sábado, abril 30, 2005

Jammin'

Tres días, treinta y siete páginas. Ando reescribiendo El tiempo de los sueños, mi tercera novela juvenil. En su momento fue rechazada por La Galera (editora de las dos anteriores) por su temática fantástica. Buscaban costumbrismo adolescente, me dijeron. O algo por el estilo. Hoy, seis años más tarde, parece que El tiempo... encontrará acomodo en un interesante sello del Grupo Planeta. Me gusta la atención que han prestado al texto. Me gusta el trabajo de edición que han desarrollado, que me marquen los puntos débiles, que me inviten a mejorar. Así que intento mejorar. Y reescribo.
Reescribir es lo más cercano, en términos literarios, a la improvisación musical. Hay una base, aquello que reza la página, que sigues fielmente. Hasta que, de repente, comienzas a corregir la puntuación. Alteras un adjetivo que no acaba de funcionar. Borras uno de esos adverbios que ralentizan la narración. Y, antes de poder darte cuenta, estás volando. Pueden ser dos, tres frases las que añadas de una tacada (si la cosa llega a un párrafo entero, relees una y otra vez presa de la inseguridad, sin duda habrás incurrido en alguna cacofonía, el placer se esfuma). Pero has trascendido la versión original. Le has regalado una imagen inédita, un par de jugosas líneas de diálogo. Sientes que tus dedos son capaces de modelar la partitura, de conducirla allí donde nunca había estado antes. Claro que el lector no conocerá la magia del instante, tu solo será para él la única versión posible. Pero ya sabíamos que la nuestra era una disciplina donde las bromas, caso de haberlas, son privadas. Y no siempre sonríe uno de esa manera cuando hace las cosas cual asceta. Sigamos con ello, pues... 3-37 y punteando, amigos...

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