Es posible que los hermanos Coen hayan tenido aún más influencia de la que les venimos suponiendo. También, que uno de los rasgos característicos de su obra, la apatía vital rayana en la estulticia de gran parte de sus personajes, sea propia en realidad de ese Medio Oeste en el que han ambientado tantas de sus obras. De un modo u otro, tal y como nos sucedía hace algunos meses al comentar La oreja de Murdock de Castle Freeman Jr., los responsables de El gran Lebowski aparecen como un referente innegociable a la hora de presentar nuestro último pequeño gran descubrimiento norteamericano.
Se trata de un lanzamiento de 451 Editores, La región inmóvil, y lo firma un nativo de Iowa de 53 años que responde al nombre de Tom Drury. Toda vez resumida la biografía de la solapa, adentrémonos un poco en los escenarios propuestos por la novela. Pierre Hunter, su protagonista, está peleado con la vida. Pero no mucho, lo estrictamente necesario para ahogar su malestar en alcohol y no lo suficiente como para hacer algo al respecto. Cuando su novia de instituto lo abandona, Pierre se sube a su descapotable y se va a beber un par de cervezas junto a una fábrica abandonada. Cuando sus padres fallecen en el plazo de tres semanas, renuncia a la herencia y se encierra en un piso cuyo alquiler paga trabajando en el Jack of Diamonds, uno de los bares-restaurante más populares de la zona. La zona, claro está, es The Driftless Area, la región inmóvil del título, una geografía bastante rural y aún más desconocida en el corazón de Estados Unidos que, contra todo pronóstico, esconde insólitas sorpresas. Una de ellas responde al nombre de Tim Geer, un anciano con la capacidad de ver mucho más allá que el común de los mortales. Y otra luce los bellos rasgos de Stella Rosmarin, que tras sobrevivir milagrosamente a la caída desde lo alto de una escalera ve pasar la vida desde su cabaña en espera del día en que Pierre sufra un accidente patinando sobre el hielo del lago…
Momento en que debemos aclarar que, junto a los dichosos Coen, cierto crítico del Los Angeles Times adjudicó a La región inmóvil, con notable acierto, un segundo referente fraternal, el de los hermanos Grimm. Y es precisamente ese latente tono sobrenatural el que presta una profundidad extra, una maravillosa extrañeza, a una obra de por sí la mar de entretenida. Un aplauso desde aquí, pues, a 451 por su sutil gusto para el fantástico, ya extranjero ya patrio (¿recuerdan el Rojo alma, negro sombra de Ismael Martínez Biurrun?).
(Esta entrada fue publicada hace dos días en el blog de Qué Leer)
Se trata de un lanzamiento de 451 Editores, La región inmóvil, y lo firma un nativo de Iowa de 53 años que responde al nombre de Tom Drury. Toda vez resumida la biografía de la solapa, adentrémonos un poco en los escenarios propuestos por la novela. Pierre Hunter, su protagonista, está peleado con la vida. Pero no mucho, lo estrictamente necesario para ahogar su malestar en alcohol y no lo suficiente como para hacer algo al respecto. Cuando su novia de instituto lo abandona, Pierre se sube a su descapotable y se va a beber un par de cervezas junto a una fábrica abandonada. Cuando sus padres fallecen en el plazo de tres semanas, renuncia a la herencia y se encierra en un piso cuyo alquiler paga trabajando en el Jack of Diamonds, uno de los bares-restaurante más populares de la zona. La zona, claro está, es The Driftless Area, la región inmóvil del título, una geografía bastante rural y aún más desconocida en el corazón de Estados Unidos que, contra todo pronóstico, esconde insólitas sorpresas. Una de ellas responde al nombre de Tim Geer, un anciano con la capacidad de ver mucho más allá que el común de los mortales. Y otra luce los bellos rasgos de Stella Rosmarin, que tras sobrevivir milagrosamente a la caída desde lo alto de una escalera ve pasar la vida desde su cabaña en espera del día en que Pierre sufra un accidente patinando sobre el hielo del lago…
Momento en que debemos aclarar que, junto a los dichosos Coen, cierto crítico del Los Angeles Times adjudicó a La región inmóvil, con notable acierto, un segundo referente fraternal, el de los hermanos Grimm. Y es precisamente ese latente tono sobrenatural el que presta una profundidad extra, una maravillosa extrañeza, a una obra de por sí la mar de entretenida. Un aplauso desde aquí, pues, a 451 por su sutil gusto para el fantástico, ya extranjero ya patrio (¿recuerdan el Rojo alma, negro sombra de Ismael Martínez Biurrun?).
(Esta entrada fue publicada hace dos días en el blog de Qué Leer)
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