpica del 92. Su última genialidad ha llegado en forma de hoja de ruta, doble y decorada con tintes grastronómicos y sexuales: “hay que dejar reposar el soufflé catalán”, “hay que poner vaselina en la situación”.
Inmenso.
Glorioso.
Sencillamente Boisseliano.
¿Qué te queda, pues? ¿Dónde encontrará tu ímproba dedicación alguna suerte de recompensa, hermano político? Pues va a ser que en los orígenes mismos de la disciplina, en la siempre etérea pero suculenta palabra. De un tiempo a esta parte, cual oradores atenienses declamando frente al Partenón, cual parlamentarios británicos que venderían su peluca por un buen pun, nuestros representantes nos vienen obsequiando con una perla verbal tras otra. Abre tu periódico de cabecera, lector crepuscular, y deléitate. Hoy mismo, sin ir más lejos, El País recoge el sutil parecer de Don Manuel Fraga sobre algún comentario esgrimido previamente desde las filas de Esquerra Republicana: “pura y simplemente mierda (...) Lo que dicen los diputados de ERC en general es bazofia”. Lo destaco por el respeto que siempre nos deben merecer nuestros mayores, pero en absoluto debe eclipsar tan literario juicio (en términos escatológico-camilojosecelianos) al hombre del momento. Que no es otro que el honorable Pasqual Maragall. Quien está más desatado que Ronaldo en una escuela de samba, oigan. Maestro de la comparación (Carmelo y Prestige), crack de la inferencia (el tres por ciento), lo President no hace más que añadir madera al fuego de una leyenda que ya había quedado bastante arregladita con la concesión olímpica del 92. Su última genialidad ha llegado en forma de hoja de ruta, doble y decorada con tintes grastronómicos y sexuales: “hay que dejar reposar el soufflé catalán”, “hay que poner vaselina en la situación”.
Inmenso.
Glorioso.
Sencillamente Boisseliano.
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