martes, abril 12, 2005

Los poemas de Sonam Gyarma II

Hombre que vivía la intimidad con particular humildad, con la idea de que la propia experiencia no dejaba de ser anecdótica y que, por tanto, debía ser despojada de sus principales detalles para una acertada transmisión, Sonam Gyarma jamás abundó en la narración de su historia con Sheslia; al contrario, buscó prescindir de contextos y de situaciones, eliminó lugares y fechas, recurrió con frecuencia a enojosas generalizaciones que sólo la fuerza de su poesía lograba trascender. El hecho de que marchara a Occidente, abandonando a su familia y amigos –pero también el marco en que se desarrollaban sus recuerdos junto a ella, la constante presencia de su ausencia-, invita a humanizarlo: en una época de idealización de diferentes culturas orientales, principalmente a cargo de una clase medio-alta lúdicamente dotada para la búsqueda filosófica y/o de auto-realización, Sonam Gyarma se nos aparece capaz de los mismos errores que cualquier adolescente –o no tanto-, en cualquiera de las calles de cualquiera de nuestras ciudades. Extraño resultaba el carácter de sus intenciones, una vital amalgama de primordial sabiduría tibetana e insospechada ingenuidad personal, la variedad de estados en que se mostró ante nosotros. Quede claro, por tanto, que la intención de este escrito dista mucho de la mera exaltación del personaje; persigue la introducción establecer ciertos parámetros para la mejor comprensión de los Poemas, claves que acompañan toda obra poética, en tanto que cifrada, a comentar.
Sonam Gyarma llegó a París con cuarenta y tres años recién cumplidos; sabemos que Sheslia Madpa contaba trece menos, que su relación se prolongó a lo largo de seis años y medio con una primera separación de seis meses tras los primeros dos; sabemos que hubo entre sus familias diversos roces, si bien éstos no tuvieron especial relevancia en el traumático final; sabemos, por último, de la especial personalidad de ella, de la expresividad, sinceridad y sencillez que tan a menudo Sonam Gyarma exaltaría con la consiguiente, casi inevitable idealización que por la condición infantil presentan muchos de sus poemas. Pero al igual que a menudo repetimos un nombre con hipnótica cadencia, renunciamos a su contenido en pos de la magia relativa al signo, tal y como una fotografía en concreto nos puede abocar a uno o decenas de recuerdos necesarios, imprescindibles en el interminable lapso de un segundo, Sonam Gyarma volvía la vista atrás para revelar un todo de bordes indiscernibles, arqueaba la memoria su entrecejo como si algo en su interior pugnara por separar palabras, contextos, lugares, imágenes y sueños de otras palabras, contextos, lugares, imágenes y sueños –quizá la distancia que había, que siempre hubo, entre los que a él pertenecían y los que ella había escogido para abandonarle.
Era Sonam Gyarma hombre de sueños que solía, tras la jornada laboral, sentarse entre nosotros para rememorarlos, y poco importaba que hubieran acontecido la noche anterior o varios meses atrás; sólo de ese modo nos permitió conocer detalles referentes a su infancia, a la casa familiar y al exigente carácter de su padre. Precisamente, cierta compañera habitual a estos encuentros, aún admitiendo haber desarrollado un interés emocional por Sonam Gyarma, manifestaba con pretendida objetividad que muchos de los sueños referidos aún no habían tenido lugar, que más que soñados habían sido anticipados: tal era su capacidad de sugestión. Por otro lado, quien en base a la experiencia onírica pretenda historiar debe saberse a merced de la inexactitud; por mucho que luchemos contra ello, en definitiva sólo los Poemas deben hablar por si mismos, el que no cejemos en la intención de enmarcarlos debidamente, la contextualización es un rasgo cultural prácticamente ineludible pero etéreo, quizá fútil.
¿Por qué escogió Sonam Gyarma París como destino de su exilio? Bromeara o no al respecto, quienes le conocimos coincidimos en señalar su explicación como causa altamente probable: un hombre como él siempre se sentiría atraído por la ciudad que presentara el epígrafe de “de la luz”.


Soy un camino de tiempo
devorado por el tiempo,
soy un camino de arcilla
moldeado por sus manos:
parto del mañana en busca de su caricia
parto de su caricia en busca del mañana.
* * *
En esta tierra de engaño
seré fatuo,
mas cuando a mis oídos llegue una voz sincera
sabré reconocerla
descansaré a la sombra de su hablar.
* * *
Cada vez que te alejas
bajo al mar y pido consejo a las olas;
cada vez que te alejas
la marea se desvanece
en fragmentos de tu recuerdo.
* * *
El verdadero amor es un lago calmo.
¿Cómo serle infiel a un lago
cómo renunciar a un lago
cómo olvidar un lago
cuando la naturaleza te lo ha puesto delante?
Eres una maestra del engaño.
* * *
Esa música que llena mis oídos...
¿Quién la ha escogido para mi?
* * *
Se ensucian mis manos al escribir
(nunca al pensar),
he ahí la verdad de mi compromiso:
simples manchas de tinta.
* * *
Cuando miro a occidente
me sorprende su calidez,
cuando miro al hogar
echo de menos su austeridad.
* * *
Numerar los días
numerar las horas
(como si el tiempo
no fuera una emoción).

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