Escasa capacidad política ha de tener quien siempre necesitó una pistola para expresar sus ideas: en ese sentido, el atentado de ETA del pasado sábado no resulta especialmente sorprendente, representaba una posibilidad la mar de probable en el tira y afloja negociador. Pero sí nos aboca la furgoneta-bomba de Barajas, porque causó las primeras víctimas mortales del terrorismo vasco en casi cuatro años, a un nuevo escenario se diría que interesante: la eliminación por tiempo indefinido de la izquierda abertzale como elemento de la ecuación…
Una vez más, las necesidades de Batasuna han sido obviada por una ETA que en buena lógica desconfía de quienes prefieren hablar a disparar, por más que las palabras de los primeros hayan a menudo estado encaminadas a defender o justificar las balas de los segundos. Y no deja la cosa de tener su lado masoquista, pues la anulación de Otegi y compañía (aún ilegalizados como formación política y pasto en los próximos meses de diversos procedimientos judiciales) debería suponer un boquete en la línea de flotación del entramado social que sustenta a la banda.
El tiburón, confundido, incapaz de desenvolverse en aguas tranquilas, ha optado por deshacerse de la rémora. Momento, toda vez constatada su inutilidad, de pescarla legalmente sin el menor sentimiento de culpa. Y sólo restará aguardar a que los parásitos y las infecciones vayan dando cuenta de un escualo que, eso sí, sin duda puede propinarnos aún más de una dentellada.
(Para acelerar el proceso, este ladrador crepuscular sigue suspirando por la aparición de unos Gerry Adams y Martin McGuinness vascos, papel que visto lo visto ni siquiera Josu Ternera ha sido capaz de desempeñar.)
Una vez más, las necesidades de Batasuna han sido obviada por una ETA que en buena lógica desconfía de quienes prefieren hablar a disparar, por más que las palabras de los primeros hayan a menudo estado encaminadas a defender o justificar las balas de los segundos. Y no deja la cosa de tener su lado masoquista, pues la anulación de Otegi y compañía (aún ilegalizados como formación política y pasto en los próximos meses de diversos procedimientos judiciales) debería suponer un boquete en la línea de flotación del entramado social que sustenta a la banda.
El tiburón, confundido, incapaz de desenvolverse en aguas tranquilas, ha optado por deshacerse de la rémora. Momento, toda vez constatada su inutilidad, de pescarla legalmente sin el menor sentimiento de culpa. Y sólo restará aguardar a que los parásitos y las infecciones vayan dando cuenta de un escualo que, eso sí, sin duda puede propinarnos aún más de una dentellada.
(Para acelerar el proceso, este ladrador crepuscular sigue suspirando por la aparición de unos Gerry Adams y Martin McGuinness vascos, papel que visto lo visto ni siquiera Josu Ternera ha sido capaz de desempeñar.)
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