jueves, febrero 03, 2005

Apostillas I: El PP, el lenguaje y los monos

Me estaba preguntando cómo se mide el éxito de unas elecciones en un país como Irak (en las circunstancias en las que se encuentra un país como Irak) cuando reparé en la obviedad: éxito es que alguien, una sola persona, desafíe los coches bomba para depositar su voto; dos personas representarían dos éxitos, y así sucesivamente. Éxito rotundo, pues, contrariamente a lo que un servidor había intuido desde esta página. Aunque en el llamado “triángulo suní” la participación fuera mucho menor que en otras zonas, me ratifico: el pasado domingo, cada sufragio babilónico fue un éxito. Un éxito del que Estados Unidos es relativamente culpable. En el afán por reconocérselo, casi dan ganas de obviar el multimillonario agujero en las finanzas petrolíferas que han dejado los virreyes de Bush Jr. Casi…
Ha sido una semana pródiga en movimientos de ficha relacionados con algunos recientes ladridos. Hace pocos días, el gran Josep Ramoneda analizaba la política del Partido Popular desde una óptica lingüística; calificaba expresiones del tipo “todos los terrorismos son iguales” como parte de una cultura de la homonimia que suele generar grandes beneficios políticos: el de un discurso sencillo, asimilable y en consecuencia fácilmente transmisible, sin ir más lejos. La homonimia consiste en limitar el significante a la unidad sin importar el número de significados que le correspondan. Puesto que el lenguaje tiende a la economía de medios, puesto que la existencia de un significante para cada significado del mundo real (por no hablar del abstracto) haría de la comunicación una práctica muy poco práctica, los homónimos se vuelven del todo imprescindibles. El PP, no obstante, conduce tan noble recurso a extremos aberrantes. Léanse las palabras de Esperanza Aguirre sobre la supuesta detención ilegal de dos militantes de su partido a raíz de las supuestas agresiones a José Bono y Rosa Díez en la supuesta manifestación de la AVT. Habló la supuesta presidenta de la Comunidad de Madrid en términos de supuesta persecución, y vino a comparar el supuesto contexto pepero con aquel (nada supuesto, manifiestamente terrible) que vivieron los judíos alemanes en los inicios del Tercer Reich. Todo ello en plena “celebración” del sesenta aniversario de la liberación de Auschwitz. Perverso (por planificado) y políticamente irresponsable, claro. Pero tú haz demagogia, que algo queda. Y lo que queda es un batiburrillo de referentes entrelazados sin ton ni son: nazis y socialistas (“nazionalsozialist”, el término ya existía), populares y víctimas del Holocausto, democracia y dictadura… Es una banalización que sólo puede conducir a la representación vacía, por irreal, por falta de correspondencias. A la desaparición del lenguaje. A la muerte de la inteligencia. Qué monos, todos.

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