1. Allá por el 94, durante el semestre que pasé viviendo en Colorado, solía ganarme unos dólares cuidando a dos renacuajos de nombres Tiago y Logan. Logan, que en mi primera tarde tuvo a bien caerse de un sillón y reventarse la nariz contra el suelo, contaba unos dieciocho meses; hacía poco más que dar entrada a la comida, dar salida a sus necesidades, gatear y dormir. Tiago, en cambio, con sus cinco o seis años, mostraba ya los primeros gustos obsesivos que puntúan el lento camino hacia la madurez. Fanático de Batman, se pretendía el justiciero enmascarado y, no habiendo ningún malhechor más adecuado en los alrededores, descargaba sus puñetazos y patadas contra un servidor (quien hubiera preferido ejercer de Robin, la verdad). De paso, me hizo ver Liberad a Willy unas quinientas veces (de ahí mi carcajada histérica ante aquel episodio de Los Simpson donde la orca acomete el famoso salto celebratorio de su emancipación pero, un fallo de cálculo lo tiene cualquiera, cae a dos metros del agua y aplasta así a su infantil liberador).
2. No me recuerdo como especial seguidor de Superman, anudándome un mantel al cuello y levantando los brazos con los puños cerrados en ademán de volar (mi ídolo infantil vendría a ser Luke Skywalker, y a más de un psicólogo le encantaría relacionar la contención emocional del Jedi con las tendencias místico-crípticas que marcaron mi adolescencia). Pero sí debo señalar las dos primeras partes de la tetralogía del hombre de acero protagonizada por Christopher Reeve a modo de película fetiche, aquella que con irresistible canto de sirena me atrajo a las salas de cine en una docena y media de ocasiones.
3. En octubre de 2004, viajé a Nueva York para entrevistar a Jonathan Lethem, autor de La Fortaleza de la Soledad; esto es, de la Gran Novela Americana de súper-héroes, el primer texto verdaderamente adulto dedicado a (y protagonizado por) el mundo de las capas y las máscaras y las habilidades extraordinarias. Y he aquí que, el mismo día en que debía acudir a la residencia del escritor en Brooklyn, me desayuné con la noticia del fallecimiento de Christopher Reeve. Como si ciertos mitos no toleraran especialmente bien la mayoría de edad.
2-1. Una de las secuencias de Superman II que con más angustia recuerdo (la revisité en la madrugada del pasado 1 de enero y las emociones seguían ahí) es aquella en la que el protagonista renuncia a sus superpoderes por amor, para poder llevar una vida normal junto a Lois Lane: acto seguido, es apaleado en un bar de carretera mientras el General Zod y sus secuaces amenazan con apoderarse del planeta.
4. “A menudo, cuando soñamos, nuestra imaginación nos lleva al mundo de lo fantástico, lo increíble y lo espectacular.
Al sueño de volar, de tener la fuerza de mil hombres, o incluso de salvar el mundo.
En esas fantasías asombrosas, el bien vence al mal...
...y nadie muere de verdad.
Pero la vida no es así.
Ser humano... verdaderamente humano, es aceptar que a veces somos héroes, a veces somos triunfadores...
Y a veces estamos sin poderes.” (“And sometimes we are powerless”, intuyo que debe ser el mucho más vigoroso final de la versión norteamericana)
4-1. Firman estas palabras Matt Cherniss y Peter Johnson, autores (junto a Michael Gaydos en el dibujo y Lee Loughridge en el color) de Powerless (publicado aquí por Panini como Spiderman/Lobezno: Powerless). Es el reverso de Lethem: un cómic de súper-héroes sin súper-héroes donde Peter Parker queda tullido por la picadura de una araña radioactiva, donde Matt Murdock es una marioneta ciega en manos del rey del crimen organizado, donde Logan asesina a diestro y siniestro por encargo del gobierno de Estados Unidos, donde Norman Osborne padece esquizofrenia y donde el Dr. Bruce Banner sufre brotes de violencia incontrolada que le mantienen ingresado en un frenopático. Todos ellos son meros mortales, hombres vulgares que deben hacer frente a vicisitudes de lo más común y corriente (especialmente, al miedo y la duda).
5. Como si entonaran al alimón aquel viejo clásico de Bowie, Lethem y Powerless parecen coincidir desde extremos opuestos en cierta apreciación ética (y lo hacen sin recurrir a la pirotecnia romántica, ojo): es el carácter de sus elecciones, el modo en que se enfrenta a ciertas pruebas vitales, lo que señala y determina al héroe. Y es que toda gran responsabilidad conlleva, en ocasiones, un no menor poder.
2. No me recuerdo como especial seguidor de Superman, anudándome un mantel al cuello y levantando los brazos con los puños cerrados en ademán de volar (mi ídolo infantil vendría a ser Luke Skywalker, y a más de un psicólogo le encantaría relacionar la contención emocional del Jedi con las tendencias místico-crípticas que marcaron mi adolescencia). Pero sí debo señalar las dos primeras partes de la tetralogía del hombre de acero protagonizada por Christopher Reeve a modo de película fetiche, aquella que con irresistible canto de sirena me atrajo a las salas de cine en una docena y media de ocasiones.
3. En octubre de 2004, viajé a Nueva York para entrevistar a Jonathan Lethem, autor de La Fortaleza de la Soledad; esto es, de la Gran Novela Americana de súper-héroes, el primer texto verdaderamente adulto dedicado a (y protagonizado por) el mundo de las capas y las máscaras y las habilidades extraordinarias. Y he aquí que, el mismo día en que debía acudir a la residencia del escritor en Brooklyn, me desayuné con la noticia del fallecimiento de Christopher Reeve. Como si ciertos mitos no toleraran especialmente bien la mayoría de edad.
2-1. Una de las secuencias de Superman II que con más angustia recuerdo (la revisité en la madrugada del pasado 1 de enero y las emociones seguían ahí) es aquella en la que el protagonista renuncia a sus superpoderes por amor, para poder llevar una vida normal junto a Lois Lane: acto seguido, es apaleado en un bar de carretera mientras el General Zod y sus secuaces amenazan con apoderarse del planeta.
4. “A menudo, cuando soñamos, nuestra imaginación nos lleva al mundo de lo fantástico, lo increíble y lo espectacular.
Al sueño de volar, de tener la fuerza de mil hombres, o incluso de salvar el mundo.
En esas fantasías asombrosas, el bien vence al mal...
...y nadie muere de verdad.
Pero la vida no es así.
Ser humano... verdaderamente humano, es aceptar que a veces somos héroes, a veces somos triunfadores...
Y a veces estamos sin poderes.” (“And sometimes we are powerless”, intuyo que debe ser el mucho más vigoroso final de la versión norteamericana)
4-1. Firman estas palabras Matt Cherniss y Peter Johnson, autores (junto a Michael Gaydos en el dibujo y Lee Loughridge en el color) de Powerless (publicado aquí por Panini como Spiderman/Lobezno: Powerless). Es el reverso de Lethem: un cómic de súper-héroes sin súper-héroes donde Peter Parker queda tullido por la picadura de una araña radioactiva, donde Matt Murdock es una marioneta ciega en manos del rey del crimen organizado, donde Logan asesina a diestro y siniestro por encargo del gobierno de Estados Unidos, donde Norman Osborne padece esquizofrenia y donde el Dr. Bruce Banner sufre brotes de violencia incontrolada que le mantienen ingresado en un frenopático. Todos ellos son meros mortales, hombres vulgares que deben hacer frente a vicisitudes de lo más común y corriente (especialmente, al miedo y la duda).
5. Como si entonaran al alimón aquel viejo clásico de Bowie, Lethem y Powerless parecen coincidir desde extremos opuestos en cierta apreciación ética (y lo hacen sin recurrir a la pirotecnia romántica, ojo): es el carácter de sus elecciones, el modo en que se enfrenta a ciertas pruebas vitales, lo que señala y determina al héroe. Y es que toda gran responsabilidad conlleva, en ocasiones, un no menor poder.
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