Hay meses en que cuesta Dios y ayuda dar con un libro de crítica (entiéndanme: libros hay para construir una nueva Gran Muralla, pero la primera opción ya va como entrevista y la segunda la ha solicitado un colaborador y la tercera se acaba de retrasar y la cuarta tiene ochocientas páginas que no se leerán de aquí al viernes, etc.). Este número que acabamos de cerrar, por el contrario, me obligó a decidir entre tres títulos idénticamente interesantes y correctos. El ganador -les ahorro el suspense- fue Una novela natural de Gueorgui Gospodínov (en Saymon), y a su quiosco habitual durante los primeros días de diciembre les remito si quieren saber el porqué de tal elección. Toca hablar, desde aquí, de los que llegaron media cabeza tarde a la línea de llegada. Uno de ellos lo comentamos precisamente ayer, La región inmóvil de Tom Drury (451). Y el que hoy nos ocupa fue Fama de Daniel Kehlmann (Anagrama).
Comencemos (o prosigamos) diciendo que Kehlmann es un joven prodigio alemán (nació en 1975) que en nuestro país viene gozando de una curiosa carrera editorial, con tres sellos dispares para sus tres obras publicadas. A falta de que alguien decida recuperar sus cuatro trabajos iniciales, lo primero que supimos de él fue Yo y Kaminski (Acantilado), una entretenida sátira sobre el arribismo artístico protagonizada por un biógrafo que se mostrará capaz de todo con tal de conseguir la materia prima para su trabajo sobre un célebre pintor. Aunque inteligente y simpática, Yo y Kaminski difícilmente hacía presagiar el éxito y las maneras históricas de La medición del mundo (Maeva), jugosísimo relato sobre el desencuentro entre el naturalista Humboldt y el matemático Gauss que vendió millón y medio de copias sólo en Alemania. Convertido en una estrella de ese firmamento literario que preside el sol Goethe, pues, queda claro que Kehlmann tuvo que lidiar con uno de los más molestos fenómenos de la vida contemporánea.
Fama (Anagrama) es el resultado: un retrato descarnado, a través de nueve relatos empapados en bilis e ironía, de ciertos satélites que orbitan en torno al mundo del arte pero que nada tienen que ver con el arte (y, en ese sentido, remite claramente a Yo y Kaminski). La pieza en que un freak cibernético acosa hasta la extenuación a un autor de éxito a fin de impresionarlo y acabar protagonizando una de sus obras resulta particularmente ejemplificadora. Pero también están ahí las típicas giras de conferencias (si hoy es martes esto es el Instituto Alemán de Tegucigalpa), los famosos “pesebres” (aterradora resulta la historia de la autora de novela negra que acepta ir a conocer en persona las “bondades” de una de las repúblicas asiáticas de la antigua Unión Soviética), las presiones para que el creador se mantenga a la altura de su corpus (por más que ese creador sea primo hermano de Paulo Coelho y se desconfíe de su sinceridad literaria)… Fama es una pataleta en toda regla, no dudamos que justificada, notablemente construida y narrada, pero que alcanza sus cotas más altas cuando Kehlmann deja en segundo plano la catarsis y se dedica a indagar en temas como la dicotomía identidad/simulacro (el actor que se convierte en imitador de sí mismo) o la metaliteratura (el personaje que ruega a su autor que no acabe con su vida).
(Esta reseña apareció en el blog de Qué Leer la semana pasada)
Comencemos (o prosigamos) diciendo que Kehlmann es un joven prodigio alemán (nació en 1975) que en nuestro país viene gozando de una curiosa carrera editorial, con tres sellos dispares para sus tres obras publicadas. A falta de que alguien decida recuperar sus cuatro trabajos iniciales, lo primero que supimos de él fue Yo y Kaminski (Acantilado), una entretenida sátira sobre el arribismo artístico protagonizada por un biógrafo que se mostrará capaz de todo con tal de conseguir la materia prima para su trabajo sobre un célebre pintor. Aunque inteligente y simpática, Yo y Kaminski difícilmente hacía presagiar el éxito y las maneras históricas de La medición del mundo (Maeva), jugosísimo relato sobre el desencuentro entre el naturalista Humboldt y el matemático Gauss que vendió millón y medio de copias sólo en Alemania. Convertido en una estrella de ese firmamento literario que preside el sol Goethe, pues, queda claro que Kehlmann tuvo que lidiar con uno de los más molestos fenómenos de la vida contemporánea.
Fama (Anagrama) es el resultado: un retrato descarnado, a través de nueve relatos empapados en bilis e ironía, de ciertos satélites que orbitan en torno al mundo del arte pero que nada tienen que ver con el arte (y, en ese sentido, remite claramente a Yo y Kaminski). La pieza en que un freak cibernético acosa hasta la extenuación a un autor de éxito a fin de impresionarlo y acabar protagonizando una de sus obras resulta particularmente ejemplificadora. Pero también están ahí las típicas giras de conferencias (si hoy es martes esto es el Instituto Alemán de Tegucigalpa), los famosos “pesebres” (aterradora resulta la historia de la autora de novela negra que acepta ir a conocer en persona las “bondades” de una de las repúblicas asiáticas de la antigua Unión Soviética), las presiones para que el creador se mantenga a la altura de su corpus (por más que ese creador sea primo hermano de Paulo Coelho y se desconfíe de su sinceridad literaria)… Fama es una pataleta en toda regla, no dudamos que justificada, notablemente construida y narrada, pero que alcanza sus cotas más altas cuando Kehlmann deja en segundo plano la catarsis y se dedica a indagar en temas como la dicotomía identidad/simulacro (el actor que se convierte en imitador de sí mismo) o la metaliteratura (el personaje que ruega a su autor que no acabe con su vida).
(Esta reseña apareció en el blog de Qué Leer la semana pasada)
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