martes, abril 19, 2005

¿Y si las cosas no fueran como son?

Suelo escribir sobre lo que es, sobre lo que ha sido. Catarsis, lo llamó algún griego antiguo. ¿O fue un barbudo psicólogo vienés? Tanto da. Imito la realidad y ansío que esa realidad hecha papel, traspapelada, se erija en depositaria de las pequeñas tristezas y grandes ansiedades de mi vida.
Solo que a veces no basta.
De otro modo no me hallaría aquí, a las dos de la mañana, con media botella de vino en el estómago y otra media, expectante, frente al ratón.
(Es vino malo, tampoco sube gran cosa.)
El caso es que hace cinco minutos estaba en la cama, dando vueltas. Pensando que me he cansado de escribir sobre las ausencias y los vacíos, sobre las culpas y los incumplimientos.
Pensando que me he cansado de camuflar esas ausencias y esos vacíos, esas culpas y esos incumplimientos.
Sonam Gyarma ha muerto, ¿lo sabíais? Encontraron su cuerpo despeñado, al pie de una montaña tibetana cuyo nombre no acierto a recordar. Sheslia no se encontraba a su lado: bien por ella.
Y entonces se me ha ocurrido.
¿Dónde si no iba a hallar debida salida a mis sentimientos?
Cuatro meses después, creo que éste es el único refugio que me queda.
Bienvenidos a Perfection, población 2 habitantes.
Él, nuestro héroe, no sentía ya culpa ninguna hacia aquella a la que había dejado de amar. Tampoco ante la posibilidad de haber fallado o de estar fallando a los suyos. Él, nuestro héroe, había extraviado por el camino el aspecto dictatorial de su superego. Era un espíritu nietzscheano sin las ansias de destrucción. Era un cuerpo materialista que jamás había oído hablar de la exquisitez de las ideas platónicas. La suya era una razón pura, lanzada al corazón de los días y protegida, en consecuencia, de todo viaje al fin de la noche. Sus pensamientos jamás danzaban sobre los fragmentos de cuanto había dicho o hecho. Su memoria no era una trampa. Confiar en el mañana poco tenía de ilusión. Un ser en paz con su estar: casi nada.
Echémosle un vistazo ahora a ella, nuestra heroína. Lo que ansiaba, oh, sin duda era él. Lo que necesitaba, desde luego era él. El tempo de su encuentro había sido medido espléndidamente: ¡grazie, Maestro! Cuántos desencuentros había evitado esta hábil dirección de actores (actrices, actriz). Cada pequeño esfuerzo se traducía en una inmensa recompensa. Las situaciones se habían dado, los hechos se sucedían. Nadie se había visto abocado a los laberintos de una solitaria noche en vela, todos esos callejones sin salida que a veces dibuja el ir y venir sobre una sábana.
Él, nuestro héroe, se plantó frente a la casa de ella, nuestra heroína, a una hora que desafiaba toda razón o lógica.
(A su favor diremos que era víspera de festivo.)
Ella, nuestra heroína, según lo pactado minutos antes por teléfono, bajó a su encuentro.
Él, nuestro héroe, la miró a los ojos sintiéndose un Madelman. ¿O era un gentleman? En realidad, maldita la falta que le hacía pensar en tales símiles.
Ella, nuestra heroína, le miró a los ojos sin comprender, por más que lentamente comprendía.
-¿Qué haces aquí? –quiso saber.
-Necesitaba verte.
-No creo que lo necesitaras de veras.
-Es posible que no. Hubiera seguido respirando. La sangre hubiera seguido corriendo por mis venas. Deseaba verte.
-No lo entiendo.
-No hay nada que entender.
-Apenas me conoces.
-...
(Él, nuestro héroe, sabía desconfiar de tales calibraciones gnósticas).
-¿Qué es lo que quieres?
-Un beso.
-¿Un beso?
(Ella, nuestra heroína, sabía enrojecer según dictan los cánones.)
-No. Quizá más de uno. Varios besos. Muchos. Alguna que otra caricia y toda tu piel y su reverso cuando sea posible. Y cuantas palabras quieras decirme. Abrazos los que consideres necesarios, no les he hecho nunca ascos. Y compañía, tu compañía, porque en verdad la disfruto. Y dormir a tu lado y despertarte con un mordisco en el hombro. Esas cosas. Pero no tengo prisa. Que se vayan dando. Lo del beso era por resumir.
-Me confundes.
-Pues dejémoslo en un beso. Dame un beso y tiremos de él, a ver qué sale.
-No puedo creer que...
-Shhhhh...
(Él, nuestro héroe, había visto muchas películas. Incluso había leído algunos libros.)
El dedo que él había colocado sobre sus labios, los de ella, nuestra heroína, fue apartándose lentamente. No hubo espacio para la duda en sus acciones. No hubo un triste “y si...” con que alimentar históricas inseguridades. Sus labios, los de él, nuestro héroe, cruzaron el espacio que separaba sus rostros con extrema lentitud. Ella, nuestra heroína, deseaba correr, pero deseaba aún más quedarse quieta.
Él cerró los ojos.
Ella abrió mucho los suyos.
Él encontró sus labios. Su suavidad le desconcertó brevemente.
Momento que ella aprovechó para sonreír hacia sus adentros.
A lo lejos, un coche atravesó la avenida vacía. Su conductor, soñoliento, pensó: “All happy piano players are at the Circus”.

No hay comentarios: