Pocas distancias más saludables que la establecida en algunos países, padres de la democracia ellos, entre manejo del estado y uso de la religión. Las banderas francesas ondean a media asta en señal de respeto hacia el Papa muerto, y voces no menos francesas claman que dicha medida atenta contra la ley de exhibición de símbolos religiosos. Con razón, posiblemente: la niña que se ve obligada a desprenderse del chador para acceder a una educación tiene derecho a protestar si las instituciones que la representan incurren en ese mismo religionismo que a ella le prohíben. ¿O se trata de una mera demostración de respeto? En tal caso, ¿es Wojtyla merecedor de dicho respeto? Y, de serlo, ¿lo sería estrictamente en cuanto Papa o por su desempeño como tal?
Aquí dedica El Mundo su fotografía de portada a los diputados de nuestro Congreso que optaron por no ponerse en pie durante el minuto de silencio acordado ayer por la cámara: una parlamentaria del PSOE, tres del PSC, seis de ERC y tres de IU. Los rojos, vamos. O “los trece de Juan Pablo II”, como quizá se les conozca a partir de ahora. Hombres y mujeres que cuando acceden al hemiciclo sacrifican parte de su individualidad para convertirse en símbolos, representantes de aquellos que les votaron. ¿Deben sacrificar por ello sus más íntimas convicciones? Declara Joan Tardà, de Esquerra, que “un minuto me parece excesivo”. Un minuto frente a toda una vida... No, Joan. El minuto está bien. Sólo que quizá debería haber tenido lugar en otro ámbito, en un contexto menos oficial, que al Congreso se va a trabajar. ¿No hay por ahí una capilla, multiconfesional, ya que estamos? ¿Cruzarse la calle hasta una iglesia cercana? De una vez por todas convendría devolver el culto a la privacidad más absoluta. ¿O nos pondremos masivamente en pie cuando fallezcan el Dalai Lama y el Gran Patriarca de Todas las Rusias? ¿Se guardó acaso un minuto de silencio cuando la muerte de Copito de Nieve, principal símbolo zoológico de la Barcelona olímpica? Para muchos este Papa no era más que eso (y creo que le debo la analogía a un viejo editorial de Rodrigo Fresán en el rotativo argentino Página 12): un tipo sempiternamente de blanco, encerrado tras los barrotes de una institución, cuyas palabras nos resultaban ininteligibles, que en efecto nos caía simpático, pero al que no hubiéramos invitado a comer a casa. Bien por los trece de Juan Pablo II, pues. Por no abandonar su puesto de trabajo. Por no caer en la irrespetuosidad. Pero también por su ejercicio de laicismo.
Aquí dedica El Mundo su fotografía de portada a los diputados de nuestro Congreso que optaron por no ponerse en pie durante el minuto de silencio acordado ayer por la cámara: una parlamentaria del PSOE, tres del PSC, seis de ERC y tres de IU. Los rojos, vamos. O “los trece de Juan Pablo II”, como quizá se les conozca a partir de ahora. Hombres y mujeres que cuando acceden al hemiciclo sacrifican parte de su individualidad para convertirse en símbolos, representantes de aquellos que les votaron. ¿Deben sacrificar por ello sus más íntimas convicciones? Declara Joan Tardà, de Esquerra, que “un minuto me parece excesivo”. Un minuto frente a toda una vida... No, Joan. El minuto está bien. Sólo que quizá debería haber tenido lugar en otro ámbito, en un contexto menos oficial, que al Congreso se va a trabajar. ¿No hay por ahí una capilla, multiconfesional, ya que estamos? ¿Cruzarse la calle hasta una iglesia cercana? De una vez por todas convendría devolver el culto a la privacidad más absoluta. ¿O nos pondremos masivamente en pie cuando fallezcan el Dalai Lama y el Gran Patriarca de Todas las Rusias? ¿Se guardó acaso un minuto de silencio cuando la muerte de Copito de Nieve, principal símbolo zoológico de la Barcelona olímpica? Para muchos este Papa no era más que eso (y creo que le debo la analogía a un viejo editorial de Rodrigo Fresán en el rotativo argentino Página 12): un tipo sempiternamente de blanco, encerrado tras los barrotes de una institución, cuyas palabras nos resultaban ininteligibles, que en efecto nos caía simpático, pero al que no hubiéramos invitado a comer a casa. Bien por los trece de Juan Pablo II, pues. Por no abandonar su puesto de trabajo. Por no caer en la irrespetuosidad. Pero también por su ejercicio de laicismo.
PD: Los funerales de Wojtyla obligan a que la principesca boda entre Charles y Camilla se retrase veinticuatro horas. Y la ceremonia civil se fija a primera hora de la mañana del sábado, porque otras tres parejas (plebeyas ellas) tienen alquilado el ayuntamiento a partir de las doce. Charles madrugará porque en Inglaterra el futuro rey y un John Smith cualquiera tienen idénticos derechos a la hora de casarse, porque allí la razón de estado y un contrato de alquiler pueden llegar a valer lo mismo. Ay, Charles, si hubieras dejado la organización del evento en las escoriales manos de nuestro Aznar…
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