lunes, abril 04, 2005

Wojtyla bye bye...

La gente se muere. Los octogenarios, más. No veo por qué este Papa iba a ser menos. El sábado por la noche, hasta cinco canales de televisión emitían en directo desde San Pedro. La noticia se había dado a las 21:37. Un buen documental hubiera sido de agradecer. Pero todos ellos optaron por entregarse a una sesión de luctuoso onanismo, las lágrimas de los fieles a modo de insistente eyaculación. Respeto su dolor, pero no creo que tenga la envergadura como para justificar tamaño asedio informativo. El Papa ha muerto. Vale. Añadir que, si las decisiones fueron suyas, le pudo la soberbia del mártir. Y si en efecto se le rebatió la posibilidad de una jubilación no-tan-anticipada, lamentar que no expirara en un chalet con vistas a la primavera polaca. Las buenas noticias, que fue un Papa trabajador, viajero y voluntarioso. Las malas, que fue Papa, símbolo principal de una institución anacrónica cuyas arbitrarias consignas siguen anclando a mil millones de creyentes a un pasado mítico y un presente neoplatónico de negación de la materia y, por tanto, de la vida misma.
Sentado lo cual, la pirueta: me parece fantástico el acuerdo alcanzado por los tres capos religiosos de Jerusalén al alinearse contra la celebración de un desfile gay en la ciudad santa. Dicho festival se ha venido celebrando sin mayores problemas en otras urbes de Israel; trasladarlo a los aledaños del kilómetro cuadrado más espiritual del mundo es un rizar el rizo tan exhibicionista como innecesario. La flagrante homofobia de los cultos monoteístas no disminuirá confrontando zapatos de plataforma y plumíferas boas a las barbas ortodoxas. Tampoco es de recibo la amenaza bíblica (“podría correr la sangre”, sostuvo alguno de los tres iluminados), pero incluso las posturas más retrógradas deben ser respetadas en la intimidad de sus iglesias / sinagogas / mezquitas.

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