jueves, abril 07, 2005

Los poemas de Sonam Gyarma I

Al abandonar su tierra por una mujer, Sonam Gyarma avanzó en sentido contrario a las agujas del reloj cultural de la mayoría de sus contemporáneos. En una época en que las mentes más abiertas, las personalidades más reconocidas dirigían su atención hacia Oriente en busca del conocimiento que la paranoia occidental les negaba, este hombre pequeño, de mirada poco severa, con aspecto de constante interrogación, encaminó sus pasos hacia el corazón del tumulto, buscó la clave de sus sentimientos en el ojo mismo del huracán. Siente uno la tentación de ilustrar cada frase de este instintivo prólogo, redactado a la sombra de lo que le sigue con la insoportable impresión de haber olvidado tantos hechos y emociones, de cuando menos haber obviado voluntariamente muchos de ellos en aras de la concreción… siente uno la tentación de ilustrar cada frase, digo, con alguno de los cientos de pequeños poemas que su visita nos legó. Sonam Gyarma escribía de forma compulsiva, lo que hacía dificultoso mantener una conversación con él. La distancia a la que se encaminaba cuando las palabras acudían a su mente –y las palabras acudían a su mente con asombrosa fidelidad-, contradecía la cercanía de sus rasgos, se abstraía su interés en un instante y por completo, como si algo en su interior regresara a la lejanía en que había nacido y había sido criado para extraer de ella una nueva y sutil respuesta. Se podrá aquí objetar que el mesianismo es deporte nacional en el Tíbet, afirmación que realizo con afecto y paciencia; sea como fuere, la fuerza de cuanto Sonam Gyarma escribía, la sencillez de sus opiniones respecto a los más afilados temas de actualidad, todo cuanto transmitía invita a prescindir de prejuicios nacionales, a dejar de lado ese otro gran deporte propio a nuestra cultura, el cinismo, para sumergirnos en la calidez de su obra literaria. Sirvan estas páginas introductorias y los versos que las invitaron a nacer como marco de entrada a una cultura de la que Sonam Gyarma jamás pretendió escapar; al igual que tantos otros en sus antípodas, Sonam Gyarma sólo quiso huir de sí mismo.


Rompe un espejo y en él te verás diez veces
recoge un pedazo para verte una única vez
pero con los demás
no seas espejo roto ni fragmento
sino la imagen que tu cuerpo proyecta hacia dentro:
espíritu.
* * *
Si cortaras una hoja
de aquel árbol al que da el sol
no tendrías árbol
ni tendrías sol,
sino la mano verde
y la mirada entristecida.
(Tal es la nostalgia
que me acecha)
* * *
Soy de arena,
no de arena que pueda llevarse el viento
sino arena de la playa:
una, ondulante
hermana del agua.
* * *
Como la cera de una vela
me derramo junto a ella,
como el cuenco del candelabro
me recoge con ternura,
mas para ser yo de nuevo
requiero de frío, tiempo y distancia.
* * *
Son los ojos de la mujer pozos de agua helada:
sacían la sed
pero congelan mis heridas.
Aún al sol de tu abrazo,
necesitaré regresar a la soledad.
* * *
Tu ausencia se eleva como la montaña más alta:
frío, me falta el aire, no avanzan mis pies...
Pero una vez alcance la cima
seré dueño de cuanto me rodea.
* * *
En la noche tus palabras me confunden
(dulce confusión),
en la mañana el sol me aturde
(dulce claridad).
* * *
Creo recordarme de ayer
(si bien ayer no dije lo mismo);
creo recordarme de mañana
(si bien mañana no diré lo mismo).
Hoy no debo olvidarme.

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Sonam Gyarma en una fotografía no fechada.

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