jueves, febrero 10, 2005

La garganta que agoniza

Sexo y política son disciplinas que, para bien o para mal, suelen llevar las riendas de nuestra existencia. Tradicionalmente se habló de vicios privados y virtudes públicas, pero cualquier hijo de vecino con dos dedos de experiencia y uno de criterio sabrá de lo virtuosa que puede resultar una sesión de alcoba, y de la inmoralidad que a menudo rodea las decisiones y actitudes de nuestros dirigentes. Es así que, si somos afortunados, quizá en nuestro propio domicilio haya una pareja dispuesta a hacernos el amor, pero de puertas hacia fuera siempre existirá un representante del pueblo dispuesto a follársenos de la peor manera.
Sexo y política, política y sexo. Jamás esta relación se reveló tan evidente como en el año de Nuestro Señor de 1972. Prueba de la acusación #1: Durante la madrugada del 17 de junio, cinco personas son detenidas por irrumpir en las oficinas del Comité Nacional Demócrata, sito en el complejo Watergate de la capital del país de las barras y estrellas. Fue el inicio de un escándalo que, gracias a las sucesivas revelaciones de The Washington Post, acabaría culminando dos años después con la dimisión de Richard Nixon. Prueba de la acusación #2: El 15 de noviembre se estrena la primera película porno legal de la historia de Estados Unidos. Alegaciones de la acusación: Tanto la fuente secreta de los periodistas Carl Bernstein y Bob Woodward como el citado film recibieron idéntico apelativo, “Deep Throat” (esto es, “Garganta profunda”).
Analogías tirando a jugosas al margen, más de treinta años después el Deep Throat en su variante política está agonizando (o al menos eso asegura John W. Dean, antiguo consejero de Nixon, en un editorial publicado por The Los Angeles Times el pasado domingo). Y todo parece indicar que The Washington Post se mantendrá fiel a su promesa de revelar la identidad del legendario confidente toda vez éste haya fallecido (posiblemente a través de su propia necrológica). Uno de los secretos mejor guardados de la segunda mitad del siglo XX (también una de las demostraciones de rigurosidad periodística más loables de la historia) será en breve desvelado. Quizá nunca sepamos quien mató a Kennedy, pero este cronista crepuscular ahora mismo no cabe en sí de la anticipación.

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