Ayer me escribieron un mensaje en la lengua de Paolo Rossi y me las apañé para malinterpretarlo desde su alfa hasta su omega. Doloroso que tantos visionados de la trilogía de El Padrino no me hayan servido más que para murmurar con voz ronca "Luca Brazzi sleeps with the fishes" cada vez que una cabeza de caballo aparece entre mis sábanas (algo mucho más habitual de lo que el lector crepuscular podría en principio intuir, conste). Todo ello, sea como fuere, me retrotrae al verano de 1998, cuando viajé a Rijeka para conocer a mi agonizante bisabuela. Desde hacía muchos años residente junto a su hija Beba en Johannesburgo, la requetenona había querido despedirse de su patria pero, nada más pisarla, se había recuperado maravillosamente de sus numerosísimos achaques. Es así que, a lo largo y ancho de aquellos siete días, pudimos mantener diversas charlas de bisabuela a bisnieto, conversaciones que, al no dominar yo el croata ni ella el castellano, se desarrollaban en simpático italiano. Tales encuentros comenzaban con un servidor preguntando: "¿Cosa dice, Nona?" (alárguese la 'o' hasta extremos dantescos -nunca mejor expresado). Y continuaban con la buena y decrépita mujer escogiendo entre una doble respuesta. La primera aludía a su edad: "norantadue anni". La segunda, en fin, señalaba la principal molestia propia de aquellas jornadas estivales: "¡muja, muja!" (esto es, "¡mosca, mosca!"). E, invariablemente, yo remataba la cosa con el relato de los desempeños de la selección croata en el Mundial de Francia (donde, liderada por Davor Suker, la escuadra a cuadros rojiblancos alcanzaría un histórico tercer puesto).
No hay comentarios:
Publicar un comentario