Pornografía, del griego “pornea” (fornicio, prostitución) y “graphia” (escritura). Por tanto, escribir sobre la fornicación, sobre el “ayuntamiento o cópula carnal fuera del matrimonio”. No hallo en esta etimológica revisión un componente básico del sentido moderno de “pornografía”: la explicitud. ¿Es 9 Songs, pues, una película pornográfica? Sí según la acepción clásica, ya que no consta que las diversas uniones físicas entre Kieran O’Brien y Margot Stilley se hayan producido en el seno del sacramento matrimonial. Sí según el sentido contemporáneo, ya que tales uniones son narradas con todo detalle. Y sin embargo…
9 Songs no deja de representar una aproximación poco convencional a un tema ciertamente tradicional, el del auge-decadencia-caída de una pareja. Estructurado en base a nueve actuaciones musicales, el film se limita a invertir los esquemas habituales de este tipo de historias: el sexo omnipresente se convierte en motor de la acción, mientras que el elemento de contraste, la típica secuencia de alcoba, se da aquí en exteriores, con los protagonistas completamente vestidos y sin que se produzca el menor intercambio de fluidos entre ellos. 9 Songs complementa, pues, la “love story” de toda la vida; la coge de la mano para, con una sensibilidad inédita en el terreno de la exhibición genital, transportarla de golpe al siglo XXI. De paso, Michael Winterbottom devuelve a la tierra un género tradicionalmente asociado a los pechos insultantemente recauchutados, al pene de veintipico centímetros y al gemido dislocado. Y el resultado es nada más y nada menos que cine. Esto es, movimiento. Esto es, cuando las cosas se hacen bien, emoción.
9 Songs no deja de representar una aproximación poco convencional a un tema ciertamente tradicional, el del auge-decadencia-caída de una pareja. Estructurado en base a nueve actuaciones musicales, el film se limita a invertir los esquemas habituales de este tipo de historias: el sexo omnipresente se convierte en motor de la acción, mientras que el elemento de contraste, la típica secuencia de alcoba, se da aquí en exteriores, con los protagonistas completamente vestidos y sin que se produzca el menor intercambio de fluidos entre ellos. 9 Songs complementa, pues, la “love story” de toda la vida; la coge de la mano para, con una sensibilidad inédita en el terreno de la exhibición genital, transportarla de golpe al siglo XXI. De paso, Michael Winterbottom devuelve a la tierra un género tradicionalmente asociado a los pechos insultantemente recauchutados, al pene de veintipico centímetros y al gemido dislocado. Y el resultado es nada más y nada menos que cine. Esto es, movimiento. Esto es, cuando las cosas se hacen bien, emoción.
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