sábado, septiembre 10, 2005

Parejas no-evolutivas en el baile post-darvinista

Ni maternidades castradoras, ni negativas amorosas, ni rupturas sentimentales, ni adulterios, ni abandonos del hogar... Leo, en un artículo de Javier Sampedro en El País del viernes 9 de septiembre, la única circunstancia que podría llegar a justificar de algún modo nuestra caída en los abismos de la misoginia. ¿Quieres creer, lector crepuscular, que el estancamiento antropomórfico de ciertas féminas a la hora de escoger a sus parejas de baile, su interés por cualidades que las hagan sentir protegidas físicamente antes que por rasgos de corte más intelectual o emotivo, podría estar acabando con la evolución de la raza humana? Pues eso parece:

“El motor de la evolución descubierto por Darwin, la selección natural, se basa en la reproducción diferencial de los individuos cuyos genes están mejor adaptados al entorno local. El consenso científico es que ese motor impulsó el espectacular crecimiento del cerebro de los homínidos, pero que dejó de hacerlo cuando surgió el Homo Sapiens, cuya supervivencia y reproducción dependen menos de los genes que de los factores socioculturales.
Un
Homo Sapiens afortunado puede nacer con una mutación que mejore su cerebro, pero no se reproducirá más por ello, y por tanto la mutación no se extenderá por la población. De ahí el consenso actual: la cultura detiene la evolución cerebral.”

Pese a que el autor del artículo no efectúa distinciones de género, pongo tan terrible acusación en femenino porque, como todo hombre sabe, por lo general son ellas las que (nos) escogen. Y, en definitiva, reto a quien dude del asunto a presentarse en mi oficina coincidiendo con la visita del nuevo lampista, sujeto por encima del 1’80 de altura, de negra y larga cabellera ensortijada, recios pectorales y anchos bíceps circundados por un tatuaje étnico, pantorrillas poderosas y mirada à la Stallone cuya sola presencia altera los estrógenos de mis compañeras de trabajo para convertirlos en una suerte de exhibición pirotécnica más propia del 4 de julio estadounidense que de un saludable entorno laboral.

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